Viernes Santo – 2022
April 15, 2022
LCR: Isaías 52:13-53:12; Salmo 22; Hebreos 10:16-25; San Juan 18:1-19:42
El Viernes Santo es un día de profunda reflexión para todos los cristianos y cristianas. En este día recordamos la escena del Getsemaní, cuando Jesús fue entregado a hombres crueles y llevado ante las autoridades judías para justificar lo que de antemano habían planificado: la muerte de Jesús bajo la acusación de haberse llamado el rey de los judíos. La historia se acerca a su gran final. Ahí estaba el Cordero, representando el reinado y la humildad, la sangre de un inocente que habría de ser derramada en una cruz como sacrificio perpetuo para el bien de todos.
Este hecho histórico es el germen de una nueva forma de vida. Así lo expresa la epístola a los Hebreos: “ahora podemos entrar con toda libertad en el santuario, gracias a la sangre de Jesús, siguiendo el nuevo camino de vida que él nos abrió a través del velo, es decir, a través de su propio cuerpo”, para salvarnos del pecado y darnos una vida nueva. Esta celebración nos invita a recordar a Jesús en su camino hacia el calvario, meditando en la maldad que puede abrigar el corazón humano, tratando de entender la bondad sin límites de un Dios que se empeña en rescatar al ser humano mediante el sacrificio de su Hijo amado, como señala el profeta Isaías: “Todos nosotros nos perdimos como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, pero el Señor cargó sobre él la maldad de todos nosotros.”.
Pero con Cristo, la cruz que antes era un signo de muerte se ha convertido en uno de victoria. Con todo, veintiún siglos después, seguimos celebrando que el mensaje de la cruz es locura para los que se pierden, pero poder de Dios para los que creen y buscan la salvación. La profecía de Isaías refuerza nuestra fe cuando expresa que en el mensaje de la cruz hay sufrimiento, pero también la gloria de un fiel servidor, el cual recibirá los honores merecidos. La muerte de Jesús fue un hecho real que recordamos con tristeza; sin embargo, nos anima a entender que, mediante su sacrificio, Dios mostró a la humanidad un amor incondicional que restaura la vida de cualquiera que acepta seguir al Salvador y cargar su cruz cada día.
Las escenas que recordamos en esta celebración de Viernes Santo presentan una multitud que seguía a Jesús y le aclamaba como Rey para luego, sin ninguna contemplación, también exclamar: “crucifícalo”. Se trata de una multitud manipulada y confundida por quienes ostentaban el poder, por quienes al final lograron matar al Hijo de Dios. Muchas veces cuestionamos si el sacrificio de la cruz ha cambiado la mente de la multitud. Seguimos viviendo en un mundo de egoísmo, donde las autoridades viven sus privilegios y tienen todo mientras muchos no tienen nada. Ciertamente estamos ante el mundo y sus caprichos. El desafío para la Iglesia es hacer la diferencia y que sea notable; que todos puedan apreciar y entender que el sacrificio de la cruz tiene un valor incalculable en la vida de muchos hombres y mujeres quienes, con su manera de vivir, rinden honor al que hoy es el Rey de reyes y el Señor de señores: Jesús, el Salvador.
Y es que muchos siguen confundidos, equivocados o consumidos por el pecado. La vida sin Cristo es una vida sin luz, gozo, pureza, verdad. La vida cristiana, por el contrario, está marcada por nuestra participación en las cosas de Dios, por nuestro compromiso y amor por la Iglesia, en el ministerio de la colaboración y en la sagrada obligación de compartir la buena noticia. En la cruz de Cristo no sólo está colgado su padecimiento, también está colgada la salvación de este mundo y, de manera especial, la redención individual de todo el que quiere vivir en libertad cumpliendo la ley del amor.
Infortunadamente, después de un par de milenios, aún vemos muy poca diferencia entre los que condenaron a Jesús y las actitudes presentes en la sociedad de nuestros tiempos: continúan los problemas de orden público y las guerras, la injusticia impera en el manejo de la economía, vivimos una crisis en los valores éticos y morales, aún hay división en el cristianismo, etc. Hasta muchos podrían preguntarse: ¿valió la pena el sacrificio del Hijo de Dios? En medio del aparente desaliento, los cristianos estamos seguros de que hay un plan de Dios para redimir al ser humano; nos queda la esperanza de que cada día puede ser mejor si dejamos nuestras vidas bajo la dirección divina.
La Iglesia se reúne cada Viernes Santo en acto solemne para meditar y dar vida a la pasión de nuestro Señor. No para llorar la muerte de Jesús en la cruz ni para lamentar su padecimiento, sino para entender su sacrificio y podamos, de esta forma, cambiar nuestras vidas alejándonos del pecado, la maldad y toda clase de inmoralidad que nos aparta del camino de Dios.
Las siete palabras de Jesús en la cruz son palabras maravillosas y llenas de significados para todos los cristianos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”; “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”; “Mujer, ahí tienes a tu hijo… Ahí tienes a tu madre”; “Eloí, Eloí, ¿lemá sabactani?” (que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”)”; “Tengo Sed”; “Todo está cumplido”; y “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’’. La invitación es a meditarlas como palabras de amor, de vida, recordando el mandamiento: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”.
Que cada una de estas meditaciones estén guiadas por el Espíritu Santo y que encontremos en ellas el verdadero sentir cristiano. Hagamos práctica lo que nos dice la epístola a los Hebreos, acerquémonos a Dios con corazón sincero, con fe inquebrantable, limpios en nuestros corazones y lavados nuestros cuerpos con agua pura. Mantengámonos firmes, sin dudar, en la esperanza de la fe que profesamos, porque Dios cumplirá la promesa que nos ha hecho. Busquemos la manera de ayudarnos unos a otros a tener más amor y a hacer el bien. No dejemos de asistir a nuestras reuniones y animémonos unos a otros. Así, veremos que el día del Señor se acerca. Amén.
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