Propio 27 (A) – 2017
November 12, 2017
La primera lectura de hoy es del libro de Josué. Este libro se encuentra en el Antiguo Testamento y le sigue al libro de Deuteronomio. El último verso del libro de Deuteronomio concluye con la muerte de Moisés a las puertas de Canaán y el primer verso del libro de Josué nos indica cómo las Doce Tribus de Israel entran a la Tierra Prometida bajo el liderazgo de Josué, el sucesor de Moisés. El texto narra que, al morir Moisés, Josué les pide a los israelitas su compromiso firme para con Dios, el único Dios y Padre de todos cuya presencia los acompañó a cada paso. Estuvo con ellos y nunca los abandonó ni durante las penurias vividas como esclavos en Egipto, ni durante su exilio por el desierto.
De la misma manera en la que Josué invitó a las Doce Tribus a sellar su alianza con Dios, a cada uno de nosotros y nosotras hijos e hijas del mismo Dios, continuamente se nos invita a sellar nuestro compromiso y entrega personal con Dios a través de Jesús.
El desenlace de la lectura de hoy es apropiado para reconocer que la providencia del Señor marca indeleblemente nuestras vidas al punto de ofrecernos no solo el cuidarnos, sino también prodigarnos sus continuas bendiciones.
Por nuestra condición humana, podemos portar en una mano el tesoro que Dios nos brinda y en la otra una situación de pecado que intenta separarnos del amor de Dios como sucedió con el pueblo israelita. Al igual que ellos, hemos confesado nuestra entrega a Dios, y sabemos que en este peregrinaje no estamos solos y nunca lo estaremos a pesar de nuestras transgresiones, porque a quien Dios toma de la mano nada ni nadie lo podrá separar de su corazón.
Jesús nos ilumina el camino, no obstante, está de nuestra parte escoger caminar con Él. Nosotros podemos exclamar, como lo hizo el pueblo israelita durante su travesía por el desierto: “Nosotros serviremos al Señor nuestro Dios, y haremos lo que él nos diga.”
En su carta a los Tesalonicenses, Pablo recalca la importancia del compromiso único que hemos de tener con Jesús. Pablo describe la muerte como una realidad-condición en la vida del creyente, que no será el final de la existencia por la creencia en la promesa de vida eterna.
Hay una historia en el budismo paralela a la de Pablo, la cual es sobre la semilla de fe que hemos de tener en el Dios y Padre de todos y de todas que nos dispone para nuestro encuentro definitivo con Él. Se cuenta de la vida de Gautama, mejor conocido como Buda, que estando en sus acostumbradas meditaciones fue interrumpido por una madre que llevaba en sus brazos su hijo muerto al nacer. Acercándose a Buda, la madre afligida le dice: “Vengo a suplicarte le devuelvas la vida a mi hijo, pues conozco de tu sabiduría y sin duda sabrás qué hacer.” Buda le respondió: “Mujer ve a enterrar a tu hijo y regresa en una semana.” La mujer siguió sus indicaciones y lo visitó pasado ese tiempo. Buda le respondió: “Quiero que visites a tus vecinos y en cada casa que entres pide una semilla de trigo si en esa familia no han sufrido pérdida alguna.” Al cabo de unos días ella regresó donde el Buda con las manos vacías, haciéndole ver a la madre que todos sufrimos pérdidas graves en la vida y que no hemos de perder ni la fe ni la esperanza en la redención divina, como sucedió con las Doce Tribus de Israel.
Pablo ilustra una serie de imaginarios para describir el momento de reconocimiento de la madre desconsolada. Su relato hace hincapié sobre lo que sabemos sin duda alguna es la promesa salvífica dada por el Señor y en quien debemos confiar. El relato nos invita a reflexionar en vivir nuestra vida confiando plenamente en la presencia y en la providencia de Dios, presencia y providencia que nunca nos abandona, ni aún en los momentos más angustiosos y de sufrimiento.
Mateo en su Evangelio emplea la imagen y metáfora de las “lámparas de aceite” para explicar el bien y el mal que existe en la humanidad. La historia nos ayuda a entender que hemos de tener nuestras lámparas listas y con suficiente provisión de aceite, lo cual quiere decir que hemos de tener listas las obras que por fe hacemos y que presentaremos a Dios. La lámpara de aceite está disponible para combatir el mal o la oscuridad y también para facilitar el que podamos reconocer el camino acompañado con la luz del Evangelio de Cristo, el cual nos guía en esta existencia terrenal.
De la misma manera como el profeta Josué fue guiado por Dios y guió a las Doce Tribus de Israel, previniéndoles de escoger el camino aparentemente fácil por ser ese camino oscuro y sin la luz de Dios, asimismo Jesús en la parábola de las lámparas de aceite recalca la importancia de estar preparados y preparadas espiritualmente para ser guiados y guiadas en el camino de la vida.
Somos hijas e hijos de la luz y no podemos dar frutos distintos a los que son producto de la gracia. Somos una vez más herederos de su Reino y como tal, nuestras vidas deben reflejar este llamado salvífico con agradable olor a eternidad.
Somos también llamados a ser “lámpara” en un mundo cada día más “oscuro” donde el amor de Jesús es el modelo de vida relegado por el hijo de Dios. Donde la propuesta de Cristo en vigilia, preparación y espera, fácilmente se confunde con una respuesta mediática de velocidad, intereses personales e individualismo.
Hermanos y hermanas, confiemos en la presencia y la providencia de Dios en nuestras vidas y “Luchemos por ser luz y testimonio vivo para quienes se acercan a nosotros, amemos la gracia que es la luz de Dios en nuestra espera para que cuando Dios nos llame a su Reino reconozcamos su llamado.”
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