Propio 28 (A) – 2014
November 16, 2014
Seguimos caminando y acercándonos al final de este largo ciclo litúrgico del tiempo después de pentecostés. Guiados por el Espíritu de Dios derramado en nuestros corazones, hemos llegado hasta aquí, porque deseamos disfrutar de los beneficios que produce el reino de Dios, cuando perseveramos en la gracia.
El domingo pasado el mensaje de la palabra nos exhortaba a mantenernos despiertos: “Velen, porque no saben ni el día ni la hora” (Mateo 25:13). En el día de hoy, nos exhorta a temer al riesgo y usar nuestros talentos y capacidades para hacer crecer el reino de Dios en el mundo.
El mundo de hoy está obsesionado por la seguridad y nosotros hemos entrado por ese sendero asegurando todo. No queremos dejar nada suelto y evitar así malas pasadas. Este sentido de seguridad lo hemos llevado también a la vida religiosa, en la que nos importa mucho tener asegurada la vida eterna. En este orden, la parábola de hoy es para meditar un tanto.
La parábola de los talentos (Mateo 25: 14-30) Jesucristo presenta un gran señor que vuelve a sus tierras y pide cuenta a sus criados del uso que han hecho de los talentos que repartió cuando se marchaba a otro país.
La alabanza es completa para aquellos que han multiplicado sus talentos. Si al que le dio diez le devuelve veinte, lo alaba sin medida; si al que le dio cinco le devuelve diez, hace lo mismo y también lo hace al que le devuelve cuatro por los dos que le dio.
El gesto del Señor cambia de proceder y se vuelve duro cuando al que le dio uno le devuelve ese uno, ya que por temor a la severidad del dueño, fue y lo escondió, temeroso de que en el riesgo que todo negocio lleva consigo para la multiplicación del dinero, aquel talento se hubiera perdido.
El enojo del señor fue tan intenso, que dio una orden a sus criados aparentemente injusta diciéndoles: “Quítenle el talento y dénselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene se le quitará hasta lo que no tiene. Y a ese empleado inútil échenlo fuera, a las tinieblas: allí será el llanto y rechinar de dientes” (Mateo 25: 28-30).
Este es el reproche y la condena que el Señor nos da cuando somos negligentes y holgazanes. Cuando hemos desperdiciado la vida y el talento recibido. Cuando no apreciamos lo que somos y tenemos, o nos parece tal vez poco o menos que lo de los otros. O lo apreciamos tanto que vivimos en el temor de quedarnos sin nada y guardarnos solo para nosotros mismos.
Somos negligentes cuando solo hacemos lo justo mandado y terminamos como holgazanes, no haciendo lo que debemos. Y esto es así porque no queremos lo que hacemos. Ponemos el corazón en otra cosa o tal vez en ninguna. Esto nos sucede porque respondemos con tacañería al pensar que el Señor es exigente y hasta injusto en pedirnos cuentas.
Una vez más es nuestra idea y nuestra raquítica experiencia de Dios la que está en cuestión a la hora de poner orden y sentido a nuestra vida. Como cristianos nos toca examinar a fondo de dónde nacen nuestras motivaciones, qué buscamos cuando guardamos o repartimos, cuando enterramos o arriesgamos.
En la parábola es evidente que Jesús nos pide riesgo y trabajo, y no parece muy contento con el sentido de seguridad traspasado a la vida de fe. El verdadero sentido de la fe, no lo olvidemos, es una opción personal que entraña sus vacíos, sus dificultades y sus zonas de sombra, zonas que solo podemos traspasar arriesgándonos.
Podríamos pensar, por ejemplo, en la cantidad de riesgo que supuso el trabajo de los apóstoles lanzándose a predicar al mundo la doctrina de un hombre del que tenían que decir que murió ajusticiado en medio de la indiferencia y de la burla de sus contemporáneos.
Pensemos también el riesgo que supuso para Francisco de Asís apostar por Cristo. Y en el riesgo que soportan tantos hombres y mujeres que han puesto sus talentos a trabajar en medio de un mundo difícil que pretende silenciarlos porque resultan molestos e insoportables.
Y, en menor medida, pensemos en el riesgo que supone la fe a nivel personal y sencilla, a nivel de la vida diaria cuando tenemos que optar entre los criterios al uso común y los criterios cristianos, cuando hay que elegir entre la ganancia fácil y bien vista y el sentido de justicia que impide obtener una ganancia excesiva.
El riesgo está profundamente unido a la fe cristiana. Poner a trabajar los talentos que el Señor haya dejado en nuestras vidas, saliendo al mundo sin miedo para dar a conocer los hombres y mujeres la maravilla que llevamos dentro, creemos que es consustancial con el cristianismo y tiene poco que ver con el deseo de seguridad que tan acusadamente acostumbramos a tener y a buscar en la vida de la fe.
El modelo que pone el evangelio no es tan exigente, pero muy claro: un señor que entrega sus cosas a sus servidores para que administren bien, es decir, con ganancias. Los que hemos empeñado nuestra palabra para realizarnos según el proyecto de Jesucristo, cuando miramos a nuestro alrededor y encontramos tantos frutos amargos es normal que nos preguntemos qué hemos hecho de la semilla de vida y de generosidad que Dios nos ha entregado. ¿Qué respuesta daremos a esta pregunta clave?
En la raíz de nuestra vida cristiana está la gratuidad del amor del Padre. Lo que cada uno somos es entrega gratuita del Señor, pero no podemos guardarlo porque se echa a perder; todo lo recibido, todo lo que somos, es tarea y responsabilidad por hacerlo fructificar en bien del mundo que todos esperamos y queremos. Que seamos diligentes y responsables con los talentos recibidos.
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