The Resurrection must be understood in significantly different images and metaphors in the southern hemisphere, when Easter always arrives in the transition from summer to winter. Even as a hard, hard winter lingers on in northern climes, with unaccustomed April snow in many places, we yearn for the new life we know is waiting around the corner. As Christians, we’re meant to have the same hunger for the new creation emerging all around us.
We can see the broken places of our world either as complete and utter disaster, or as seedbeds — graves, even — in which God is doing a new thing. The situation in Haiti is dire, yet day by day and person by person hope lightens and leavens. Plans are emerging for civic reconstruction in Port-au-Prince that would bless the nation with pride in its heritage and more effective government. The Episcopal Church is a partner in those possibilities, as the vision for a rebuilt cathedral takes form. The graves are becoming gardens, at Cathédrale Sainte-Trinité and Collège St. Pierre. New and more life-giving relationships are emerging between development ministries and the lives of the people. Resurrection is happening in many places, even if one must search for it, like looking for the first buds on the trees as ice and snow give way to the warmth of spring.
The aftermath of earthquake and tsunami in Japan continues to look a great deal like winter, and the trials and failures at Daiichi Fukushima currently resonate more with apocalypse than Easter. Yet across northeastern Japan the work of the faithful is feeding senior citizens, ministering to displaced persons in shelters, and prompting challenging questions about social priorities, energy use, and consumerist lifestyles.
The gift of Easter insists that human beings are capable of divine relationship, for as Athanasius put it, “God became human that human beings might become divine.” The life, death, passion, and resurrection of Jesus are the cosmic insistence that nothing can separate us from the divine passion for humanity. Easter people are imprinted with the assurance that God is always working some new grace of creation out of death and destruction.
For most of us the dying is not cosmic. It may start with a small willingness to set aside self, or a new opportunity for grafting onto a greater whole. Or it may involve lowering the barriers between self and other to become more readily aware of our fundamental oneness, our common heritage as offspring of the Holy One. If we are to be followers of Jesus, we share the work he did on our behalf. We give thanks for the Resurrection, and we become part of Jesus’ ongoing work, as we become aware of its power in our own lives.
May your Eastertide be filled with the grace of new life. Go, discover, and BE resurrection for the world around you.
The Most Rev. Katharine Jefferts Schori
Presiding Bishop and Primate
The Episcopal Church
Mensaje de Pascua 2011
La Resurrección debe ser entendida en imágenes y metáforas muy diferentes en el hemisferio sur, cuando llega la Pascua siempre en la transición del verano al invierno. A pesar de que un duro, duro invierno persista en los climas norteños, con no acostumbrada nieve en abril en muchos lugares, anhelamos la nueva vida que sabemos se encuentra a la vuelta de la esquina. Como cristianos, debemos tener la misma hambre de la nueva creación emergente en torno nuestro.
Podemos ver los lugares quebrantados de nuestro mundo, ya sea como desastre total y absoluto, o como semilleros – tumbas, incluso – en las que Dios está haciendo algo nuevo. La situación de Haití es muy grave, sin embargo, día a día y persona a persona la esperanza se aligera y cunde. Emergen planes para la reconstrucción cívica de Puerto Príncipe que bendecirán a la nación con el orgullo de su patrimonio y un gobierno más eficaz. La Iglesia Episcopal es un socio en esas posibilidades, a medida que la visión de una catedral reconstruida adquiere forma. Las tumbas se están convirtiendo en jardines en la Catedral de la Santísima Trinidad y en el Colegio San Pedro. Nuevas y más vivificantes relaciones están surgiendo entre los ministerios de desarrollo y las vidas de la gente. La Resurrección está aconteciendo en muchos lugares, aunque haya que buscarla, como se buscan los primeros brotes de los árboles cuando el hielo y la nieve dan paso a la calidez de la primavera.
Las secuelas del terremoto y del tsunami de Japón siguen pareciéndose mucho al invierno, y los intentos y fracasos en Fukushima Daiichi actualmente hacen más eco del Apocalipsis que de la Pascua. Sin embargo, en todo el noreste de Japón el trabajo de los fieles alimenta a gente de la tercera edad, atiende a personas desplazadas en refugios, y provoca preguntas difíciles acerca de las prioridades sociales, del uso de energía, y de estilos de vida consumista.
El don de la Pascua insiste en que los seres humanos son capaces de relación divina, pues como dijo Atanasio: “Dios se hizo humano a fin de que el ser humano pudiera llegar a ser divino”. La vida, muerte, pasión y resurrección de Jesús son la insistencia cósmica de que nada nos puede separar de la pasión divina hacia la humanidad. El pueblo de la Pascua está marcado con la seguridad de que Dios siempre está elaborando alguna gracia nueva de creación a partir de la muerte y la destrucción.
Para la mayoría de nosotros la muerte diaria no es cósmico. Puede comenzar con un pequeño deseo de dejar de lado el yo, o una nueva oportunidad de ser injertados en un todo mayor. O puede implicar la reducción de barreras entre el yo y el otro para ser más fácilmente conscientes de nuestra unidad fundamental, de nuestro común patrimonio de descendientes del Dios creador. Si vamos a ser seguidores de Jesús, compartimos el trabajo que hizo en nuestro nombre. Damos gracias por la resurrección, y formamos parte del trabajo en curso de Jesús, al paso que nos damos cuenta de su poder en nuestras vidas.
Que la Estación de Pascua esté llena de la gracia de una vida nueva. Vaya, descubra y SEA resurrección para el mundo que le rodea.