Vigilia Pascual – 2020
April 11, 2020
La liturgia de la Vigilia Pascual es sin duda una de las más ricas en teología y una de las más bellas de la Iglesia. Y, aunque seguramente este año no podrá presenciarse en muchos de las iglesias de nuestro continente, todo el ambiente que se crea tradicionalmente habla de un gran acontecimiento: la decoración del altar, la entrega de velas a las personas que asisten a la celebración, la Iglesia a media luz o completamente a oscuras, las vestimentas utilizadas por los ministros participantes, el encendido comunitario de las velas y luego el Cirio Pascual abriéndose paso acompañado por el pregón Pascual cantado o recitado por el ministro de turno. ¡Qué escena y qué manera de expresar el sentir del corazón en una noche como ésta! Dicha liturgia es, en sí misma, un canto de esperanza que los cristianos elevamos al mundo recordándole que Cristo vive, que venció la muerte y que la tumba no es el destino final para el que en Él cree.
Como bien lo dice el Pregón Pascual “Ésta es la noche cuando todos los que creen en Cristo son librados de la oscuridad del pecado y son renovados en la gracia y la santidad de vida; ésta es la noche cuando Cristo rompió las cadenas de la muerte y del infierno, y desde el sepulcro resucitó victorioso.” Estas palabras del Pregón llevan consigo una fuente de energía capaz de echar a andar cualquier objeto no importa qué tanto pese; puede también echarnos andar a nosotros. Esa fuente es Cristo.
El pasaje del evangelio de San Mateo de esta noche nos ofrece dos momentos que pueden ayudarnos a iluminar la reflexión en el contexto de esta Vigilia Pascual y fijar la atención en el mensaje que queremos llevar no sólo para consumo nuestro sino también para compartir con otros, pues es así, y poniendo en práctica la Palabra, como efectivamente proclamamos al Jesús que llevamos dentro.
La primera reflexión la podemos hacer a partir de las palabras del ángel a las mujeres que fueron de madrugada a ver el sepulcro: “No tengan miedo. Yo sé que están buscando a Jesús, el que fue crucificado, no está aquí, sino que ha resucitado…”. “No tengan miedo.” Estas palabras son reconfortantes cuando vienen de una voz humana cuyo único propósito es ayudarnos a controlar nuestra respuesta emocional a todo aquello que, precisamente por no conocer o no entender, nos intimida y hasta nos crea pánico; pero son mucho más reconfortantes cuando las oímos de un enviado de Dios o de Dios mismo. Jesús las usa varias veces en sus diálogos con sus discípulos instándolos a no dejar que nada los desanime ni les fuerce a apartarse del sendero de la misión.
Y es, a no tener miedo, la exhortación de Dios por medio del ángel, para los cristianos y cristianas de hoy, pues la amenaza a la salud y a la vida de millones de personas en el mundo, por la tragedia pandémica del Covid-19, puede llegar a ponerlos frente a la aparente victoria del sepulcro y la desesperanza; a esto sumamos la crisis social, económica y espiritual que conlleva una tragedia de estas magnitudes. Pero, a pesar de la angustia, Dios nos dice hoy: “no tengan miedo.” Escuchar estas palabras en una noche como ésta no es nada menos que una invitación del mismo Jesús, cuya victoria venimos a celebrar y proclamar esta noche, a que acabemos de una vez por todas con los miedos que nos inhiben e impiden que hablemos libre y proféticamente de nuestros males y los desafíos que obstaculizan el establecimiento del reino de Dios y el florecimiento de la buena noticia de Jesucristo entre nosotros. “No tengan miedo” son tres palabras que bien pueden servirnos para mitigar nuestra ansiedad y la de otros ante la amenaza de un agente de enfermedad y muerte como el Coronavirus extendido por todo el mundo.
Las palabras del ángel a las Marías, de las que habla el pasaje de Mateo, parecen calmarlas y prepararlas para el reencuentro con Jesús resucitado. ¿Nos calman también a nosotros estas palabras?
La segunda reflexión la podemos hacer con base en las palabras de Jesús a las mujeres cuando se encontraron con Él: “No tengan miedo. Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea y allí me verán.” Es curioso que, en el relato de Mateo, tanto el ángel como Jesús, envían a las mujeres a comunicar un mensaje que es mucho más grande que ellas: “Vayan pronto y digan a los discípulos: “Ha resucitado”. La rapidez de los acontecimientos no nos permite pensar que las Marías tuvieran tiempo para otra cosa que no fuera llevar la noticia de la resurrección de Jesús, como si de eso dependiera, y en realidad dependía, todo lo que pasaría después. Estas mujeres saben que no tienen tiempo para contemplar indefinidamente el brillo de la vestimenta del ángel ni para quedarse aferradas a los pies de Jesús, la ocasión requiere acción y hay que ponerse en movimiento. No es difícil imaginar que la palabra del ángel “vayan”, así como la de Jesús “vayan”, hayan creado un sentido de prisa y de misión. Hay en ellas un sentido de urgencia, el mismo que caracteriza los primeros años del movimiento de Jesús lidereado por sus discípulos y que estableció las bases para el desarrollo del cristianismo y la evangelización efectiva.
Hoy es tiempo para que, como aquellas mujeres de Jerusalén, anunciemos la vida en medio de la pandemia; para que hablemos libre y proféticamente de los abusos que estamos cometiendo contra la naturaleza que Dios nos encomendó cuidar; para denunciar la opresión que a diario cometemos unos contra otros, sean ellos inmigrantes acampados en las fronteras, ilegales sin acceso a los beneficios del Estado, trabajadoras domésticas y jornaleros abusados por sus patrones. Ésta es una noche para renovar nuestras promesas bautismales, reafirmar nuestro compromiso con la justicia y recargar la energía de nuestra fe. Ésta es la noche para reconocer y abrazar nuestro papel de misioneros y misioneras, y despertar mañana con esa mentalidad, dispuestos a testimoniar el amor de Dios manifestado en la persona de Jesús.
Una noche como ésta nos ofrece, finalmente, la oportunidad para escuchar las palabras: “vayan a decir a mis hermanos…” esta vez, dirigidas a nosotros porque es nuestro turno para hacerlo; porque somos el relevo de los que lo hicieron antes y porque Jesús cuenta con nosotros para seguir dando a conocer a todos la verdad sobre él, su mensaje y su resurrección.
Que seamos presencia del amor del resucitado en cualquier lugar donde nos encontremos. Amén.
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