Viernes Santo – 2023
April 07, 2023
La liturgia y celebración del Viernes Santo pone al centro la cruz y pasión de Jesús. Las lecturas nos confrontan con el misterio del sufrimiento, sacrificio, y muerte dolorosa y voluntaria de Jesús. Desde la profecía de Isaías, que describe al siervo sufriente, hasta la narración de la pasión de Juan, donde somos testigos de la traición, negación, condena y muerte en cruz, podemos encontrar un hilo conductor común: en obediencia al Padre, Jesús sufre y experimenta el dolor humano hasta el extremo de entregar su vida en una cruz por nuestra salvación y para demostrarnos el amor extremo de Dios.
El Viernes Santo es un día cargado de una mezcla de emociones; participamos en una celebración que nos recuerda la muerte de Jesús, el Hijo de Dios. El “Emanuel”, “Dios con nosotros”, que tomó nuestra naturaleza humana y se hizo hombre por el poder del Espíritu Santo en el vientre de María la virgen, se entrega completamente por nuestra salvación. En este día comprobamos que el amor de Dios es verdaderamente sin límites: “Dios no nos negó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros”. (Romanos 8:32).
El Viernes Santo es un día que fluctúa entre la tristeza y la esperanza. De una parte, experimentamos la tristeza al reconocer que Jesús, el inocente, es injustamente condenado y ejecutado “Aunque nunca cometió ningún crimen ni hubo engaño en su boca”, como escuchamos del profeta Isaías. Esta tristeza es fundamentada porque en la traición, negación, condena y muerte de Jesús, encontramos a las víctimas que actualmente, o a través de la historia, han sido injustamente condenadas o sacrificadas por complacer a personas o comunidades que claman a muerte la vida de los inocentes. Siempre hay corruptos que piden a gritos la sangre de los justos. Como leímos en el Salmo: “Porque jaurías de perros me rodean, y pandillas de malignos me cercan; horadan mis manos y mis pies; contar puedo todos mis huesos”. En la pasión y la cruz de Jesús encontramos a los innumerables justos que sufren y son condenados al dolor sin razón.
La tristeza es real porque Jesús es el cumplimiento de la profecía dolorosa de Isaías: “Como a alguien que no merece ser visto, lo despreciamos, no lo tuvimos en cuenta. Y sin embargo él estaba cargado con nuestros sufrimientos, estaba soportando nuestros propios dolores”. Ese desprecio del que habla el profeta es parte de la respuesta humana al amor de Dios. Lejos de ser una historia del pasado, el Viernes Santo lo vivimos de manera personal y comunitaria, en la forma como nos relacionamos con Dios a través de Jesús.
La tristeza a nivel personal, entonces, es por el reconocimiento de nuestro propio pecado, más allá de escuchar o juzgar lo que hizo Judas, Pedro, Pilato o los judíos; cada uno de nosotros al reconocer y aceptar su propio pecado puede entender con sinceridad cómo traiciona, condena y crucifica nuevamente a Jesús hoy en día. Basta hacer un examen veraz de nuestra coherencia cristiana para descubrir con qué frecuencia somos nosotros los que gritamos con nuestras acciones y palabras ¡Crucifícalo! Y no obstante esto nos provoca vergüenza, repulsión o angustia. Son nuestras infidelidades, desobediencias y pecados los que siguen crucificando a Jesús.
La tristeza también se manifiesta a nivel comunitario al verificar que de una u otra manera la extensión de nuestros pecados contribuye al desorden cósmico y social. Racismo, explotación, violencia, discriminación, manipulación, la poca conciencia ecológica, entre muchos otros males, son expresión de un cristianismo desencarnado, muchas veces hipócrita o solamente ritualista que no pone a Dios o al prójimo como prioridad. El Viernes Santo denuncia cómo la paz y la reconciliación que Dios nos brinda en Jesús no siempre es aceptada porque queremos un cristianismo sin cruz y sin sacrificio.
Al mismo tiempo, el Viernes Santo es un día de esperanza. Aunque parezca contradictorio e ilógico para nosotros, es por medio de la muerte de Jesús que Dios nos demuestra su amor. La cruz de Jesús es nuestra puerta al cielo: “Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna”. (Juan 3:16). La manera como Dios dio a su Hijo fue en la cruz. En la muerte obediente Jesús cumple el plan de salvación del Padre. Si bien Jesús sufrió de una manera intensa y se sintió abandonado al punto de exclamar “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?”, como un reclamo al Padre, nos confirma que la obediencia fiel de Jesús a Dios produjo frutos de los que hoy nosotros podemos gozar.
Jesús al ser inmolado y ofrecerse voluntariamente carga y recibe sobre sí mismo todo el pecado del mundo. Por esta razón el Viernes Santo es un día de esperanza. Jesús cargó también nuestro pecado y con su sangre pagó el precio de nuestra redención. Ya Jesús pagó con su vida por nuestro rescate, su sacrificio es suficiente.
El Viernes Santo es un día de esperanza porque “el castigo que sufrió nos trajo la paz, por sus heridas alcanzamos la salud”. (Isaías 53:5). A pesar de nuestras infidelidades y pecados podemos entrar en comunión con Dios por medio de la cruz de Jesús y gozarnos en la paz y el amor que Dios tiene por nosotros. El Viernes Santo nos recuerda que Jesús es el Cordero de Dios. Así como la sangre de los corderos cubrió y protegió a los Israelitas en la noche de la Pascua, la sangre de Jesús es vida nueva y eterna para todos los creyentes.
“Después de tanta aflicción verá la luz”, leímos en Isaías. La cruz que Jesús cargó es instrumento de liberación y vida nueva. Fue por esa cruz que él experimentó la resurrección. La cruz de Jesús es nuestra esperanza. Al cargar nuestra propia cruz y seguir obedientes los pasos de Jesús declaramos que creemos en un futuro de comunión con Dios, que caminamos hacia ese lugar donde viviremos en paz y sin dolor para siempre, como vive Jesús a la diestra del Padre. Amén.
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