Dado el estado del mundo actual, rara vez ha habido un momento más importante para recordarnos a nosotros mismos que, como cristianos, somos una comunidad global y que Dios nos llama a participar con todo el pueblo de Dios de todo el mundo, a participar globalmente en el Movimiento de Jesús.
Cuando seguimos a Jesús en un contexto intercultural y global, nos recordamos que nuestra fe es aquella en la que nos esforzamos por vernos como hermanas y hermanos en Cristo, como hijos de Dios, sin importar el color de nuestra piel, nacionalidad o fe.
Bíblicamente, nuestro mandato de seguir a Cristo en el Movimiento de Jesús de la Iglesia Episcopal proviene de Dios y puede verse a lo largo de toda la Escritura. Nos involucramos en el Movimiento de Jesús a nivel mundial porque Dios creó a la humanidad a imagen de Dios, a imagen de Dios, Dios los creó, varón y mujer los creó Dios. Dios los bendijo y Dios vio todo lo que había hecho y, en verdad, “fue muy bueno”.
Nos comprometemos globalmente porque…
- Somos los guardianes de nuestro hermano.
- Debido a que Dios nos ha dicho, qué es lo que es bueno: y ¿qué exige el Señor de nosotros?…
¿hacer justicia,
amar la bondad,
y caminar humildemente con nuestro Dios? - y nos comprometemos globalmente porque somos llamados por Dios a amar a Dios y a nuestro prójimo, y Jesús tuvo claro quién es ese prójimo.
Como cristianos, se nos pide que atravesemos las fronteras, pasando las murallas, superando las divisiones y que pongamos siempre a la familia en primer lugar, y nuestra familia es la humanidad entera. No hay fronteras geográficas en el mundo de Dios, solo hay amor, y el amor no conoce fronteras. Se nos pide que nos relacionemos con el mundo que nos rodea, y especialmente con los pobres, los necesitados y los marginados. No solo porque debemos ser compasivos, sino porque los necesitados son tanto nuestros hijos, hermanas, hermanos, y padres, como nuestra propia carne y sangre.
El fundamento de nuestro seguimiento de Jesús es el amor, se nos llama a amar a Dios y a amarnos unos a otros, a estar en relación con Dios y con los demás. Todos necesitamos saber que somos amados por Jesús y por Dios. Todo el entendimiento del compromiso de la misión, todas las actividades de la misión deben crecer sobre esa base. Cuando el amor sea la base de nuestras actividades misioneras, todos seremos transformados. Podemos elegir lo que significa ser seguidores de Cristo, pero amar a Dios y amarnos unos a otros, deseando estar en relaciones con aquellos a quienes aún no conocemos, debe estar en el centro de ese pensamiento.
Cuando entramos en una relación significativa con otro, vemos al Dios en el otro, y todos nos transformamos mutuamente en lo que Dios nos ha llamado a ser, vivimos en todo nuestro potencial como hijos de Dios. En el libro “Los Miserables”, Víctor Hugo escribe: “Amar a otra persona es ver el rostro de Dios”. Nunca se olvide de que el Movimiento de Jesús trata, ante todo, del poder transformador del amor. Esta es una transformación que calma el alma y enriquece el espíritu. Una transformación que nos muestra que no somos olvidados, que somos amados, que somos preciosos a los ojos de Dios, que todos somos hijos de Dios y creados a imagen de Dios.
Hay una historia de una joven seminarista que le pidió consejo a su sacerdote antes de que fuera ordenada, ella esperaba una respuesta teológica profunda a su pregunta. Su respuesta fue “sólo amar a la gente”. Ama a la gente porque, ya sea que sean vecinos cercanos o de todo el mundo, son parte de tu familia, parte de nuestra familia, todos hijos de Dios. Y en este momento, necesitamos estar en relación con los vecinos cercanos y lejanos, por nuestro propio bien y por el bien de toda la familia de Dios. Seguir a Jesús no es complicado, aunque no siempre sea fácil.
Seguir a Jesús puede significar muchas cosas, desde ayudar en comedores populares, a abogar por los marginados, apoyar a los migrantes, trabajar con los niños, los ancianos o los marginados de la sociedad. Si pensamos que un aspecto de seguir a Jesús es más importante que otro, eso es muy subjetivo, pero quizás lo más importante que debemos recordar como comunidad, es que no olvidemos a nadie: la viuda, el huérfano, el prisionero, el rico, el pobre, el desposeído, el desamparado y el hambriento.
Por citar de la sabiduría de los nativos de Hawái y Nueva Zelanda y adaptada por Walt Disney, la palabra Ohana en esencia significa familia y “ser familia significa que nadie se queda atrás, ni se le olvida”, Lilo y Stich
Es importante cuidar al vecino anciano de al lado, cuidar a los pobres en nuestro vecindario, es igualmente importante mirar más allá de nosotros mismos, mirar más allá de nuestro propio contexto cultural y geográfico. Para atender a quienes se encuentran en situaciones económicas desesperadas, a quienes viven en zona de guerra, a quienes son víctimas de la hambruna, a las víctimas de la opresión, a las víctimas de la violencia, a las víctimas de la injusticia y a las personas sin hogar y migrantes del mundo. Como comunidad, como Iglesia Episcopal, es importante para nosotros participar en el Movimiento de Jesús con todos los que podamos. Si hay alguna duda sobre cómo, como episcopales, se nos pide que participemos con nuestras hermanas y hermanos, y siempre podemos regresar a nuestros votos bautismales.
¿Buscarás y servirás a Cristo en todas las personas amando a tu prójimo como a ti mismo?
¿Lucharás por la justicia y la paz entre todos los pueblos y respetarás la dignidad de todo ser humano?
¿Proclamarás por medio de la palabra y el ejemplo las Buenas Nuevas de Dios en Cristo?
Y la gente dice
“Lo haré con el auxilio de Dios”
Amén