1 Navidad – 29 de diciembre de 2024
December 29, 2024
LCR: Isaías 61:10–62:3; Salmo 147 o 147:13–21 LOC; Gálatas 3:23–25; 4:4–7; Juan 1:1–18.
“En el principio ya existía la Palabra; y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios”.
Al escuchar la porción del evangelio de este día, posiblemente nos surja la pregunta ¿Qué tiene que ver este pasaje de Juan con la Navidad? Si revisamos las narraciones de Lucas o Mateo vamos a encontrar, más bien, imágenes con las que estamos más familiarizados: María, José y el niño acostado en el pesebre, pastores que visitan, ángeles que cantan, ovejas, vacas, burritos, magos que vienen de oriente, etc. En cierto modo parece que Juan abre su narración con un lenguaje misterioso y enigmático, con una profunda sabiduría contenida en el pasado.
En efecto, Juan comienza su evangelio, intencionalmente, con la misma narración con la que inicia el libro de Génesis, invitando a los oyentes a un relato cósmico, de Dios y de la Palabra que existió más allá del espacio y del tiempo: “En el principio” y, en el principio, “Dios creó” hablando. Así, el sustantivo “la Palabra”, es una función de Dios en la creación. La introducción de este pasaje es básicamente una historia de la relación de la Palabra con el cosmos como agente de la creación, recordando el aliento, la Ruah, y la voz de Dios hablando sobre las aguas para crear la luz.
Así es, las primeras palabras que Dios empleó fueron: “Hágase la luz“. Y es muy significativo que la luz haya sido la primera creación en el universo. Un universo creado hace 14.000 millones de años por el mismo estallido de luz. La luz es la primera manifestación del universo y la herramienta por la cual éste está siendo revelado. En el evangelio de hoy también hemos escuchado que Juan el Bautista vino para dar testimonio de la luz, y esta luz es Jesús, la luz que brilla en las sombras, en las tinieblas, la verdadera luz que ilumina a todos. Es Jesús, la Luz, quien nos enseña cómo vivir como seres de la Luz.
De esto trata la Navidad, es decir, la encarnación, de reconocernos seres de luz, pues vivir sin asumir esta verdad es andar en la oscuridad, en las sombras, lejos de la verdad. En Mateo leemos cómo Jesús nos dice: “Ustedes son la luz de este mundo… procuren ustedes que su luz brille delante de la gente”. Quizás, a veces, no reconocemos que somos seres de esa luz, que estamos hechos para dar luz y brillar ante los demás. Cuando nos enfocamos en lo negativo nuestra luz no brilla; cuando nuestros problemas y dificultades pesan más que nuestras bendiciones y los aspectos positivos de la vida entonces escondemos la luz; cuando nos enfocamos en lo negativo no estamos comuncando luz. ¡Cuántas veces no enviamos esa luz que pudiera haber transformado a la persona con la que interactuamos! ¡Cuántas veces nuestro ejemplo no ha inspirado a otros a brillar!
Recuerdemos la liturgia de la Vigilia Pascual. Muchas de nuestras iglesias la comienzan antes del amanecer, cuando todavía está oscuro; tras ser encendida la primera vela, el cirio de Pascua, comenzamos a pasar la llama a la siguiente y luego a otra, hasta que toda la iglesia se llena de luz. Ésta es una experiencia única. Y es que cuando tienes luz y la compartes con los demás todavía tienes tu propia luz, no pierdes nada compartiéndola, en cambio, la luz simplemente continúa creciendo. De la misma manera, en Jesús, Dios se hizo hombre para que también nosotros pudiéramos ser partícipes de su divinidad. De esto trata la encarnación, la gran noticia que proclama el evangelio de hoy.
Dios nos envía como luz para comunicar buenas nuevas a los oprimidos, para sanar a los quebrantados de corazón, para proclamar la libertad a los cautivos y la liberación a los prisioneros. Somos esa luz del mundo, luz que se opone a las fuerzas que corrompen la creación de Dios. Sí, somos partícipes de la divinidad de Jesús porque estamos hechos de la misma luz. Jesús, la luz verdadera, vino a este mundo para iluminarnos a todos.
Por esto, en el tiempo de Navidad, debemos preguntarnos: ¿Dónde estoy dando luz ahora?¿Soy luz que brilla en medio de las tinieblas? ¿Soy consciente de que estoy hecho de luz? ¿Me reconozco como esa vela que puede encender otras mil sin disminuir mi propia luz? Si cerramos los ojos podríamos imaginar que estamos llenos de la verdadera luz, de una hermosa luz, y podríamos sentir que fluye a través de nosotros; podríamos imaginar también que ponemos una esfera de luz a nuestro alrededor, la luz divina, la misma luz que estaba allí al principio de toda la creación, aquella que emanó cuando Dios dijo: ¡Que se haga la luz!; podríamos imaginar que la luz sale de nuestras manos, de nuestro corazón. Cuanto más radiante se vuelve, más puede ayudar a los demás; cuanto más radiantes nos volvamos, será más fácil mantener nuestro corazón abierto y ser más compasivos.
La narración de este evangelio, al final, no es tan misteriosa y enigmática como parecía. Somos la luz del mundo. Seamos conscientes de nuestra propia luz, de que somos seres de luz, de la verdadera luz. Cuando recibamos el cuerpo y la sangre de Jesucristo, sintamos la luz verdadera, la misma luz de la que estamos hechos y, luego, vayamos al mundo y dejemos que esa luz brille ante los demás. Amén.
El Rvdo. Alfredo Feregrino, es nativo de la Ciudad de México y obtuvo su Maestría en Divinidad en la Escuela de Teología y Ministerio en Seattle University donde obtuvo también el primer Dr. Rod Romney “preaching award”. Fue desarrollador de misión en una congregación bilingüe y bicultural en Seattle/Renton Washington y ahora es Rector Asociado en All Saints Church en Pasadena California donde está al cargo del desarrollo congregacional.
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