Sermones que Iluminan

Propio 27 (A) – 2014

November 09, 2014


Entramos en las últimas semanas del ciclo litúrgico después de pentecostés. El mensaje de la palabra de Dios nos habla del fin de las cosas, de la venida del Hijo del hombre, del día y la hora y a que nos mantengamos vigilantes.

Hablar del final del tiempo y de nuestro destino más allá de esta vida nos preocupa. Preferimos mejor pensar en lo que sucede aquí ahora y no preocuparnos por lo que vendrá más allá de la muerte.

Hay sociedades y grupos de personas que solo viven el presente, el día a día. Nosotros los cristianos, sin embargo, solemos pensar más en el futuro, en el día después. La sabiduría estará en vivir el presente, pero mirando hacia el futuro, aunque sea simplemente por una cuestión de salud mental.

Pensando en otra dirección, si nuestra vida la observamos desde la óptica cristiana, todo lo que hacemos es para construir el reino, el mundo y la sociedad en algo nuevo y mejor, hasta que llegue a realizarse plenamente cuando el Señor Jesús vuelva al final de los tiempos.

Las lecturas de hoy las hemos escuchado muchas veces en los funerales de los amigos, de los familiares. Y en esos momentos no sé si nos dan mucha esperanza. El dolor nos vence y nuestra mente no está para prestar muchas atenciones. Y la muerte la vivimos más con el corazón que con la cabeza.

Hoy podría ser un buen día para acercarnos con otra visión a estas lecturas, sin buscar de todas formas respuestas en ellas a tantas interrogantes como tenemos sobre la muerte, la resurrección y la vida eterna.

El evangelio de san Mateo presenta a Jesús dirigiéndose en parábolas a sus discípulos y a todos los que en el futuro sigamos su palabra. La finalidad es hacernos tomar conciencia de la demora del regreso del Hijo del hombre. Por eso afirma: “En cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni aún los ángeles del cielo, ni el Hijo. Solamente lo sabe el Padre” (Mateo 24: 36).

Esto mismo se repite en la frase final del evangelio de hoy: “Manténganse ustedes despiertos, añadió Jesús, porque no saben ni el día ni la hora” (Mateo 25:13). Es decir, el texto se inserta en un amplio contexto marcado por el desconocimiento de la fecha del regreso del Hijo del hombre.

El tiempo de la espera del cortejo de la boda es un momento importante en esta parábola. Así lo afirma el evangelista: “Como el novio tardaba en llegar, les dio sueño a todas, y por fin se durmieron. Cerca de la media noche, se oyó gritar: ¡Ya llega el novio salgan a recibirlo!” (Mateo 25: 5-6).

Al parecer era costumbre de las bodas judías del aquel tiempo el que un cortejo de muchachas esperara el novio para acompañarle a la casa de la novia y después ir todos juntos a la casa del novio, donde tenía lugar la ceremonia y la fiesta. De las muchachas, unas no contaban con la demora del novio (las necias) y las otras sí (las sensatas).

La sensatez está en mantenernos siempre alerta y positivo y no dormirnos en el cumplimiento de nuestros deberes como cristianos, porque de esta condición dependerá nuestra participación en el banquete celestial. Y Jesús añade: “Por tanto velen, porque no saben ni el día ni la hora” (Mateo 25: 13).

Esto es precisamente lo que necesitamos como cristianos, tomar una actitud serena y responsable hacia la conversión. Es apremiante un nuevo modo de pensar y de vivir. Aprovechar el tiempo para renovar nuestra mente y nuestro corazón, por medio de la palabra de Dios.

La invitación gozosa del mensaje de Dios es velar. Vigilar, porque el futuro se acerca. Como hombres y mujeres de fe que trabajamos por el reino, queremos lograr con nuestro esfuerzo de cada día sentir más profundamente la presencia viva de Dios. Esto significa mantener nuestra lámpara de la fe encendida motivando nuestra esperanza cristiana.

La iglesia primitiva mantenía con una intimidad que corre peligro de ser mal entendida esta orientación hacia el futuro, hacia el retorno del que dará a la Iglesia y al mundo su perfección definitiva. Nuestro tiempo ha cobrado de nuevo conciencia de que la fe vivida en comunidad es un elemento determinante de la esperanza cristiana.

El reinado de Dios con todo lo concerniente a su consumación y cumplimiento, sobreviene exclusivamente por la acción de Dios. Una acción que no excluye sino que incluye nuestra acción como cristianos aquí y ahora, en el ámbito individual y social.

Partiendo de esta esperanza en el futuro de Dios es desde donde tenemos que iluminar y transformar nuestra existencia cristiana. Por eso nos exhorta san Pablo: “Anímense pues unos a otros con estas palabras” (1 Tesalonicenses 4:18).

Sobre todo este panorama del día y la hora, del futuro y del progreso, de la sensatez e insensatez, tenemos que seguir cultivando el compromiso y la esperanza. Dedicar todos nuestros esfuerzos, pues, si supiéramos que el fin del mundo ha de llegar mañana, como cristianos estamos obligados a plantar un árbol la noche anterior.

Reflexionando un poco sobre el sentido de la parábola, las jóvenes estaban listas para participar en el banquete, pero el novio demora y el tiempo se alarga. El sueño que se apodera de ellas no significa ningún descuido, sino que, simplemente ha terminado el tiempo en que pensaban entrar sin problemas.

Tampoco nosotros, al empezar la carrera de la fe, podemos prever las pruebas que nos tocarán. Los jóvenes no creen que algún día les costará un mundo seguir fieles a sus compromisos. No saben que con el tiempo cambiarán sus disposiciones y su obediencia a la fe.

Las jóvenes despreocupadas no llevaron suficiente aceite; no pensaron en construir su vida, no aceptaron el desprendimiento ni tomaron los compromisos que permitían durar. Entonces cuando falta el aceite para la luz, falta la entrega que debemos hacer de nosotros mismos. En este orden, los recursos que poseemos de la fe, la esperanza y el amor son como el fuego que se apaga si no tiene constantemente algo que quemar.

Por esta razón, a la insistencia de las muchachas necias por enterar al banquete de bodas, el novio les respondió: “En verdad, no las conozco” (Mateo 25: 12).

De nada nos sirve haber empezado con el bautismo o haber tenido una vida fervorosa, si después nos contentamos con prácticas rutinarias. Antes que nada Dios nos exige fidelidad y perseverancia. Esta debe ser nuestra manera de salvar a un mundo que busca la verdad y no sabe a qué señor entregarse. Que Cristo nos dirija y seamos sensatos en el seguimiento de su camino.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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