Sermones que Iluminan

Propio 7 (C) – 2010

June 20, 2010

Leccionario Dominical, Año C
Preparado por el Rvdo. Abel López

1 Reyes 19:1-4, (5-7), 8-15a, Salmos 42 y 43, Isaías 65:1-9, Salmo 22:18-27; Gálatas 3:23-29; Lucas 8:26-39

Un encuentro con Jesús es siempre más que un encuentro. Cuando Jesús nos visita todo tipo de condición humana es alterada. Intrínseco a ese tipo de encuentro yace la posibilidad de un cambio; la oportunidad de un nuevo comienzo, de una nueva vida y una nueva esperanza.

Cuando nos sentimos atrapados por viejos rencores, odios y deseos autodestructivos Dios nos invita a cambiar nuestro rumbo. La unidad e intimidad que Dios nos ofrece nos da fuerzas suficientes para enfrentar los cambios necesarios y así lograr una vida plena y en armonía con la voluntad de Dios.

La historia del Cristianismo está llena de experiencias personales y colectivas donde un encuentro íntimo con Dios tiene el poder de transformar nuestras vidas y el mundo en que vivimos.

A todo lo largo y ancho de la Cristiandad muchos creyentes se han preguntado si Dios tiene el poder de liberarnos de las cadenas emocionales del odio, el rencor y la violencia que nos atan. Muchos otros se preguntan si Dios podrá exorcizar de nuestras vidas pensamientos y condiciones autodestructivas y restablecernos a una vida sana y llena de momentos significativos.  La respuesta es un rotundo sí, pero la ocasión requiere una segunda pregunta: ¿Usted, o su comunidad, o la sociedad en general quiere que así sea?

Nos resulta difícil responder a esa pregunta. Muchas veces encontramos que nosotros mismos o quienes nos rodean o las instituciones que servimos son el primer obstáculo para que la gracia de Dios pueda actuar con su poder transformador. A menudo es el miedo quien nos paraliza y preferimos aferrarnos a nuestras prisiones de lo que es familiar, moderado y controlable.  Este miedo a lo desconocido hace que sigamos con aquellos hábitos destructivos en vez de aceptar lo desconocido que se nos ofrece en una nueva forma de ser, de actuar, de pensar y de vivir. Es precisamente ese miedo el que vemos en la historia del evangelio de hoy. La gente de la ciudad viene a Jesús y encuentra al hombre de quien habían salido los demonios sentado a los pies de Jesús, vestido y en su cabal juicio; y tuvieron miedo.

Hubiésemos pensado que la gente del pueblo apreciaría a Jesús por lo que hizo por ellos. Lo cierto es que esta persona poseída por demonios ya no sería una amenaza para ellos; ya no tendrían que preocuparse por alguna destrucción que el endemoniado pudiera ocasionar en su pueblo. Pero lamentablemente no fue así, ellos están tan llenos de temor que hasta le piden a Jesús que se vaya del pueblo.
 
Es cierto que el endemoniado era una amenaza para la ciudad, pero ellos habían encontrado una forma de controlarlo y mantenerlo a distancia. El verdadero miedo en esta historia no es el que Jesús pudiera transformar la vida de este endemoniado, sino el que Jesús pudiera transformar la vida de ellos, de la comunidad. El exorcizado es manejable, pero no lo es el exorcista. Un encuentro con el Cristo representa siempre un reto a las costumbres, privilegios, y status quo, lo cual hace que no nos guste un buen exorcismo.

El exorcismo es un acto que usamos para expulsar algo, ya sean malos espíritus, malas influencias, poderes satánicos, posesiones y tendencias autodestructivas. Pero el acto de Jesús de exorcizar nos revela un aspecto más que debemos considerar, la identidad. Esta puede ser la identidad propia de una persona, la identidad colectiva de una comunidad o de una institución o hasta de una nación entera.  La pregunta del endemoniado a Jesús, “¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo?”, revela un reconocimiento de la identidad de Jesús como Hijo de Dios y nos hace pensar en la propia identidad de este hombre que se ha perdido a manos de los espíritus impuros que poseía.

De ahí que debemos considerar el exorcismo no solo como un acto de ‘expulsar’, sino también como un acto de ‘recobrar’. Recobrar la identidad de este pobre hombre atormentado era lo que estaba en juego más que nada. No podemos hacer de esta historia una historia de éxito si nos quedamos celebrando el acto milagroso de arrojar los espíritus malignos al precipicio. La ocasión requiere que celebremos ante todo la liberación del pobre hombre, tanto emocional y psicológica como externa; la ruptura de las cadenas y de los grillos que lo ataban.
 
La historia de Génesis nos cuenta que apenas Adán y Eva prueban la fruta prohibida ellos escuchan el sonido de Dios en el jardín y llenos de terror corren a esconderse de Dios. Lleno de vergüenza, Adán trata de escaparse de su responsabilidad al intentar esconderse de Dios, pero lo cierto es que él solo logra esconderse de sí mismo. Dios le llama: ¿Dónde estás? Por supuesto, Dios sabe donde está escondido Adán, Dios solo necesita involucrar a Adán en el proceso de encontrase a sí mismo. Adán responde honestamente diciendo: te oí venir pero me dio miedo y me escondí. Y es precisamente en ese reconocimiento radical, su aceptación de lo que había hecho, que Adán reconoce su tontería de tratar de esconderse de Dios, más aún, su error en esconderse de sí mismo. Es en ese preciso momento que el resto de su vida comienza.

En cada generación Dios continúa llamando a cada uno de nosotros: ¿Dónde estás José, Carmen, Ana, Orlando?

Esta pregunta está diseñada para derrumbar los sistemas de escondite que tenemos cada uno dentro de nosotros mismos. Es una pregunta que nos despierta y nos llama a pensar quiénes somos y qué estamos haciendo en este mundo y a que sintamos un deseo muy fuerte de salir de nuestros escondites. Esta es la pregunta que usualmente tratamos de ignorar, la pregunta que revela cuan profundo queremos escondernos en nosotros mismos y no vivir nuestra propia identidad como los amados hijos e hijas de Dios a pesar de muchas de nuestras faltas e infidelidades entre nosotros y para con Dios. Y sin embargo, sabemos muy bien, que al final del día, el vivir una vida auténtica depende de nuestra voluntad de encarar a esa pregunta y salir de nuestros falsos escondites.
 
La gente de la ciudad donde vivía este pobre hombre prefirió seguir escondida y no responder a la pregunta que cuestionara su identidad y su comportamiento.  Evidentemente su encuentro con Jesús fue más que un encuentro. Jesús reveló las verdaderas intensiones e intereses de sus corazones y en su temor ante esa revelación le pidieron a Jesús que se montara en la barca y se fuera.

La invitación en este momento es a mirar quién eres y qué estás haciendo en este mundo. Si el propósito principal de nuestra vida es evitar el dolor, la ansiedad, el desprecio o si queremos evitar el poder transformador de Dios, lo más probable es que estaremos sacrificando nuestro espíritu viviente en el altar de la seguridad. Que Dios nos ayude a reclamar nuestra identidad como preciados hijos e hijas creados a su imagen y semejanza.

Amén.


—  El Rvdo. Abel López es el sacerdote a cargo de la misa bilingüe de la Iglesia All Saints (Todos los Santos), Pasadena, California. Abel está a cargo de los programas de educación de adultos; proceso de discernimiento para órdenes sagradas; entrenamiento multicultural y es el sacerdote encargado de los ministerios de la vida parroquial.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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