Sermones que Iluminan

Propio 9 (C) – 2010

July 04, 2010

eccionario Dominical, Año C
Preparado por el Rvdo. Francisco Rodríguez

2 Reyes 5:1-14; Salmo 30; Gálatas 6:1-6, 7-16; San Lucas 10:1-12,16-20

Una de las entradas a la ciudad de Jerusalén tiene una imponente y bella escultura que simboliza el arpa de David.

Así, el arte a través de sus diferentes manifestaciones como la escultura, la pintura incluso la literatura nos presenta las historias y los personajes bíblicos por medio de símbolos. Tal es el caso de David con su arpa, Moisés con las tablas de la ley y Jonás con el pez. También los apóstoles tienen sus emblemas, Andrés la cruz transversal, Tomás la plomada, Pedro la llave y el pez, Felipe el cayado, etcétera. De igual manera teniendo en cuenta su mensaje o interpretación los evangelios tienen sus símbolos característicos, por ejemplo Mateo tiene un león, Marcos un hombre, Juan un águila y Lucas un toro o ternero.

Lucas en su evangelio se muestra muy sensibilizado con el tema de la salvación y nos presenta a Jesús como el sacrificio perfecto por la redención y salvación de toda la humanidad, por tal lo podemos ver asociado al ternero o al toro que son signos de fortaleza y persistencia; y al mismo tiempo nos recuerdan el sacrificio.

Nosotros hoy podemos atribuirle a este evangelio muchísimos símbolos teniendo en cuenta el propósito y énfasis que tiene su mensaje.

Las mujeres son emblemáticas en este evangelio, ellas ocupan un lugar destacado en todas las historias en que participan, las conocemos por sus nombres: Martha, María, María Magdalena, Isabel, Ana, se habla en plural de las mujeres que seguían a Jesús y se deja ver una gran simpatía al realzar su presencia. Hay que destacar la manera que se nos cuenta la historia de la natividad  a través de los ojos de María y para muestra de ello ahí tenemos el Magnificat o Cántico de María.

Este evangelio también simboliza el compromiso social cuando vemos su defensa de los marginados, de los pobres, de los oprimidos, de los extranjeros, de los pecadores y de los desvalidos. Recordemos aquella frase de “felices los pobres”; tengamos presente sus parábolas: el rico y Lázaro, el buen samaritano, el joven rico; las muchas sanaciones y la historia más significativa y conmovedora cuando vemos a María, trayendo su humilde ofrenda al templo en agradecimiento por el nacimiento de su hijo.

O, de igual manera podía ser el evangelio del amor, con su capítulo 15 y las parábolas de la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo. Historias que ponen de manifiesto el amor en sus tres dimensiones de aceptación, reconciliación e integración.

Así podríamos enumerar muchísimos símbolos o títulos para este evangelio y lo mismo se cumple para los otros evangelios de Marcos, Mateo y Juan. Pero, hay algo más, tenemos un símbolo emblemático en Lucas y es la Universalidad de su mensaje.

Vemos a Jesús, rompiendo todas las barreras, trascendiendo su mundo judío para llegar y abrazar al pueblo gentil e incorporarlo plenamente en su plan redentor de la humanidad. No hay otro evangelio que destaque y presente con más énfasis y determinación la importancia de abrir las puertas del Reino de Dios para todo el mundo sin distinción de género, nivel económico, raza o nacionalidad. Escuchamos a Jesús diciendo: “vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur y se sentarán a la mesa en el reino del Señor”.

Por eso, primero, nos encontramos en su capítulo nueve, como Jesús envía a los doce apóstoles, dándoles poder y autoridad para proclamar el reino de Dios, ahora en clara alusión a las doce tribus del pueblo de Israel. Y después, en ese mismo orden, y reafirmando la Universalidad de este evangelio, Jesús va mas allá y envía esta vez a setenta de sus discípulos con el fin de preparar los corazones de aquellos a los que él más tarde visitaría. Cabe aclarar, que dentro del simbolismo el número hace referencia a “todo el mundo”, pues de acuerdo a la tradición judía el mundo estaba dividido en setenta naciones.

Este evento nos reafirma que la misión no es responsabilidad exclusiva y única de Jesús, pues lo vemos dándole  la autoridad y el poder a sus enviados, para anunciar con firmeza las buenas nuevas que liberan y para confirmar este anuncio con el testimonio de sus vidas.

Los envió de dos en dos, siendo ambos testigos en su misión y demostrando unidad, cooperación, y responsabilidad mutua; deberían ir ligeros de equipaje, concentrados en su trabajo y en la meta que debían alcanzar; deseando la paz a cada casa  a la que llegaran y compartiendo humildemente de lo que les ofrecieran.

El evangelio de hoy nos da con transparencia y claridad los fundamentos para la obra misionera de la Iglesia: esta es una labor urgente que no puede esperar a mañana, es un trabajo de todos en conjunto por eso somos una comunidad, hay que prepararse en el mismo camino y dedicar tiempo a la oración diaria, individual y comunitaria, reconocer que implica riesgos pues podemos ser rechazados, hay que llenarse de la paz de Dios que nos trae fortaleza y bendición. Y además es esencial y primordial exhortar el perdón, la armonía y la reconciliación. Y también ser capaces de dar aliento, consuelo y sanación.

Jesús nos llama a un apostolado de la presencia, que nos hace recordar aquel himno que dice: “brilla en el sitio donde estés”. La Iglesia debe hacerse sentir en cada lugar que se encuentre, formando parte integral del entorno, así como sabemos del restaurante, del hospital, del mercado y de la escuela, debemos dar a conocer que aquí también estamos nosotros y somos parte de ella.

Este ministerio comienza en la familia, en lo cotidiano del hogar, en el ritmo diario de la vida. Es en nuestras casas donde debemos cultivar y practicar los valores y principios cristianos y de ahí anunciarlos de palabra y obra. Viviendo la realidad del reino de Dios con sus compromisos y exigencias.

Esta presencia debe manifestarse a todos en la alegría y espontaneidad de nuestras celebraciones, y es muy importante en la participación activa de la comunidad cristiana, en los retos que tiene la sociedad, ya sean directamente en aquellos asuntos que nos preocupan y quitan el sueño como la inmigración, la salud, la educación, la familia y el trabajo; o los otros que nos resultan de menor interés como la seguridad nacional, la política o el medio ambiente.

Nuestro apostolado es el signo de que el Reino de Dios está en construcción, ya lo dice Jesús: “el Reino de Dios ha llegado a ustedes” y tenemos la responsabilidad de no juzgar, ni condenar sino de anunciar a viva voz las buenas nuevas de salvación.

Los discípulos regresaron muy contentos por su misión cumplida. Pongamos atención hoy a lo que Jesús les dice, y en nuestro ministerio, cuidemos que esa alegría que nos proporcionan los logros y los éxitos, no se convierta en orgullo, arrogancia y vanidad; sino que sea el impulso y la motivación para continuar comprometidos en este ministerio que tiene la Iglesia de evangelizar a toda la humanidad.

Recordemos que la mayor alegría y la mayor gloria que puede sentir el ser humano, no radica en lo que hemos alcanzado; más bien está en todo lo que Dios ha hecho, hace y hará por la humanidad.

Mis hermanos y hermanas en Cristo que esta Santa Eucaristía nos haga parte activa del ministerio y apostolado de Cristo Jesús y que seamos siempre fieles constructores de ese reino que trae libertad, paz y plenitud de vida.

Amén.


—  El Rvdo. Francisco Rodríguez realizó estudios en el Seminario Evangélico de Matanzas, Cuba y en el Programa Latino/Hispano del General Theological Seminary (Seminario Teológico General) en Nueva York. Ordenado en la Diócesis de Nueva York y actualmente trabaja como sacerdote a cargo de la Iglesia de St. Andrew (San Andrés) en Brooklyn, Nueva York.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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