Propio 5 (C) – 2016
June 06, 2016
En los tiempos antiguos uno tras otro gobernante de Israel iba en contra de la voluntad de Dios. La idolatría enarbolaba su bandera a los ojos de todos, y se les permitía la infidelidad al Dios verdadero a quien el pueblo de Israel debía rendir honor y gloria. Esto trajo como consecuencia la división del reino de Israel: El reino del Norte y el reino del Sur. El reino del Norte se destacó por su infidelidad y deslealtad a Dios.
Entonces, surge el profeta Elías para llamar la atención a los problemas. Él entra en acción al ver la situación por la que atravesaba el pueblo de Dios y profetiza que habría una gran sequía. Y así sucedió.
La historia de una mujer que pierde a su único hijo es algo bastante común en nuestra sociedad, aunque por causas diferentes. Por ley natural, lo lógico es que los hijos entierren a sus padres; lamentablemente, lo contrario sucede más y más hoy en día. Esto resulta por secuestros, violaciones, sobredosis de drogas, jóvenes que no saben qué hacer con sus vidas vacías. En algunos casos porque el dinero no les resuelve sus problemas, por la discriminación, el odio racial, la envidia, y mucho más.
Pensemos en la viuda de Serepta. Es su único hijo, su fuerza y su sustento, pues en esos tiempos y cultura las viudas dependían de sus hijos cuando perdían a sus esposos. Su tesoro, había dejado de respirar.
Cuando Elías le pide que le haga de comer con el último poquito de harina y aceite que les quedaba, ella hizo lo que el profeta le pidió. Ella creyó en las palabras de un desconocido que estaba tan hambriento como ella y como su hijo. La Palabra de Dios no cae en el vacío. Ni a la viuda, ni a Elías, ni a su hijo, jamás les faltó harina en la tinaja o aceite en el frasco suficientes para comer los tres.
El hijo de la viuda se enfermó de gravedad. En un momento hasta dejó de respirar. Desesperada, la viuda le reclama a Elías, “¿Qué tengo yo que ver contigo, hombre de Dios? ¿Has venido a recordarme mis pecados y a hacer que mi hijo muera”? El dolor de esta madre es evidente. Pero el plan salvífico de Dios ¡es extraordinario! El poder y la gloria de Dios se manifiestan para que esta viuda crea con más firmeza en Dios, pues a través de Elías, el Dios todopoderoso de Israel, una vez más hace un milagro; le devuelve la vida al hijo de la viuda.
El salmo 146 dice “¡Dichosos aquellos cuya ayuda es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en el Señor su Dios!” Estas son palabras de seguridad y confianza para los que confiamos y esperamos en el Señor. En la colecta de hoy pedimos al Señor que el mundo sea gobernado pacíficamente por su prudencia y que su Iglesia le sirva con gozo, confianza y serenidad. Esta petición nos exhorta a confiar en nuestro Dios.
Cada día enfrentamos nuevos retos y situaciones desconocidas que nos hacen dudar. Si creemos que el Dios de amor y misericordia es nuestra esperanza, debemos de ser luz de esperanza para todo ser humano. Necesitamos ser tolerantes y entender a cada quien como es, y aceptarlo tal y como es. Aún cuando se nos haga difícil entender una situación o a una persona, debemos de orar y confiar en Dios como lo hizo la viuda. Es nuestro compromiso de cristianos preocuparnos e interesarnos por lo que acontece en nuestra comunidad, participar de sus triunfos y de sus problemas, apoyarnos unos a otros, pues para traer la paz de Dios al mundo hemos sido llamados. Y esa paz no se logra poniendo el dedo en la llaga, sino curando heridas.
El Apóstol Pablo era un perseguidor de cristianos. Sus creencias fundamentalistas y extremistas causaron mucho dolor. Muchos cristianos fueron encarcelados y maltratados, otros perdieron la vida. Eso terminó cuando Dios le cambió el rumbo de su trayectoria; de perseguidor de cristianos, a predicador y sembrador de la Palabra de Dios. Pablo inició su conversión como misionero, y aunque fue encarcelado, desde su celda, continuó su misión de evangelización. Dios lo escogió y lo llamó cuando a Dios le pareció oportuno. Así somos llamados nosotros también. Estemos atentos pues a su llamado dejando atrás la arrogancia, el odio, el rencor, la envidia, los celos, la avaricia, y todo aquello que estorba amar y servir al Señor y a nuestro prójimo—especialmente en momentos difíciles.
“No llores,” le dice Jesús cuando él y sus discípulos encuentran a una madre que lleva a su hijo a enterrar. Jesús, compasivo y dolido le devuelve la vida al joven y se lo entrega a su madre—eso nos muestra una vez más, ¡la manifestación de la gloria de Dios!
El asombro de los que la acompañaban fue inmenso y muchos alabaron a Dios y decían: “Dios ha venido a ayudar a su pueblo”. Ése es realmente el mensaje de Hoy; Dios ha venido a ayudar y a salvar a su pueblo a través de todo aquel que escucha y obedece su Palabra. Estamos llamados a servir y a hacer el bien, a dar vida a todos los que sufren. ¡Seamos entes de luz y que podamos ser modelo y ejemplo para que los que andan en la oscuridad de la muerte vuelvan a la vida de paz y luz que conduce a la salvación!
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