Sermones que Iluminan

Transfiguración – 2023

August 06, 2023

LCR: Éxodo 34:29–35; Salmo 99 o 99:5–9; 2 San Pedro 1:13–21; San Lucas 9:28–36

Sin lugar a duda, uno de los personajes bíblicos más fascinantes es Moisés. Su vida está llena de contrastes, altos y bajos, luces y sombras, sueños y pesadillas forjadas por su propio contexto. En ocasiones Moisés evoca la presencia del Dios solidario y libertador, el de la historia que fielmente camina con su pueblo rumbo a una tierra prometida, la de la abundancia, donde la leche y la miel corren como ríos; en otras ocasiones Moisés vive con amargura, pasa malos ratos, y hasta llegar a renegar de Dios y su pueblo. Este breve sumario de la vida de Moisés nos puede hace pensar en dos palabras que forman parte de la dinámica central de muchas historias bíblicas y de nuestra propia historia de salvación: revelar y rebelar.

Con “revelar” entendemos la acción de mostrar algo que estaba escondido; lo que era misterioso ahora es claro, lo que estaba oculto se ha tornado transparente. En el caso de Dios, la revelación se trata de Dios mismo manifestándose a la humanidad: Dios se muestra a sus elegidos, a su pueblo, se “auto-revela”.

La palabra “rebelar” (de hecho, suena casi igual a revelar), se relaciona con otras como rebelión, rebeldía o rebelde. Es el acto humano que manifiesta oposición, desacuerdo, desacato, insubordinación, desobediencia. Rebelión puede connotar algo positivo cuando hablamos de oposición a las injusticias. Pero, la rebelión humana en la Biblia es presentada como un acto de desobediencia, rechazo y oposición a la voluntad de Dios. Rebelarse contra Dios –estar en contra de la presencia de Dios-, es un acto de rechazo a su revelación, a su manifestación en la historia. Este tipo de conducta humana se encuentra desde la misma de la creación (Adán y Eva se muestran rebeldes), hasta los Evangelios (la negación de Pedro, por ejemplo), y continúa hasta nuestros días en nuestra propia historia. ¿Cuántas veces no nos hemos rebelado contra la voluntad de Dios? Esto es parte de nuestra condición humana. Moisés vivió muchos de estos momentos de rebeldía, desde un principio él no quería ser el enviado para negociar la libertad del pueblo hebreo esclavo de los egipcios. Moisés se resistía a la voluntad de Dios, pero finalmente accedió.

Moisés era un pastor quien cuidaba el rebaño de su suegro. Mientras pastoreaba las ovejas presenció cómo una zarza ardía sin ser consumida. Movido por la curiosidad decidió ver dicho fenómeno más de cerca. Esta curiosidad bastó para iniciar esa relación fascinante e íntima con Dios. La primera acción de Moisés fue quitarse las sandalias como señal de profundo respeto por el lugar en que se encontraba. La segunda acción fue la de cubrirse el rostro porque temía ver a Dios. Se trata de es un gesto de autoprotección. La misma Biblia nos dice que no es posible ver a Dios y seguir viviendo. Moisés por temor a morir se cubre el rostro.

Conforme Moisés crece en la amistad con Dios pide ver la gloria del Señor. Este diálogo entre ocurre muchos años después de aquel primer encuentro en la zarza y es el preámbulo del texto del Primer Testamento que escuchamos hoy. Dios le concede a Moisés, por la profunda amistad que existía entre ellos, la posibilidad de contemplar su gloria. Entonces, el encuentro de Dios con Moisés es tan profundo que Moisés mismo es transformado y su rostro se vuelve radiante. Desde aquí podemos concluir que el encuentro personal con Dios no se da tras la muerte; presenciar la gloria de Dios nos lleva a una transformación tan profunda que dejamos de ser lo que éramos para convertirnos en algo totalmente distinto. En otras palabras, morimos al viejo yo lleno de dudas y cuentas pendientes, para convertirnos en un nuevo yo enriquecido por los mismos sueños de Dios. Moisés, finalmente, es totalmente transformado por la gloria de Dios. Éste es el momento en que Dios se “revela” a Moisés en toda su plenitud y Moisés no se “rebela” contra Dios; todo lo contrario, Moisés se entrega totalmente a esta relación.

En el evangelio que escuchamos hoy, Pedro y sus compañeros reaccionan con temor ante la visión transfigurada de Jesús. Ellos saben que están presenciando algo asombroso, están rodeados de misterio y maravilla. Algo asombroso está ocurriendo y no existen palabras para describirlo La transfiguración de Jesús es la prueba máxima de su propia identidad: él es la revelación del Padre.  Dios mismo se muestra de forma encarnada a los seres humanos. Nosotros conocemos este hecho por el relato de Pedro y de sus acompañantes, un relato que guardaron en silencio pues no sabían qué hacer con él. Para Jesús, sin embargo, descubrir su propia identidad lo ubica en la condición de entender cuál es su futuro: el sufrimiento de su martirio. Sin lugar a duda, nosotros no podemos contemplar la persona transfigurada del Señor, pero ciertamente sí podemos experimentar la amorosa acción redentora de Dios mediante el acto salvador de Jesús. Dios nos reconcilia consigo mismo mediante el reconocimiento de que Él se revela a través de la persona misma de su Hijo.

Dios se ha revelado en nuestra propia historia de salvación, en nuestro continuo caminar a una nueva “tierra prometida”, y nosotros seguimos luchando contra nuestras propias rebeliones. Vivir en rebeldía no define el propósito para el que fuimos creados. El hecho de que la rebeldía es parte de la naturaleza humana no quiere decir que defina su identidad. La manera como decidimos vivir nuestra vida, llena de rebeliones y rechazos a la revelación de Dios en Jesucristo, no define lo que somos; esto tan sólo nos dice dónde estamos en un determinado momento de nuestra vida.

Crecer, como Moisés, en la amistad con Dios, eso sí nos habla del propósito de nuestra existencia y manifiesta el brillo de nuestra propia alma. Nuestro destino no es un acto del azar o casualidad. Nuestro destino está marcado por el mismo hecho de que la vida es un acto de generosidad de Dios, es un acto de Gracia, y esto mismo define nuestra propia identidad. Vivir en la Gracia de Dios es asumir nuestra propia identidad y vivir nuestro propio destino.

Amén.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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