Sermones que Iluminan

Propio 27 (C) – 2010

November 07, 2010

Preparado por el Rvdo. Gary Cox

Ageo 1:15b, Salmo 145:1-5,18-21 ó Salmo 98, (alternas: Job 19:23-27ª; Salmo 17:1-9); 2 Tesalonicenses 2:1-5, 13-17; Lucas 20:27-38

¿Cómo será la vida en el cielo?

Tanto niños como adultos, alguna vez, se han formulado esa pregunta y es normal que los que creemos en una vida después de la vivida en esta tierra pensemos en cómo será la del más allá. Muchas religiones y culturas, a través de la historia, han llegado a tener ideas muy variadas sobre lo que les sucede a los seres humanos después de la muerte. 

El dos de noviembre muchos observaron el Día de los Muertos (que en la Iglesia se conoce como el Día de los Fieles Difuntos).  Muchas de las tradiciones observadas en ese día proceden de varias culturas indígenas de nuestro hemisferio. Algunas de esas creencias no están de acuerdo con nuestra fe cristiana. Sin embargo, aún antes del encuentro con el cristianismo, Dios reveló a muchas religiones indígenas la verdad de que la muerte no es el final de nuestra vida. Las relaciones con nuestros seres queridos no terminan con la muerte. Si ellos y nosotros hemos puesto nuestra fe en Cristo resucitado, también él nos resucitará. Al mismo tiempo, como Cristo nos demuestra hoy en el evangelio, las relaciones humanas que mantenemos aquí en la tierra no serán iguales en el cielo.

En la Iglesia, más importante que el Día de los Difuntos es el Día de Todos los Santos, que se celebra el primero de noviembre (algunas iglesias lo observan hoy, el primer domingo después de la fiesta). En la Iglesia Episcopal honramos a los santos, pero creemos que la comunión de los santos nos incluye también a nosotros, no solamente a los cristianos más famosos cuyos nombres aparecen en muchas de nuestras iglesias. Los bautizados aquí en la tierra nos encontramos entre los santos, no por haber llevado una vida casi perfecta, sino por haber creído, por haber sido bautizado y por ser miembros del cuerpo místico de Cristo. 

Creemos que nosotros, y todos los que se han entregado a Cristo, estaremos juntos en el cielo alrededor de su trono. Tendremos un parentesco no solamente con los que eran nuestros familiares en esta vida sino también con todos los que han pertenecido al cuerpo de Cristo. 

El pasaje del evangelio de hoy nos enseña algo más sobre lo qué debemos creer los cristianos acerca de la resurrección y de la vida eterna en el cielo. En este capítulo del evangelio de san Lucas, se narra algo de lo que consideramos en el año litúrgico como Semana Santa. Jesucristo ya ha entrado en Jerusalén y a los pocos días será crucificado. Las autoridades judías le han estado cuestionando. Los maestros de la ley, fariseos,  le cuestionaron a Jesús acerca de su autoridad y sobre el pago de impuestos al emperador.

Ahora, los saduceos, el partido del cual provenían las autoridades del templo y de los sacerdotes, le preguntan sobre la resurrección, en la cual ellos no creían. Posiblemente para tenderle una trampa a Jesús, le presentaron un caso extremo de la ley del levirato.  Según esa ley, una mujer viuda sin hijos se debía casar con el hermano de su esposo difunto para que pudiera tener hijos. Parece que el esposo que le diera hijos sería su esposo después de la resurrección, si es que había resurrección, pero si cada hermano se casaba con la viuda y moría antes de tener hijos, ¿con qué esposo se quedaría ella después de la resurrección?

La respuesta de Jesús es lógica, aunque choca con algunas ideas modernas sobre el sexo, el matrimonio y la vida familiar. Si uno va a vivir para siempre ya no habrá necesidad de casarse o de tener hijos. Las relaciones sexuales y la procreación no serán necesarias. El matrimonio es una relación temporal. El amor y el apoyo mutuo que se dan dos los esposos entre sí, es algo importante en esta vida, pero no serán tan importantes en la vida eterna, porque todos “los que merezcan llegar a aquel otro mundo” (Lucas 20:35) tendrán un amor mucho más profundo de lo que pueda ofrecer ningún ser humano en la tierra. Las relaciones humanas serán diferentes porque “serán como ángeles y serán hijos de Dios por haber resucitado” (Lucas 20:36). En la presencia directa de Dios, sin el pecado y el mal, todo será muy diferente. ¿Tiene Ud. problemas con alguien de su familia, de su trabajo, su escuela o su iglesia?  Pues en la vida eterna no habrá ni rencor ni celos ni odio. ¿Con quién es vd. más feliz aquí en la tierra: con su pareja, sus papás u otras personas?  Pues en cielo las relaciones con los demás santos serán mejor todavía. ¿Cómo será la vida en el cielo?  Superior a las mejores experiencias de esta vida, más maravillosa de lo que podemos imaginar.

La segunda lectura hoy está tomada de la segunda carta de san Pablo a los tesalonicenses, y su tema principal es el regreso de Jesucristo en su segunda venida. Algunos en aquella iglesia creían que Jesucristo ya había regresado. Muchos hoy creen que Cristo no va a regresar. Los que sí creen en la segunda venida han hecho muchas predicciones sobre el cuándo y el cómo va a ocurrir.

La verdad es que no sabemos la mayoría de los detalles ni de la segunda venida de Cristo ni de la vida en el cielo. Pablo dice que no debemos tener miedo ni dejarnos engañar. Habrá mucha maldad primero, pero no cabe duda que al final Cristo volverá. 

El catecismo que aparece en el Libro de Oración Común expresa nuestras creencias en la Iglesia Episcopal. Dice que:
 
“Cristo vendrá en gloria para juzgar a vivos y muertos…Dios nos resucitará de la muerte…para que vivamos con Cristo en la comunión de los santos. La comunión de los santos es toda la familia de Dios, vivos y muertos…Por vida eterna, entendemos una nueva existencia en la que somos unidos con todo el pueblo de Dios, en el gozo de conocer y amar plenamente a Dios y unos a otros” (p. 755).

Como cristianos, ni tenemos que tener miedo a la muerte ni tenemos que saber todos los detalles sobre la segunda venida de Cristo o de la vida en el cielo. Basta creer y saber que Cristo resucitó y que prometió que todos los que creemos en él también tendremos vida eterna.  Mientras tanto, vivamos conforme al ejemplo de nuestro Señor resucitado, manifestemos nuestra fe en él con palabras y obras y confiemos en que Dios es Dios “de vivos, porque para él todos están vivos” (Lucas 20:38).  Así que sigamos proclamando en cada eucaristía: Cristo ha muerto. Cristo ha resucitado. Cristo volverá.


— El Rvdo. Gary Cox es vicario de la Iglesia Episcopal Santa Teresa de Ávila en Chicago.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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