Sermones que Iluminan

Vigilia Pascual (B) – 3 de abril de 2021

April 03, 2021

LCR: Salmo 114, Romanos 6:3-11, Marcos 16:1-8

Amados hermanos y hermanas. Nos reunimos en vigilia y oración, ante un sepulcro vacío, para celebrar que “nuestro Señor Jesucristo pasó de muerte a vida: […] ésta es la Pascua del Señor, en la cual, escuchando su Palabra y celebrando sus Sacramentos, compartimos su victoria sobre la muerte” (LOC p. 205). En actitud vigilante, bendecimos a Dios por el misterio Pascual en el que hemos sido sepultados con Cristo en su muerte y somos levantados ahora con él, para la vida eterna. Ya no contemplamos en silencio y expectación un sepulcro vacío; esta noche -o madrugada- luminosa y gloriosa, asumimos una actitud vigilante, alerta y despierta al proclamar su victoria sobre la muerte.

La liturgia de hoy nos ofrece dos lecturas sobre este “estar en vigilia” ante el milagro de un sepulcro vacío. En primer lugar, la Carta del Apóstol Pablo a la comunidad en Roma, nos recuerda que “por el bautismo fuimos sepultados con Cristo”. ¿Qué significa esto respecto a la actitud vigilante del creyente? Sin dudas, el Apóstol está hablando de las exigencias mínimas de la nueva vida en Cristo resucitado. A través del sacramento del bautismo sepultamos el pecado en nosotros y nacemos a una nueva vida. Y esto, no en una comprensión bautismal de espiritualidad intimista de renuncia del ser, sino como nacer a una nueva forma de vivir el Evangelio en nuestra cotidianidad movidos por el Espíritu, que es la auténtica espiritualidad evangélica. Nos unimos a Cristo, muriendo para vivir, pues “Si nosotros hemos muerto con Cristo, confiamos en que también viviremos con él”. La celebración de esta vigilia Pascual, que nos sitúa en perspectiva del paso de la muerte a la vida, nos insta hoy a asumir un verdadero compromiso con la superación del pecado en el mundo y su lógica de muerte; invita, de pie ante un sepulcro vacío, en victoria ante el sufrimiento y la muerte, a convertirnos en testimonio vivo del amor, la justicia, la entrega solidaria a nuestros prójimos, la lucha por la dignificación humana y la sanidad de los ecosistemas.

Por su parte, el evangelio de Marcos nos presenta una narrativa del sepulcro vacío a través del testimonio de tres mujeres vigilantes. Mientras los discípulos varones se esconden paralizados por el temor a los judíos, allí están María de Magdala, la más importante discípula de Jesús según consta en los testimonios evangélicos y de los Padres de la Iglesia, María la madre de Santiago, y Salomé. Aun en un contexto de predominio patriarcal, dentro y fuera de la primera comunidad de creyentes, en el más antiguo de los evangelios canónicos, estas mujeres sobresalen como protagonistas-testigos de la Resurrección y como modelos del seguimiento a Jesús.

Pero ¿cuál es la actitud de vigilia que se evidencia en estas mujeres? Ellas habían estado a los pies del Maestro en la cruz y más tarde se habían sentado expectantes ante el sepulcro. Evidentemente se encontraban tristes y apesadumbradas como discípulas que amaban al Señor y eran amadas por él, pues le habían visto padecer y morir injustamente. Seguramente esa noche recordaban todo cuanto le habían escuchado decir sobre el Reino de amor y cuánto le habían visto hacer andando a su lado por los caminos de Galilea y Judea. Evidentemente, se les hacía difícil creer que él hubiera sido asesinado de forma tan vil a pesar de tanto bien que había hecho a muchas personas. Todo parecía un mal sueño del que deseaban despertar.

Sin embargo, allí estaban: vigilantes y alertas aun en medio de su aflicción; yendo a comprar las mejores esencias y yerbas aromáticas que encontraron en el mercado, como era la costumbre; dirigiéndose con sus especias y paños a perfumar el cuerpo del Maestro, una vez pasado el sábado con sus estrictas leyes de reposo. No se quedan anonadadas, sino que piensan y actúan interpeladas por las circunstancias, sobre cómo remover la piedra de la entrada del sepulcro. El evangelio de hoy tampoco las presenta como simples seguidoras u oidoras de Jesús, sino como auténticas ministras de lo sagrado, mujeres que ungen y purifican el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo. Se reconoce en María de Magdala –quien no es prostituta arrepentida, ni esposa, ni madre de nadie, sino que es presentada por su lugar de origen- la lideresa y discípula indiscutible. Ella encabeza el grupo siendo la primera en ser nombrada, según el pensamiento semita donde el lugar define la importancia de la aludida o aludido. No es algo casual que ellas sean las que se mantienen allí en el sepulcro, vigilantes y actuantes, sino significativo y relevante en términos de esta narración evangélica semita.

Hasta ese momento quizás ellas no habían comprendido en toda su profundidad que el proyecto de Jesús era un proyecto de hacer, actuar y transformar para reconfigurar nuevas relaciones. Pero atravesar tan de cerca y tan comprometidamente el camino de cruz-resurrección, en permanente vigilia y actuación comprometida, les abrió los ojos para recomenzar una vida nueva y transformada. Ellas son las primeras que tejen una nueva relación de discipulado y seguimiento, un cambio radical de perspectiva ya no como simples expectantes y oyentes de la Palabra de vida, sino como discípulas activas, resucitadas con él y llamadas a actuar como Jesús, y a hacer aquello que el Maestro hizo. A ellas se les da el encargo de ir y anunciar la resurrección del Señor al resto de los discípulos.

Como cristianos y cristianas a veces nos hemos perdido en nuestros discursos teóricos que nos distancian de lo central que es la experiencia personal y comunitaria con el Resucitado; esa vivencia profunda con Cristo es lo que estas discípulas han experimentado. Su actitud vigilante, su permanencia en la fe actuante y transformadora, les abre la posibilidad de escuchar y comprender el mensaje de la resurrección: “ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron”. Que ante ese lugar, el sepulcro vacío, permanezcamos vigilantes y actuantes para transformar la muerte en vida a nuestro alrededor; que en esta vigilia decidamos afrontar la enfermedad y muerte con el valor de estas tres mujeres discípulas y ministras que no huyen ante ellas; que seamos capaces de reconocer el protagonismo de las mujeres tanto en el ministerio apostólico de Jesús como en la primera iglesia cristiana y superar la deuda histórica con los ministerios femeninos, reconociendo en nuestras hermanas su vigilancia permanente por la salud y el bienestar en nuestras familias, comunidades e iglesias y su compromiso con la realización del Reino de Dios. Amén.

La Rvda. Loida Sardiñas Iglesias es presbítera ordenada en la Iglesia Episcopal Anglicana, Diócesis de Colombia, donde ejerce su ministerio en la Misión San Juan Evangelista. Es Doctora en Teología por la Universidad de Hamburgo y profesora de la Pontificia Universidad Javeriana en Bogotá. Sus áreas de interés son Teología Sistemática, Ecumenismo, Ética.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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