Sermón de la Obispa Presidenta Katharine Jefferts Schori durante su visita a la Iglesia de San Miguel y Todos los Ángeles, Pórtland, Oregón

Fui al hospital del Buen Samaritano a visitar al Rev. John Scannell. Y viajé por primera vez en el MAX y el Tranvía de Pórtland. Yo nunca viví en esta ciudad y cuando viajé a la ciudad, siempre usé un automóvil. Reconozco que es un sistema notablemente eficiente y bien limpio – no un sistema de transporte público convencional – con asombrosas adaptaciones. Si uno tiene que viajar más allá de la línea MAX, es posible hacerlo pues hay un lugar para colgar bicicletas. Hay rampas eléctricas que permiten que las sillas de ruedas, carritos para los niños y andadores puedan subir fácilmente.

 

Pronto reconocí que en Pórtland hay muchas personas usan sillas de ruedas eléctricas, mucho más de las que he visto en Nueva York y muchísimas más que he visto en Las Vegas o en otras ciudades. Pude ver que la gente se ocupa de sus quehaceres en una ciudad que toma la accesibilidad con mucha seriedad. Es muy importante notar que el uso de una silla de ruedas en lugar de ser un problema se ha transformado en un desafío que fue aceptado por la ciudad. Toda la ciudad se ha adaptado a las necesidades de una minoría, porque se ha tomado conciencia que todos pueden mejorar cuando las minorías reciben el apoyo y se les ayuda para que puedan tener vidas útiles y provechosas.

Como el autor de Filipenses dice, el cuerpo de humillación se ha transformado en un cuerpo de gloria. La ciudad ha tomado con mucha seriedad las necesidades de una parte de su población y ahora las simples palabras de bienvenida se han transformado en acciones de bienvenida.

Puedo imaginarme que los cambios que la ciudad tuvo que hacer no fueron sencillos e involucraron una serie de consideraciones, tales como cuánto costaría, a quiénes se perjudicarían y por qué deberíamos preocuparnos. Y me imagino que una parte del proceso estuvo relacionado con los requisitos legales establecidos por la Ley de Americanos con Discapacidades. Algunas veces las instituciones necesitan sanciones para obligarlas a responder. Sin tener en cuenta las batallas, la ciudad ahora es un faro de esperanza para las personas que no tienen las mismas capacidades y esto ha estado relacionado con las voces proféticas.

Ciertamente hay un aspecto de esta lucha con las voces proféticas que se refleja en las palabras de Jesús lamentándose sobre Jerusalén. Una ciudad que apedrea a sus profetas no es una ciudad dispuesta a oír los desafíos proféticos. Jesús se lamenta por una ciudad que no estaba haciendo honor a su nombre, pues el “salén” de Jerusalén, en realidad es shalom, paz con justicia. La antigua visión de Sión es la de una ciudad cuya luz atrae a todas las naciones, que sabe escuchar el llamado profético a la justicia y el clamor por la paz que significa que cada ser humano y cada hijo de Abraham es heredero del pacto prometido por Dios. Nosotros reconocemos esta promesa del pacto en las mismas palabras que Jesús escuchó en su bautismo: tú eres mi hijo amado y en ti me complazco. Tiene sus raíces en las historias de nuestros orígenes en Génesis: Dios creó a los seres humanos en la imagen de Dios, hombre y mujer Dios los creó… y vio Dios que era bueno.

Jesús se lamenta por una comunidad que no está dispuesta o no puede servir las necesidades del pueblo de Dios, que no está dispuesta a considerar a todos los seres humanos como dignos de salud y aceptación. Este pasaje del Evangelio viene un poco después de la curación de una mujer inválida – una hija de Abraham que estaba encorvada – durante el día de reposo. Inmediatamente la pregunta surge si es correcto o incorrecto sanar en el día de reposo. Los preceptos antiguos decían que “no se podía curar durante el día de reposo”, porque se entendía que curar era un trabajo. La comunidad trató de comprender a este maestro que estaba tan dispuesto a ignorar los preceptos. Y, ciertamente, Jesús insiste que él continuará curando y echando fuera los demonios hasta que las autoridades lo eliminen, hasta que pueden silenciar al profeta.

Pero después viene un lamento sorprendente: “¡Jerusalén, cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste! ¿De quién está hablando? ¿Quiénes son los hijos de Jerusalén? Ciertamente debe incluir a los descendientes de aquellos que durante la historia mataron a los profetas, es decir, que no puede limitarse a los justos de la familia. Estos polluelos incluyen a los que curan durante el día de reposo y a quienes creen religiosamente que está absolutamente equivocado: “¡por favor, regrese la semana próxima y no quebrante el día del Señor! Y Jesús se lamenta porque ellos no se quieren reunir bajo las alas de su madre. “Guárdame como a la niña de tus ojos; escóndeme bajo la sombra de tus alas” son palabras duras de aceptar si es que aquellas personas también van a cobijarse allí. No ha faltado ocasión de escucharse que alguien dice: “bueno, si fulano va a estar también en el cielo, yo no quiero ir.”

Esta me parece que es una muy buena definición de “cuerpo de humillación”: cuando una parte siente náuseas por la otra. Y muchas veces la náusea se transforma en violencia. Las palabras de los profetas a veces pueden ofender, repeler y hacer sentir náuseas a quienes insisten que no se puede curar en el día de reposo o que no se puede ayudar a una persona que usa silla de ruedas. En algún momento la mayoría de nosotros nos sentimos desafiados si reunirnos bajo las alas de Dios si también está presente un adolescente rebelde, un miembro del Ku Klux Klan, el conductor de un automóvil que se nos puso en el camino, alguien que abusó de un niño… o nuestra suegra.

Cuando pienso en los problemas que esta iglesia enfrenta, me recuerdo de otra historia de restauración, una historia sobre alguien que quiso reunir al ofensor y al ofendido. Poco después de haberme mudado a Nevada, asistí a una reunión de “Living Stones” (Piedras vivas), un grupo que está dedicado a hacer prosperar el ministerio de todos los bautizados. Jim Cruikshank estaba presente y nos contó sobre la Diócesis del Caribú, en el Canadá. Esta diócesis ya no existe más, aunque sus congregaciones todavía siguen presentes en la British Columbia pero su pueblo continúa yendo a la iglesia y sirviendo a sus comunidades.

En sus comienzos, la Diócesis del Caribú, contando con la ayuda de gobierno del Canadá estaba involucrada en la dirección de escuelas internadas para los niños indígenas. En las escuelas se cometieron muchos abusos y no sólo en el Canadá, aunque nosotros en los Estados Unidos no hemos escuchado las historias sobre los abusos como se ha hecho en el Canadá. Jim nos dijo que durante su episcopado las historias sobre los abusos comenzaron a hacerse públicas. Él consideró que en aquellos momentos parte de su vocación consistió en sentarse a escuchar las historias sobre el dolor y el sufrimiento de los que habían sido abusados y en cierta forma, sustituir a los culpables que en su mayoría hacía mucho tiempo que estaban muertos.

Cuando se conocieron las historias y se pudo expresar el dolor y se pudo enfrentar al ofensor, se pudo comenzar la curación. La Diócesis del Caribú también buscó la reconciliación y para hacerlo disolvió su estructura corporativa para poder ofrecer todo lo que pudo en restitución. El pueblo de la diócesis en cierta forma ofreció sus propias vidas como un testimonio profético para que pudieran sanarse las heridas al comienzo de un nuevo día de reposo. El cuerpo de humillación se está haciendo el cuerpo de la gloria de Cristo en aquella parte de la nueva Jerusalén.

El cuerpo de humillación comienza a ser transformados en el cuerpo de la gloria de Cristo cuando nos reunimos bajo las alas protectoras de la gallina. Esto es más fundamental a medida que el mundo se hace cada vez más temible. Después de todo, Jesús presenta la imagen del zorro merodeando en el gallinero. Y le avisa a la gente que si ellos no están dispuestos o no quieren reunirse bajo las alas de la gallina, ellos van a encontrar que no hay nadie en el gallinero.

Parece ser una advertencia profética: no podrán encontrar a Dios en los lugares usuales o en el lugar donde esperan sentirse seguros, como en el Templo o en la iglesia si es que no van a buscar a Dios en el patio, junto con los otros polluelos que están sucios y manchados con el estiércol. Los polluelos pueden estar asustados, pueden escaparse lejos, pueden tener una pata rota o faltarles plumas, pero todos pueden encontrar albergue en un mismo lugar.

Las estructuras más grandes y gloriosas que pueden ser construidas por manos humanas donde se espera que Dios se haga presente no pueden igualarse al clamor de la necesidad y del sufrimiento que nos rodea a todos. Es en Cristo, quien es el siervo sufriente y la “mamá” gallina donde nosotros podemos encontrar nuestro hogar y nuestra seguridad, así como también nuestra vocación.

El cuerpo de la humillación está relacionado con nuestra falta de voluntad a descubrir la imagen de Dios entre los menos de entre nosotros, así como cuando estamos dispuestos a alejarnos de los dolientes aunque creamos que el dolor fue causado por una ofensa. Cuando nosotros aceptemos esta humillación nosotros podremos comenzar a descubrir la gloria de la verdadera Jerusalén, de la ciudad restaurada, de un mundo sanado, de una luz que atrae a todas las naciones hacia Dios y la gloria del Cristo resucitado y revelado.

Este cuerpo de humillación se irá transfigurado en un cuerpo de gloria si nos reunimos debajo de las alas, incluso si todavía buscamos o empujamos para tener el mejor lugar. Como la poetisa dijo, “la esperanza es algo que tiene plumas, y se posa en el alma” [Emily Dickinson]. Esta es la esperanza que ya está en nosotros y nos llevará a nuestro hogar.

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