Buenas tardes. Mi nombre es Maria Gonzalez, soy de la diócesis de Olympia, y estoy aquí con la presencia oficial de jóvenes. Gracias por permitirme hablar delante de ustedes hoy.
Tengo dieciséis años y soy hija de una familia mixta, de Pensilvania y de un inmigrante mexicano. Mis experiencias como mujer mexicoamericana en los Estados Unidos han formado e influyen en mi vida, mi visión del mundo y mis creencias religiosas de una manera particular y especial. No obstante, afirmo que mi identidad Episcopal influye tanto más en quien soy. Me crié en la Iglesia de St. Mary’s, en la Diócesis de Olimpia, y allí aprendí lo que significa luchar por la justicia y la paz, respetar la dignidad de todo ser humano y amar al prójimo como a mi misma. Pero al mirar a mi alrededor al mundo de hoy es obvio que sufrimos por la falta de amor.
La falta de amor en el mundo es evidente en el racismo, la homofobia, el sexismo y la xenofobia. También lo vemos en las guerras del mundo y en los extremos de pobreza que nos rodean. Creo que la falta de amor se ve más claramente en los abusos de los derechos humanos que ocurren a diario en todo el mundo. Estos abusos suceden en una multitud de formas: en Colorado, una pareja no puede comprar un pastel para su boda porque son miembros de la comunidad LGBTQ+; en Nigeria, las niñas continúan siendo secuestradas por Boko Haram; en el Medio Oriente, hay más de 7 millones de refugiados palestinos y el conflicto israelí-palestino continúa sin resolverse; en la frontera de México y los Estados Unido, niños, niñas y jóvenes migrantes fueron separados de sus familias y no los han reunido con sus padres.
Entonces, ¿cómo podemos nosotros, como Episcopales, mejorar las cosas? ¿Cómo enseñamos el amor? Comienza por hacer un esfuerzo para mostrar que la Iglesia Episcopal verdadera y auténticamente acoge y apoya a toda persona sin condición, especialmente a las mujeres, los jóvenes, las minorías y los miembros de la comunidad LGBTQ+. La inclusividad es clave; debemos expandir el lenguaje de la liturgia para que abarque a todas las personas. Debemos continuar financiando programas para jóvenes y adultos jóvenes. También tenemos que hacer que el balance de género en el liderazgo de la Iglesia sea más que un objetivo, sino una realidad.
La Iglesia Episcopal tiene ministerios increíbles y a través de las personas que forman parte de ellas tenemos la capacidad de cambiar el mundo para siempre. Pero para cambiar no podemos dormirnos en nuestros laurales, ni podemos complacernos con los logros cumplidos. Yo sueño con una iglesia que no teme ser un poco controversial, controversial para el beneficio de la mayoría y para abogar por lo que es correcto en lugar de lo que se nos haga fácil o conveniente. Nuestras acciones incluyen cuestionar las decisiones tomadas en Washington D.C. que carecen de amor y de compasión. Significa utilizar la Oficina de Relaciones Gubernamentales (Office of Government Relations) y la Red Episcopal de Política Pública (conocida en inglés por las siglas EPPN) para que nuestras voces sean llevadas y escuchadas en el centro del poder político de esta nación. En vez de correr aquí y allá para resolver situaciones como siempre lo hemos hecho, hemos de intentar nuevos métodos para influir en la administración gubernamental y ayudar a realizar la política del país en aquellas áreas críticas para nuestras comunidades y para la humanidad.
Recordemos que hemos de tratar a toda persona con la dignidad merecida, aun cuando otros no lo hagan. Somos servidoras y servidores de Dios: las manos y los pies de nuestro Señor Jesús en este mundo. Somos llamados a levantar a los más débiles, a los que no tienen rumbo en sus vidas y a las personas marginadas que se encuentran entre nosotros donde ellas y ellos se encuentren. Somos llamados a servirnos los unos a los otros humildemente y con amor. Es por esto por lo que le ruego a mi Iglesia Episcopal y a sus líderes que continúen proveyendo oportunidades para hacer alcance local, nacional e internacional, y que afirme y apoye financieramente la labor de los Ministerios Episcopales de Migración y de la Agencia Episcopal de Alivio y Desarrollo (Episcopal Relief and Development).
Sé que nada de es fácil. Para ser honesta, el mundo en el que vivimos me asusta porque está lleno de incertidumbre. Pero tengo fe en Dios y una tremenda fe en la humanidad. He sido increíblemente afortunada de haber crecido en una Iglesia que afirma el poder del amor. También tengo la bendición de continuar aprendiendo sobre el amor cristiano que es algo realmente especial; nuestro amor cristiano proviene de las enseñanzas de Jesucristo. Nos dice Jesús que tener amor es sufrirlo todo, creerlo todo, esperarlo todo, soportarlo todo. Es un amor que no termina.
Por favor, no olviden el llamado a caminar en amor, porque solo a través del amor y de ser amados podemos enseñar a otros lo que es el amor. Es solo a través del amor que podemos esperar vivir en unidad y armonía como Dios quiso. Mientras nos esforcemos por mejorar este mundo lo lograremos. Les recuerdo que cuenten con nosotros, los jóvenes. Soy parte de una generación apasionada. Vivimos entusiasmados y renovadas por el movimiento de Jesús – tenemos fuego en nuestros corazones. Somos los futuros líderes de la iglesia y del mundo, y somos líderes hoy también. Estamos aquí para ayudar. Gracias.