Tercer Domingo de Pascua (C) – 2007
November 05, 2024
Jeremías 32,36-41
Salmo 33,1-11
Hechos 9,1-19a
Evangelio según San Juan 21,1-14
Hace varios meses ocurrió un terremoto bastante severo en el Estado de Washington. Muchas personas que vivieron ese temblor de tierra dijeron que se sentían como si estuvieran sobre un plato hondo lleno de gelatina.
Las lecturas de hoy hablan de lo inestable e insegura que sería nuestra vida si no nos entregamos al Señor. En la primera, del profeta Jeremías, Dios promete al pueblo de Israel, esparcido por muchas partes, que lo reunirá de nuevo y estará con ellos para siempre. “Ellos”, dice el Señor, “serán mi pueblo, y yo seré su Dios; y les daré otro corazón y otro camino… Les pactaré alianza eterna. Me comprometeré a no dejar nunca de hacerles bien, y pondré mi temor en sus corazones, de modo que no se aparten de junto a mí”. Uno se encuentra seguro con tal promesa. Las palabras “pacto”, “eterno”, “no dejar nunca” y “me comprometeré” tienen como fundamento un sentido de durabilidad y de fiel compromiso. Dios cumple con sus promesas y, consecuentemente, el pueblo gana confianza.
El salmo contiene palabras semejantes: “Tema al Señor toda la tierra; teman delante de él todos los habitantes del mundo; porque él dijo, y fue hecho; el mandó y existió… la voluntad del Señor permanece para siempre, los designios de su corazón por todas las generaciones”. Las promesas del Señor se cumplen porque él es fiel. Nosotros, hemos de estar seguros de que con el Señor a nuestro lado, nada malo nos puede ocurrir.
San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, relata la historia de la conversión de Saulo, que no hacía más que perseguir “a los que seguían el nuevo camino, tanto hombres como mujeres, y llevarlos presos a Jerusalén”. Pero mientras viajaba hacia Damasco, el Señor se le apareció en una visión de luz del cielo, invitándole a cambiar de vida. Tan profunda fue la experiencia para Saulo que cambia completamente y decide ser bautizado con el nombre de Pablo. Pablo, poniendo su fe en lo que el Señor le pide, se convierte en el predicador y evangelizador más poderoso que la Iglesia haya tenido en toda su historia.
Finalmente, el Evangelio presenta la imagen de siete discípulos que estaban pescando en una barca en el lago de Tiberíades. Toda la noche habían querido pescar algo, pero sin éxito. Finalmente, el Cristo resucitado se les aparece y les dice: “‘Echen la red a la derecha de la barca y pescarán”. Así lo hicieron, y después no podían sacar la red por los muchos pescados que tenía. Una vez más, la obediencia al mandato del Señor resulta en un gran triunfo para los que lo obedecen.
De estas lecturas tenemos que aprender lo siguiente: Las promesas del Señor se cumplen siempre. El Señor es fiel, y lo que él promete eventualmente se realizará. Pero, así como Pablo y Juan reconocieron al Señor después de haber hecho algunas preguntas, y discernieron si en realidad era el Señor quien se les dirigía, también nosotros tenemos que discernir si en realidad es el Señor quien nos habla. Eso lo podemos averiguar mediante la oración y el diálogo con otras personas, como los ministros de la Iglesia. Cuando hemos determinado que “es el Señor”, nuestra responsabilidad es colocar nuestra completa confianza y fe en él pues, Dios es fiel y nunca nos abandonará. Amén.
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