A pastoral word from Presiding Bishop Michael Curry on the death of Tyre Nichols
Sense cannot be made of the murder of a young man at the hands of five men whose vocation and calling are to protect and serve. This was evil and senseless.
There is a passage from the Hebrew prophet Jeremiah, which is later quoted in Matthew’s Gospel when innocent baby boys are killed by an immoral dictator:
“A voice is heard in Ramah,
lamentation and bitter weeping.
Rachel is weeping for her children;
she refuses to be comforted for her children,
because they are no more.”
—Jeremiah 31:15, Matthew 2:18
With the murder of Tyre Nichols, another mother, as in the biblical texts, weeps, with the mothers of Emmett Till, Trayvon Martin, Michael Brown, George Floyd, Breonna Taylor, Ahmaud Arbery, and so many others. A family grieves. A community fears. A nation is ashamed. Like the psalmist in the Bible, something in us cries out, “How long, O Lord, how long?” How long violence, how long cruelty, how long the utter disregard for the dignity and worth of every child of God? How long?
As if this wasn’t enough, there is another horrible dimension to what happened. Tyre Nichols was beaten, kicked, and cursed as if he was not a human being. Then, after he was lying on the ground, having called for his mother, they let him stay there for several minutes without anyone, including the police and EMT who were present, providing medical assistance. Not one Good Samaritan.
Jesus once told a story to teach about what it looks like to love one’s neighbor, which Moses and Jesus both said is a commandment of God. It’s a story about a man beaten nearly to death and left on the side of the road to die by people who knew what Moses taught about love for God and neighbor—and what the prophet Micah taught when he said that God requires three things of us: to do justice, to love kindness, and to walk humbly with your God.
Only one person stopped to help the man, and he did so without regard for the fact that they were of different religions, nationalities, ethnic groups, and even different politics. This second man was a Samaritan, and he helped because the man on the road was human. He helped because he was a fellow child of God. He helped because the man lying on the side of the road, regardless of race, class, clan, stripe, or type, was his brother. And the man who helped has been called the Good Samaritan.
The fundamental call and vocation of law enforcement officials, and indeed every one of us, is that of the Good Samaritan.
Here is where there is hope: The Good Samaritan in the parable of Jesus was not the last one.
There are Good Samaritans who are government officials in Memphis who, after assessing what happened, fired the offending officers, charged them with crimes against human life and dignity, and have committed to addressing systemic and cultural issues that created an environment in which this evil was enabled.
There are Good Samaritans doing what is necessary to radically reform the environment and culture of law enforcement—to create an atmosphere in which the dignity and worth of every human being is respected, protected, affirmed, and honored.
There are Good Samaritans in law enforcement, and other first responders, who often work while others sleep, laboring to protect and serve, at times risking their own lives for the neighbor they do not even know.
There are Good Samaritans, people of goodwill and human decency, who are peacefully protesting. There are Good Samaritans who are activists working tirelessly for the realization of communities and countries where there is truly, as the Pledge of Allegiance proclaims, “liberty and justice for all.”
While we grieve, we cannot give in or give up. Just throwing up our hands in despair is not an option lest we leave a brother, a sister, a sibling on the side of the road again. No, let more Good Samaritans arise so that Tyre Nichols’ death will not be in vain.
Please pray for Tyre’s family, the whole Memphis community, this nation, and world. But also pray for people to rise up like the Good Samaritan and work to create change so this never happens again.
And may the soul of Tyre, and the souls of all the departed, through the mercies of God, rest in peace and rise in glory. Amen.
The Most Rev. Michael B. Curry
Presiding Bishop and Primate
The Episcopal Church
Una palabra pastoral del obispo primado Michael Curry sobre La muerte de Tyre Nichols
No se le puede encontrar sentido al asesinato de un joven a manos de cinco hombres cuya vocación y llamado es proteger y servir. Esto fue una acción malvada y sin sentido.
Hay un pasaje del profeta hebreo Jeremías, que luego se cita en el Evangelio de Mateo cuando un dictador inmoral mata a niños inocentes:
«Voz fue oída en Ramá,
grande lamentación, lloro y gemido;
Raquel que llora a sus hijos,
y no quiso ser consolada,
porque perecieron».
—Jeremías 31:15, Mateo 2:18
Con el asesinato de Tyre Nichols, otra madre, como en los textos bíblicos, llora, con las madres de Emmett Till, Trayvon Martin, Michael Brown, George Floyd, Breonna Taylor, Ahmaud Arbery y tantos otros. Una familia está de duelo. Una comunidad teme. Una nación se siente avergonzada. Como el salmista en la Biblia, algo en nosotros clama: «¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?». ¿Hasta cuándo la violencia, hasta cuándo la crueldad, hasta cuándo el absoluto desprecio por la dignidad y el valor de cada hijo de Dios? ¿Hasta cuándo?
Como si esto no fuera suficiente, hay otra dimensión horrible en lo que sucedió. A Tyre Nichols lo golpearon, lo patearon y lo maldijeron como si no fuera un ser humano. Luego, después de que estuvo tirado en el suelo, después de haber clamado por su madre, lo dejaron permanecer allí durante varios minutos sin que nadie, incluidos los policías y los paramédicos que estaban presentes, le prestaran asistencia. Ni un solo buen samaritano.
Una vez, Jesús contó una historia para enseñar en qué consiste amar al prójimo, que tanto Moisés como Jesús dijeron que es un mandamiento de Dios. Es la historia de un hombre al que golpearon casi hasta matarlo y a quien abandonaron al borde del camino, para que muriera, personas que sabían lo que Moisés había enseñado sobre el amor a Dios y al prójimo, y lo que enseñó el profeta Miqueas cuando dijo que Dios exige tres cosas de nosotros: practicar la justicia, amar la misericordia y humillarte ante tu Dios
Sólo una persona se detuvo para socorrer al hombre, y lo hizo sin tener en cuenta el hecho de que eran de diferentes religiones, nacionalidades, grupos étnicos e incluso diferentes posiciones políticas. Este segundo hombre era un samaritano, y lo socorrió porque el hombre tirado en el camino era un ser humano. Lo socorrió porque era un hijo de Dios. Lo socorrió porque el hombre abandonado al borde del camino, sin importar raza, clase, clan, estirpe o tipo, era su hermano. Y al hombre que prestó el socorro se le ha llamado el Buen Samaritano.
El llamado fundamental y la vocación de los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley, y de hecho de cada uno de nosotros, es el del Buen Samaritano.
Aquí es donde hay esperanza: El Buen Samaritano de la parábola de Jesús no fue el último.
Hay buenos samaritanos que son funcionarios del gobierno en Memphis que, después de evaluar lo sucedido, despidieron a los agentes infractores, los acusaron de crímenes contra la vida y la dignidad humanas, y se comprometieron a abordar los problemas sistémicos y culturales que crearon un entorno que facilitaba esta maldad.
Hay buenos samaritanos que hacen lo necesario para reformar radicalmente el entorno y la cultura de las fuerzas del orden, para crear una atmósfera en la que se respete, se proteja, se afirme y se honre la dignidad y el valor de cada ser humano.
Hay buenos samaritanos entre los agentes del orden y otros socorristas, que a menudo trabajan mientras otros duermen, laborando para proteger y servir, arriesgando a veces sus propias vidas por el prójimo al que ni siquiera conocen.
Hay buenos samaritanos, gente de buena voluntad y decoro, que protestan pacíficamente. Hay buenos samaritanos que son activistas que trabajan incansablemente por la materialización de comunidades y países donde haya verdaderamente, como proclama el Juramento a la Bandera, «libertad y justicia para todos».
Mientras hacemos duelo, no podemos rendirnos ni darnos por vencidos. Levantar las manos en desesperación no es una opción para abandonar de nuevo a un hermano o a una hermana al borde del camino. No, que surjan otros buenos samaritanos para que la muerte de Tyre Nichols no sea en vano.
Oren por la familia de Tyre, por toda la comunidad de Memphis, por esta nación y por el mundo. Pero también oren para que las personas reaccionen como el Buen Samaritano y se empeñen en provocar un cambio de manera que esto nunca vuelva a suceder.
Y que el alma de Tyre, y las almas de todos los difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz y se levanten en gloria. Amén.
Rvdmo. Michael B. Curry
Obispo Presidente y Primado
de la Iglesia Episcopal