Último Domingo después de la Epifanía (B) – 2018
February 12, 2018
La Iglesia Episcopal dentro y fuera de Estados Unidos celebra el domingo de Misión Mundial. Junto a cristianos y cristianas de todo el mundo oramos por la misión de Dios en nuestras iglesias y comunidades, la cual, según el catecismo de la Iglesia es “restaurar a todos los pueblos a la unión con Dios y unos con otros en Cristo”.
Hoy es el último domingo de la Epifanía. Estamos a pocos días de dar inicio a la estación de Cuaresma con la liturgia del Miércoles de Ceniza. La primera lectura tomada del Segundo Libro de Reyes nos describe la partida del profeta Elías, que es llevado al cielo en un carruaje de fuego bajo la mirada del profeta Eliseo, discípulo de Elías.
La historia de Elías ha cautivado a generaciones de cristianos a lo largo de la historia. En este profeta se combinan los dones de la profecía y de la contemplación del misterio de Dios. En relatos previos al que hoy escuchamos, se nos dice que este profeta permanece fiel al verdadero Dios a pesar de que en Israel muchos se entregaron a servir a otros dioses. La voz, la firmeza y la ira de Elías se hicieron sentir aun en la corte del rey Ajab, quien con su esposa Jezabel rendían adoración al dios Baal. La fidelidad de Elías fue tal que tuvo la dicha de contemplar la presencia de Dios en una cueva del monte Horeb. El pasaje bíblico que hoy escuchamos resume la vida de Elías. Es el profeta entre los profetas, es el maestro de Eliseo, quien al verle subir exclama: “¡Padre mío, padre mío, que has sido para Israel como un poderoso ejército!”
Es así como para nosotros hoy día, la figura del profeta Elías es un modelo digno de imitar. Al igual que en los tiempos de Elías, hay muchos que adoran dioses falsos. Son los adoradores del poder y de la fama; dioses que esclavizan al cuerpo y al alma. Es por esto por lo que se le invita al cuerpo de Cristo alzar la voz, como lo hizo Elías, ante una sociedad que promueve el consumo desmedido y el culto al cuerpo. Elías nos recuerda que solo en el silencio se puede sentir la “suave brisa” de la presencia de Dios que pasa frente a nosotros. El profeta Elías ha sido rebautizado como San Elías por cristianos que lo vinculan estrechamente a Cristo en el momento de la Transfiguración del Señor.
El apóstol Pablo continúa con el tema de los dioses falsos. Nos habla del “dios de este mundo”, el dios que impide acercarnos a la contemplación de la gloria de Dios, la cual brilla en la persona de Cristo. Para Pablo la predicación del evangelio es destacar la gloria y el poder de Dios manifestado en Jesucristo. En su carta dice que “no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor”. Pablo recuerda a los cristianos de su tiempo y a las futuras generaciones que tienen como centro de la predicación la obra de Cristo y no las obras de los líderes de las instituciones religiosas. Los líderes de la Iglesia somos siervos de Cristo. La obra le pertenece a Él; nosotros y nosotras en la comunidad cristiana somos los instrumentos que el Señor ha escogido para realizar su obra en el mundo. Se nos invita a ser luz para otros, sin olvidar que la luz proviene de Cristo y nosotros somos cual cristales que damos paso a la luz que Cristo ha puesto en nuestros corazones.
El mensaje de Pablo es para las comunidades cristianas que en todos los tiempos están llamadas a mostrar la bondad y la misericordia de Dios por medio de Jesucristo. La Iglesia en el tiempo presente debe presentar a Cristo como la razón fundamental de nuestra adoración. De no hacerlo así corre el riesgo de predicarse a sí misma y sufrir con vergüenza los errores de quienes la formamos. La reacción de rechazo de las nuevas generaciones frente a las instituciones religiosas tiene su base en el hecho mismo de que se destaca más la obra de los hombres y mujeres que servimos en la institución religiosa, que la obra de Cristo.
En el evangelio de hoy se relata el episodio de la Transfiguración del Señor. El Señor Jesús, en lo alto de un monte, se encuentra con Moisés y Elías, figuras monumentales del pueblo hebreo. Este episodio de la vida de nuestro Señor Jesucristo se conoce como la Transfiguración. Nuestro Señor Jesucristo se transfigura e irradia una luz tan blanca que no hay en la tierra un equivalente de esa luz. Desde una nube se oyó una voz que dijo: “Este es mi Hijo amado: escúchenlo”. Los evangelios de Mateo, Lucas y Marcos nos describen por igual el momento de la Transfiguración del Señor. Testigos de este acontecimiento son los apóstoles Pedro, Juan y Santiago, que invadidos por una paz que proviene de lo alto, piden al Señor permanecer en el monte junto a Elías y a Moisés. Le dicen: “Maestro, ¡qué bien que estemos aquí! Vamos a hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Los cristianos de hoy no somos diferentes a Pedro, Santiago y Juan. También pediríamos al Señor permanecer en lo alto del monte gozando de esa paz que no da el mundo. Nuestras vidas en el mundo siempre nos traen a esta realidad donde usamos la oración para entregarnos a los brazos del Señor y disfrutamos de su presencia. De igual manera cuando nos encontramos con los demás en la iglesia, alabamos y glorificamos a Dios con himnos y oraciones que nos ponen en contacto con la presencia de su Santo Espíritu. Al igual que los apóstoles, queremos que esos bellos momentos de encuentro con el Señor no terminen. Sin embargo, tenemos que aceptar que vivimos en un mundo que niega a Cristo de muchas maneras. Es en este mundo donde nuestro testimonio de vida cristiana debe hacerse notar tanto en el servicio como en el cumplimiento de las diferentes misiones que Dios nos asigna en nuestros variados estilos de vida. Los padres viviendo el compromiso de educar a los hijos en el conocimiento del amor de Dios, los jóvenes creciendo en sabiduría y respeto de sus semejantes y los que sirven en la comunidad cristiana colaborando en conjunto para alcanzar la meta de atraer a otros a Cristo.
Algunos pensarán que no es posible alternar la oración con la acción. Es importante recordar nuevamente al profeta Elías. Como profeta alzó la voz y llevó el mensaje de Dios a todos los de su tiempo. Pero aun en medio de los afanes de su vocación profética, también tuvo intensos momentos de oración que le permitieron sentir muy de cerca la presencia de Dios. Si el profeta Elías fue capaz de lograrlo, también nosotros podemos combinar la oración y la acción en nuestra vida cristiana. Bien lo dijo san Benito de Nursia: “Ora y trabaja”.
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