Vigilia Pascual – 16 de abril de 2022
December 21, 2024
LCR: Romanos 6:3–11; Salmo 114; San Lucas 24:1–12
Es la mañana después de la gran tragedia, la muerte del Maestro, la muerte de aquel que ellos esperaban iba a traer la liberación, tal como había sido prometido por los profetas del tiempo antiguo. Los discípulos, estaban allí y presenciaron la humillación que su maestro experimentó. Estuvieron presentes cuando aquel que predicó e hizo milagros y compartió vino con ellos, gritó: ¡tengo sed! Presenciaron el gran grito, el terremoto, la oscuridad y finalmente la muerte de su Señor.
Después de haber vivido todo eso, podemos imaginarnos el estado de ánimo de los seguidores de Jesús. Todas sus esperanzas quedaron frustradas. Estaban escondidos, confundidos y reunidos lamentando su pérdida. Su dolor estaba mezclado de preocupación, temor de ser capturados y de correr la misma suerte que su Maestro.
Como nos relata el evangelio de hoy, las mujeres deciden cumplir con la tradición y, después del día de reposo, se dirigen al sepulcro para embalsamar al difunto. Pero las cosas dieron un giro de más de 360 grados para estas fieles seguidoras de Jesús. Fueron en busca de un cuerpo sin vida y encontraron el gran mensaje que nos da vida: el sepulcro vacío. El mensaje del triunfo de la vida sobre la muerte.
María Magdalena, Juana, María madre de Jacobo y las demás mujeres no dudaron las palabras de los varones que se les aparecieron para darles la buena nueva de la resurrección de Jesús. Creyeron y recordaron las palabras que Jesús les había dicho cuando estaba predicando entre ellos. Y entonces estas mujeres automáticamente se convierten en debutantes de la gran obra misionera encomendada a todos los que creen: ¡Evangelización!
¡Sí! Fueron estas seguidoras del Señor las que se acercaron a los discípulos y compartieron la experiencia del resucitado. Los discípulos no les creyeron, pero eso no les impidió el trasmitir el mensaje.
Es nuestra responsabilidad como cristianos de hoy continuar repitiendo la historia con el mismo gozo y certeza con que fue compartida miles de años atrás por estas fieles mujeres.
El mensaje central de nuestra fe está basado en el triunfo de Jesús sobre la muerte. Su divinidad queda reflejada por su trascendencia sobre este mundo terrenal. Él no fue sólo un buen hombre con mucho que enseñar. Fue el mismo Dios encarnado, sacrificado y resucitado para la salvación de todos los que creen en él.
La resurrección fue el acontecimiento que marcó los siguientes pasos en la vida de los apóstoles y, por consiguiente, en la historia de la Iglesia. Por esa verdad recibieron poder y valentía para llevar el mensaje a todos los pueblos conocidos. Pero fue también el elemento que los mantuvo unidos como comunidad. El hecho de la resurrección de Jesús confirmó la misión que ellos tenían por delante como seguidores de Jesús. Si el Maestro no hubiese resucitado se hubieran esparcido y sus días, como peregrinos, hubiesen sido solamente recuerdos de intensas caminatas, extraordinarias enseñanzas y buena confraternidad.
Si Pedro no hubiese regresado de la tumba maravillado por la experiencia del sepulcro vacío, el sermón que proclamó el día de Pentecostés -cuando el Espíritu Santo fue derramado sobre la Iglesia-, nunca hubiese sucedido. Ese día miles de personas se arrepintieron y fueron bautizadas. Por eso, decimos que fue un acontecimiento decisivo e importante en la historia de la salvación. Un mensaje que continúa vigente y vibrante para nuestras comunidades de fe y para todos los que creen.
¿Cuántos de nosotros recibimos cupones de tiendas o vemos comerciales que promueven un 75% de descuento en mercancías clasificadas? ¿Cuántos de nosotros llamamos a nuestros amigos y hacemos “propaganda gratuita” para estos establecimientos comerciales porque tienen una buena oferta? Probablemente muchos de nosotros. Ahora bien, ¿cuántos de nosotros compartimos con entusiasmo el misterio de la resurrección y las buenas nuevas que celebramos cada vez que nos reunimos en comunidad? Compartimos el pan y el vino recordando el sacrificio de Jesús y la gran esperanza de vida eterna que hemos recibido mediante su resurrección.
¡Proclamemos el mensaje de la resurrección! Recordemos a aquellos en necesidad espiritual que, de la misma manera que Dios Padre removió la piedra del sepulcro, Él puede remover cualquier piedra en nuestras vidas que nos impida crecer como hijos e hijas de Dios. Dios tiene poder sobre la muerte y nos trae a la vida en abundancia en Cristo. Mediante nuestro bautismo, nos recuerda la muerte al pecado y la resurrección a la vida eterna.
Que Dios nos bendiga y que esta estación de Pascua que iniciamos hoy sea una oportunidad más para proclamar y celebrar la vida que recibimos en Cristo Jesús.
¡No olvide suscribirse al podcast Sermons That Work para escuchar este sermón y más en su aplicación de podcasting favorita! Las grabaciones se publican el jueves antes de cada fecha litúrgica.