Santos Jueves – 2024
March 28, 2024
LCR: Éxodo 12:1–4, (5–10),11–14; Salmo 116:1,10–17; 1 Corintios 11:23–26; San Juan 13:1–17, 31b–35
El Jueves Santo los cristianos de todo el mundo se reúnen, en distintas culturas, tradiciones e idiomas, para rememorar juntos la Última Cena que Jesús compartiera con sus discípulos y la profunda enseñanza del amor incondicional que Dios ha revelado a través de Cristo Jesús.
El capítulo 13 del Evangelio de Juan, ofrece un escenario exquisito del amor y servicio cristiano. En esta porción de las Escrituras, somos testigos de un momento trascendental: Jesús, el Maestro y Señor, consciente de la traición que se avecina, reúne a sus discípulos para compartir no sólo pan y vino, sino una lección magistral sobre el significado del servicio y el amor incondicional.
Imaginemos la escena: la mesa preparada, la tensión en el aire por la traición que se cierne y, sin embargo, el corazón de Jesús centrado en sanar, servir y ofrecer su vida como rescate para la humanidad. Después de la cena, en un acto simbólico y humilde, Jesús se levanta, toma una palangana con agua y lava los pies de sus discípulos, mostrándoles con su ejemplo la esencia del servicio como la expresión máxima del amor.
Pedro, inicialmente renuente, refleja la resistencia ante la idea de que el Maestro realice una tarea considerada propia de esclavos. Sin embargo, Jesús, con palabras llenas de significado, proclama que si él, siendo el Maestro y Señor, ha servido a sus discípulos, éstos también deben servirse mutuamente. El servicio, según Jesús, es la marca inquebrantable de un verdadero discípulo.
Jesús, conociendo de la dificultad de sus discípulos de comprender plenamente su enseñanza, se toma el tiempo de sentarse y explicarles a posteriori lo que el acaba hacer: “Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, el Maestro y Señor, les he lavado a ustedes los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros”. El amor que Jesús revela y encarna, va más allá de las normas establecidas, cosa que ya les había mostrado tantas veces a sus discípulos como en su encuentro con la samaritana o en la misericordia extendida a aquellos que fueron sanados en día de reposo.
El mandamiento nuevo que Jesús proclama va incluso más allá de lo que la Torá exigía: “amor al prójimo como a uno mismo”. Jesús nos insta a amar como él nos ama, incluso a aquellos que pueden traicionarnos, negarnos o desafiar nuestra comprensión: “Así como yo los amo a ustedes, así deben amarse ustedes los unos a los otros. Si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos”.
A través de su acción, Jesús establece a los discípulos como una comunidad basada en el servicio humilde y amoroso. Este acto de lavar los pies no es sólo una lección, sino una constitución comunitaria que sienta un precedente para los seguidores de Jesús. Y el mandamiento nuevo, según Jesús, no es un consejo, es la base moral de la comunidad cristiana, es un acto sacramental que resume la identidad del discipulado.
Hoy esta visión contracultural del amor y el servicio constituye la identidad moral de nuestra comunidad episcopal en el mundo entero. En nuestra iglesia las puertas están abiertas de par en par, y en nuestra mesa hay lugar para todos, incluso para Judas. El juicio se lo dejamos a Jesús, el único que puede juzgar de modo perfecto, porque nos ama también de modo perfecto. Amar del modo en el que Jesús ama es contracultural y la vez increíblemente necesario. Seguir a Jesús implica vivir según los principios del amor y del servicio narrados en Juan 13. ¿Realmente comprendemos lo que Jesús ha hecho por nosotros?
Esta pregunta nos llama a reflexionar sobre la naturaleza de nuestras comunidades y las virtudes que guían nuestras vidas. Seguir a Jesús implica apartamos de las corrientes terrenales y abrazar un camino de amor y servicio que proclame con hechos nuestra identidad como discípulos suyos. Recordemos que a través de su acción Jesús nos constituyó como una comunidad, su comunidad. El servicio humilde y amoroso que encarna el lavado de los pies establece una especie de constitución comunitaria, un principio fundamental que sienta un precedente para nosotros como discípulos.
Las palabras de Jesús deben sonar como música en nuestros corazones. El mandamiento nuevo, el del amor, es una orden divina que da forma a nuestra comunidad. Cada día de nuestras vidas nos enfrentamos al desafío de vivir de acuerdo con esta visión contracultural del amor y el servicio. En un mundo que valora el poder, la dominación y la búsqueda implacable de ventajas, nuestra forma de seguir a Jesús es diferente. La entrega propia, el amor incondicional y el servicio humilde son los cimientos de nuestra identidad cristiana.
Como discípulos de Jesús, estamos llamados a amar incluso a aquellos que pueden traicionarnos; a lavarnos mutuamente los pies simbólicamente, a demostrar el amor en acción. ¿Estamos dispuestos a vivir según este estándar divino en medio de un mundo que a menudo nos anima a actuar de manera contraria? Nuestra comunidad episcopal/ánglica tiene una notable visión moral contracultural en la que a veces nos alejamos de las estrategias de liderazgo egoístas y abrazamos el modelo de liderazgo que Jesús nos presenta: un liderazgo basado en el servicio y el amor. Este enfoque, aunque puede parecer radical en comparación con las normas del mundo, es la esencia misma del Evangelio.
Entendamos que la constitución que Jesús le dio a la comunidad cristiana, centrada en la entrega de uno mismo, el amor y el servicio humilde, es una visión moral que sigue siendo relevante hoy en día. Es un faro de luz en medio de las tormentas del egoísmo y la búsqueda desenfrenada de poder.
En la cena pascual, de la que todos somos parte, es fácil y quizá común que juguemos más de una vez el rol de Pedro o de Judas. Aun así, Jesús sigue haciendo espacio en la mesa para nosotros porque su amor no cambia y porque sólo permaneciendo alrededor de su mesa y bebiendo de su amor, podemos retomar camino. Jesús sabe que también podemos parecernos a él, que podemos ser el que perdona, el que sigue amando a pesar de las heridas; él sabe que podemos amarnos como él nos ama, pero, sobre todas las cosas, él quiere que no dejemos de intentarlo.
Mientas comemos hoy el pan y bebemos del cáliz recordemos el amor que él nos tiene; es un amor incondicional, que sana, que nos acerca más y más al discípulo que él nos está llamando a ser: “Yo les he dado un ejemplo, para que ustedes hagan lo mismo que yo les he hecho. Les aseguro que ningún servidor es más que su señor, y que ningún enviado es más que el que lo envía. Si entienden estas cosas y las ponen en práctica, serán dichosos”.
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