Propio 7 (C) – 2013
June 23, 2013
Amados hermanos y hermanas, abramos nuestra mente y dispongamos nuestro corazón para dejarnos llenar de la Palabra del Señor que en este séptimo domingo del tiempo ordinario nos invita de una manera muy especial a mantener nuestro compromiso de construir comunidad con todo lo que ello implica: amor, comprensión y solidaridad con los demás.
Nos presenta la liturgia de este domingo en la primera lectura y en el evangelio dos pasajes muy interesantes, unidos por una idea común: la necesidad de estar unidos a Dios a través de la comunidad para poder que la vida de fe tenga un auténtico sentido.
En efecto, el pasaje de 1Reyes que nos habla de Elías, se muestra al inicio a un profeta triunfante pues ha derrotado a todos los profetas de Baal y ha logrado que todo el pueblo reconozca que sólo Yahvé es el Señor y único Dios. Sin embargo, a renglón seguido, el profeta como humano, siente angustia y temor a perder su vida a manos de Jezabel la esposa del rey de Israel.
Ante esta situación, Elías se aísla, se va al desierto y anhela morir; no es sólo la amenaza de la reina, sino además el sentimiento de que el pueblo ha apostatado y no quiere saber nada de su Dios, Yahvé. Extraño sentimiento, pues de hecho ante la derrota de los profetas de Baal, los israelitas habían aceptado el poder de Yahvé. Con todo, Elías no reconoce nada de esto y prefiere alejarse. En su soledad, Dios no lo abandona; la imagen de los cuervos que le brindan alimento nos indica que Dios acompaña a su profeta para que recorra el camino que tiene que recorrer. Elías en el desierto es la imagen de Moisés, del pueblo, de cada uno de nosotros que alguna vez en la vida hemos llegado a la etapa de replantear nuestro camino: ¿quién soy yo? ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Vale la pena lo que hago? ¿A quién le importa mi destino?
En la Biblia el desierto tiene un profundo sentido simbólico: es lugar de muerte, pero también de vida; es el lugar del demonio, pero también lugar de la gracia, es lugar de aridez, pero también de fertilidad; en definitiva, el desierto es símbolo de la propia conciencia; en el desierto, Moisés se encuentra personalmente con Yahvé, el Dios liberador; en el desierto, los esclavizados de Egipto son llamados por Yahvé para convertirse en pueblo, la travesía por el desierto implicó el cambio de la conciencia de esclavo a la conciencia de hombres y mujeres libres; en el desierto, Jesús ratifica su opción de vida.
El desierto no es, entonces, lugar permanente de vida, es un tránsito necesario hacia la renovación de la criatura; Elías descubre en el desierto que no es la impetuosidad, que no es el arrebato ni el aislamiento lo que Dios necesita para ser conocido y adorado; sólo en la calma, el encuentro tranquilo con los hermanos, se puede percibir la bondad y el amor de Dios: “vuélvete por el mismo camino…”; regresa… construye comunidad con los siete mil fieles de Yahvé que no han adorado ni besado a Baal; es decir, no puedes estar solo, no te puedes aislar de la comunidad; no hay que esperar que cada miembro de la comunidad sea perfecto, ni más faltaba; lo importante es hacer el esfuerzo personal para que cada avance de la comunidad sea un paso hacia el cumplimiento del querer de Dios..
Por su parte, el pasaje de san Lucas que escuchamos hoy, es ya bien conocido; se trata del endemoniado de Gerasa, un relato que nos presentan los tres evangelios sinópticos (Marcos 5:1-20; Mateo 8: 28-34) y que en el contexto donde lo ubica Lucas, nos ofrece una riqueza teológica y pastoral enormes.
Vamos a hacer el ejercicio de comprensión del texto a la luz del proyecto de vida de Jesús que nos describió el mismo Lucas en el capítulo 4; de este modo, seguramente vamos a lograr obtener una mayor riqueza para nuestra vida y para nuestra comunidad. El proyecto de Jesús, que tiene como telón de fondo las palabras de Isaías, nos dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí; porque él me ha ungido para que dé la Buena Nueva a los pobres; me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor” (Lucas 4:18-19).
Cinco líneas de acción podemos visualizar en el plan de vida de Jesús: 1) dar la Buena Nueva a los pobres; 2) anunciar la libertad a los cautivos; 3) la vista a los ciegos; 4) poner en libertad a los oprimidos; y 5) proclamar el año de gracia del Señor. He aquí, entonces, la clave para entender cualquier palabra, gesto y acción de Jesús a lo largo de todo el evangelio de Lucas. De acuerdo con esto, podemos hacer todas las preguntas que queramos al texto que escuchamos hoy. ¿Dónde se encuentra Jesús? ¿A quién encuentra Jesús? ¿Cuál es la situación que enfrenta Jesús? ¿Cómo enfrenta Jesús la situación? ¿Cómo reacciona el destinatario de la palabra y la acción de Jesús? ¿Cómo se concreta aquí el proyecto de vida de Jesús? ¿Cuál es la situación final después de la acción de Jesús? En fin, cada uno podrá seguir interrogando al texto siempre a la luz de la intencionalidad salvífica de Jesús.
Jesús pues, se halla en pleno ejercicio de su ministerio; un ministerio que por encima de todo es salvífico y liberador de acuerdo con su opción de vida. El evangelista ubica a Jesús fuera de las fronteras de Israel; se halla “frente a Galilea”, es decir, está en territorio gentil; deliberadamente ha querido “atravesar” la frontera como un gesto de que su misión no puede circunscribirse únicamente a los estrechos límites de Israel; con esto ya está demostrando Jesús que su evangelio, su Buena Noticia, es para todo el pueblo de Dios.
Las condiciones de vida del endemoniado son extremadamente deplorables: vive fuera de la ciudad (v. 27), entre las tumbas (v. 27); en este ambiente, anda desnudo (v. 27); la situación de “poseso” lo mantiene en estado de alienación, de demencia (v. 27); finalmente, nos dice el evangelista que el demonio lo empujaba a lugares despoblados, es decir, al desierto.
Evidentemente el relato está lleno de imágenes, cargadas todas de un rico simbolismo; podemos aplicar la extrema situación de este hombre a tantos hermanos que por múltiples razones viven en el aislamiento, sin una casa, sin pertenencias, sin una identidad, sin una familia, sin ninguna conexión con el resto de la sociedad. Pues bien, esa situación ya era vivida por tantas personas en la época de Jesús tanto dentro como fuera de Israel.
A estas situaciones extremas llega Jesús, y delante de ellas ejerce su misión salvífica; la misión de Jesús es por encima de todo, salvar. Con esta descripción de Lucas tenemos que abandonar la creencia de que la Buena Nueva de Jesús, la salvación que ofrece es para el final de nuestra vida; no, la salvación que Jesús ofrece es para ya, para superar una condición de anti-vida y convertirla en vida, para transformar condiciones inhumanas en condiciones humanas. Así como vimos los extremos inhumanos en que se hallaba el hombre, veamos ahora los contrarios, es decir, los extremos humanizados ya por la palabra y la acción de Jesús: el hombre ya está ubicado dentro de la ciudad (v.39); ya no vive más entre las tumbas, Jesús mismo lo envía a su casa (v.39); ya no está desnudo, sino vestido (v.35) y, finalmente, ha cesado la demencia y ahora está en sano juicio (v.35). Y lo mejor de todo: ese hombre se ha convertido en mensajero de Jesús en la ciudad donde vive ahora (v.39).
¿Tenemos idea siquiera de lo que implica para nosotros como seguidores de Jesús, vivir su ejemplo? ¿Están nuestras tareas y actividades pastorales orientadas a ese rescate de tantos hermanos y hermanas que se pueden comparar con este hombre del evangelio? ¿Hemos logrado captar hoy el alcance que tiene para nosotros ser cristianos, anunciadores de la Buena Nueva de Jesús?
Que sea el mismo Jesús el que nos de la fuerza y las habilidades necesarias para hacer vida en nuestra comunidad su mensaje liberador y salvador.
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