Christmas message from Episcopal Church Presiding Bishop Sean Rowe

The Nativity of the Virgin (18 century), Russian icon | Credit: Ivan Vdovin/Alamy 

Dear People of God in The Episcopal Church:

Among the Christmas Gospels, Luke is surely the crowd pleaser. Nearly our entire visual vocabulary of Christmas—the manger, the shepherds, the angels—comes from the second chapter of Luke. Thanks to Luke, we all know the answer to the trivia question, “Who was Quirinius?”

But if you go to church on Christmas morning, or if your congregation’s custom is to read a last Gospel on Christmas Eve, you will hear the beginning of the Gospel of John, which includes other words we all know: “And the Word became flesh and dwelt among us…” Christmas does not truly begin for me until I hear those words.

While Luke paints us a picture of a noisy and chaotic birth, in John we encounter the powerfully quiet mystery of the Incarnation. John brings us the astonishing truth that God lived among us as a person, “full of grace and truth,” ready to share the pain and sorrow of being human. 

Especially this year, our hurting and divided world is desperate for the Incarnation. We live, as have many generations before us, in a time of fear, division, and instability. The Enemy has turned us against one another, sometimes in our own families and communities. The land of Jesus’ birth is torn apart by violence and tremendous suffering, and across the globe, we have hardened our hearts against the strangers among us. All too often, we hear voices that claim the mantle of Christianity calling most loudly for exclusion and conquest.

As Episcopalians, we must resist the urge to retreat from this broken world. Instead, we have been called to model our life together on a different vision of God’s kingdom. Contrary to the world’s expectations, we have bound ourselves together in a global community, following the Risen Christ together despite our differences. We know that death, suffering, and enmity are not the last word, and we proclaim it every time we gather at God’s table.

At Christmas, we can make our unity a witness to the world. Every day, in congregations and communities across our church, you are feeding the hungry, binding up the brokenhearted, caring for the vulnerable, and transforming lives through the power of the gospel. We can also proclaim God’s presence by giving to our church’s historic ministries that are working to alleviate suffering at home and abroad:

Most of all, we can commit our lives to creating a world that is more just and more loving, in which the grace and truth that came down to us at Christmas is kindled all year long. Especially this year, as we begin our ministry together, I am grateful to be working toward this vision with you.

May God bless you and all those you love this Christmas and always.

The Most Rev. Sean W. Rowe
Presiding Bishop

Mensaje de Navidad del obispo primado de la Iglesia Episcopal, Sean Rowe

La Natividad de la Virgen (siglo XVIII), icono ruso | Crédito: Ivan Vdovin/Alamy

Querido Pueblo de Dios en la Iglesia Episcopal:

Entre los evangelios de la Navidad, Lucas seguramente es el que más le agrada a la mayoría. Casi todo nuestro vocabulario visual de la Navidad (el pesebre, los pastores, los ángeles) proviene del segundo capítulo de Lucas. Gracias a Lucas, todos sabemos la respuesta a la pregunta trivial: «¿Quién era Quirino?».

Pero si van a la iglesia en la mañana de Navidad, o si la costumbre de vuestra congregación es leer un último Evangelio en Nochebuena, escucharán el prólogo del Evangelio de Juan, que incluye otras palabras que todos conocemos: «Y aquel Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros…» La Navidad realmente no comienza para mí hasta que escucho esas palabras.

Mientras Lucas nos pinta un cuadro de un nacimiento ruidoso y caótico, en Juan encontramos el misterio poderosamente silencioso de la Encarnación. Juan nos trae la sorprendente verdad de que Dios vivió entre nosotros como un individuo, «lleno de gracia y de verdad», listo para compartir el dolor y la tristeza de los seres humanos.

En particular este año, nuestro mundo quebrantado y dividido arde en deseos por la Encarnación. Vivimos, como lo han hecho muchas generaciones antes que nosotros, en una época de miedo, división e inestabilidad. El Enemigo nos ha vuelto unos contra otros, a veces en nuestras propias familias y comunidades. La tierra donde nació Jesús está desgarrada por la violencia y un sufrimiento atroz, y en todo el mundo hemos endurecido nuestros corazones contra los forasteros que viven con nosotros. Con demasiada frecuencia escuchamos voces que se arropan en el cristianismo al tiempo que exigen enérgicamente la exclusión y la conquista.

Como episcopales, debemos resistir la tentación de retirarnos de este mundo quebrantado. En cambio, hemos sido llamados a modelar nuestra vida juntos conforme a una visión diferente del reino de Dios. Contrariamente a las expectativas del mundo, nos hemos unido en una comunidad global, siguiendo juntos a Cristo Resucitado a pesar de nuestras diferencias. Sabemos que la muerte, el sufrimiento y la enemistad no son la última palabra y lo proclamamos cada vez que nos reunimos en torno a la mesa de Dios.

En Navidad podemos hacer de nuestra unidad un testimonio para el mundo. Todos los días, en congregaciones y comunidades de nuestra Iglesia, damos de comer a los hambrientos, consolamos a los que tienen el corazón quebrantado, cuidamos a los vulnerables y transformamos vidas mediante el poder del evangelio. También podemos proclamar la presencia de Dios donando a los ministerios históricos de nuestra Iglesia que se empeñan en aliviar el sufrimiento en nuestro país y en el extranjero:

Sobre todo, podemos comprometer nuestras vidas en la creación de un mundo más justo y amoroso, en el que la gracia y la verdad que nos llegaron en la Navidad se mantengan encendidos durante todo el año. Especialmente este año, al comenzar nuestro ministerio juntos, me siento agradecido de colaborar con ustedes para hacer realidad este sueño.

Que Dios les bendiga a ustedes y a todos los que aman en esta Navidad y siempre.

Rvdmo. Sean W. Rowe
Obispo Primado

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