Propio 26 (C) – 2010
October 31, 2010
Preparado por el Rvdo. Gonzalo Rendón
Isaías 1:10-18; Salmo: 32:1-7; 2 Tesalonicenses 1:1-4, 11-12; Lucas 19:1-10
La liturgia de este domingo nos trae como tema de reflexión la autenticidad de vida. Decimos que algo es auténtico cuando es genuino, sin tachones ni enmendaduras; y decimos que alguien es auténtico cuando su estilo de vida, su comportamiento, actitudes y manera de ser, es transparente, sus acciones y sus palabras son coherentes, no hay ambigüedades; o sea que, tanto lo que dice como lo que hace se compaginan armoniosamente.
De acuerdo con esto, ya podemos ver el significado de las palabras que escuchamos en la primera lectura. Dios, hablando por boca del profeta, se dirige a Israel, a sus dirigentes políticos y religiosos para recriminar su comportamiento, su inautenticidad de vida. Empieza por llamarlos “príncipes de Sodoma y Gomorra”. Ya sabemos que desde muy antiguo, se había formado una leyenda en Israel sobre el castigo que sobrevino a aquellas dos ciudades por sus muchos pecados. Si el profeta llama príncipes de Sodoma y Gomorra a los dirigentes de Israel, les está diciendo que su comportamiento es tan malo que se puede comparar con el de los habitantes de aquellas dos ciudades; hasta podrían ser sus padres “ejemplares”.
Ahora bien, la denuncia del profeta no se queda ahí; continuando adelante con la lectura descubrimos que se trata de aquellos israelitas, practicantes religiosos, que cargados de faltas contra la justicia, con las manos untadas de sangre a causa de sus maldades, se aparecían al templo a ofrecer sacrificios y, supuestamente a alabar a Dios, ni siquiera a expiar sus muchas faltas, sino simplemente a cumplir con un calendario litúrgico, con sus ritos y normas cultuales.
Eso precisamente es lo que Dios, por medio del profeta, recrimina: si no hay autenticidad de vida, si no hay al menos la intención de cambiar de actitudes, es tiempo perdido pretender agradar a Dios con cualquier forma de práctica religiosa; en estos casos, nos enseña el profeta, Dios no escucha; más bien se fastidia ante tanta inautenticidad, ante tales incoherencias de vida.
Aquí tenemos un buen motivo para examinar nuestra vida, la calidad de nuestros actos y, por tanto, la calidad de la práctica religiosa que realizamos cada domingo. ¿Cómo es mi manera de ser durante la semana, cómo trato a los que me rodean, cómo vivo mis relaciones de amor, de justicia, de servicio, de solidaridad? ¿Me esfuerzo por vivir una vida mínimamente auténtica? O por el contrario, ¿debo reconocer que no hay coherencia entre mis actos y la fe que profeso, la cual me exige un continuo compromiso? Entonces, me quedan dos caminos: o reconozco con humildad el llamado a la conversión que Dios me hace y me propongo vivir con más autenticidad mi vida cristiana o, sencillamente evito aparentar que vivo y celebro la fe cuando en realidad estoy totalmente apartado. Ya es cuestión de dejarnos penetrar por el mensaje de Dios a través de su Palabra y tomar una decisión.
No es necesario que los demás aplaudan nuestra autenticidad; pero también es importante que no tengan que criticarnos; y, más importante aún, que nuestra conciencia no nos tenga que recriminar acto alguno de inautenticidad. Claro que sería un buen indicativo que nuestro comportamiento cristiano suscitara comentarios positivos tal como escuchamos en la segunda lectura. San Pablo, escribiendo a los Tesalonicenses siente la necesidad de dar gracias a Dios por la fe de aquellos hermanos; porque al tiempo que se afianzan en la fe, aumenta más el amor que se tienen, y esto lo hace sentir orgulloso; así lo expresa: “Estamos orgullosos de ustedes frente a las Iglesias de Dios, por la constancia y la fe con que soportan las persecuciones y aflicciones” (2Tes 1,4). En definitiva, lo que Pablo resalta de los fieles de Tesalónica es su coherencia de vida, su fortaleza, su autenticidad.
Esta lectura es testimonio claro de que es posible vivir una vida auténtica, en la sencillez del amor y del servicio los unos a los otros; y este servicio incluye la oración por nosotros mismos y por nuestros hermanos, al estilo del mismo Pablo que ruega a Dios para que cada día los miembros de la comunidad de Tesalónica sean verdaderamente dignos del llamado a ser hijos e hijas de Dios y para que se les conceda realizar todo buen propósito y toda acción de la fe (v. 11).
Ahí tenemos, entonces, dos cuadros bien definidos: el que nos pinta el profeta Isaías y el que nos pinta Pablo, ¿en cuál de los dos nos hallamos nosotros? Un tercer cuadro lo podemos descubrir en el Evangelio de este domingo. Miremos muy atentamente lo que sucede en la descripción que nos hace Lucas. Jesús, que va hacia Jerusalén, hace su arribo a la ciudad de Jericó; mucha gente quiere verlo, pero el evangelista centra nuestra atención en un hombre que era jefe de recaudadores de impuestos y muy rico, además, era de baja estatura y para ver al Maestro trepa a un árbol. Sin mediar palabra, Jesús se dirige a aquel hombre llamado Zaqueo y se hace el invitado: “Zaqueo, baja pronto porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”.
El evangelista no nos cuenta nada sobre ningún diálogo entre Jesús y Zaqueo. Simplemente nos dice que muy contento, Zaqueo lo recibió en su casa a pesar de las críticas y murmuraciones de los espectadores, pues ¡sólo a Jesús se le ocurría entrar a cenar y a hospedarse en casa de un pecador! ¿Qué sucedió aquí para que Zaqueo tomara la actitud que nos cuenta el evangelista? ¿Qué pretende enseñarnos Lucas con este relato?
Una posible enseñanza es que la sola presencia de Jesús, provoca cambios radicales en la vida del que lo recibe o lo acepta. En contraposición a la primera lectura donde escuchamos la requisitoria que hace Isaías a los dirigentes de su pueblo, aquí vemos un Jesús que simplemente se acerca, se hace acoger y está al lado del pecador; en lugar de reclamar, dona amor, bondad, misericordia, y eso es suficiente para que Zaqueo reconozca sus malas acciones y confiese delante de Jesús lo que hará para resarcir sus injusticias.
Con sus palabras, Jesús confirma la decisión de Zaqueo declarando la llegada de la salvación a la casa de su anfitrión. Esto quiere decir que la presencia de Jesús sana y salva, induce al que lo acepta a transformar su vida para recibir el don de la salvación. Debemos entender, entonces, que salvación y aceptación de la presencia de Jesús en nuestra vida, es una misma cosa. Jesús no anuncia una salvación que se obtendrá posiblemente después de nuestra muerte física; aquí entendemos que basta aceptar a Jesús, cambiar nuestras actitudes y comenzar a vivir una vida de auténticos seguidores de él; en eso consiste la salvación.
Una palabrita sobre el sentido simbólico que hay en la descripción que hace Lucas de Zaqueo como un hombre de “baja estatura”: sencillamente era un hombre sin conciencia, su vida giraba en torno a la codicia, al acaparamiento de dinero y bienes materiales; en una palabra, era un hombre reducido al servicio de la riqueza; era una persona muy “corta de mente”, esta expresión la usamos nosotros con frecuencia; pues bien, Lucas describe esa mente tan corta de Zaqueo con su baja estatura, no daba la talla para ser un hombre de auténtica estatura. En el momento en que acepta a Jesús y lo recibe en su casa, es decir, en su corazón, ya no es un hombre de baja estatura; su conciencia se ha abierto y ha sido capaz de “crecer” tanto que ha podido experimentar el don de la salvación e inmediatamente mostrar los frutos de la salvación.
Miremos nosotros nuestra estatura en la fe: decimos creer en Jesús, cumplimos regularmente con algunas normas y preceptos; pero ¿tengo la suficiente apertura de conciencia para aceptar a Jesús en mi vida y para mostrar los frutos de esa presencia en mí? Roguemos para que en el día a día sepamos vivir auténticas actitudes de creyentes y mostrar auténticos frutos de salvación.
— El Rvdo. Gonzalo Rendón es sacerdote de la Iglesia Episcopal en Colombia. Por algunos años sirvió en la Diócesis Episcopal de Colombia en San Lucas (Medellín) y en la Catedral de San Pablo (Bogotá). También fue comentador de las lecturas dominicales del Ciclo A y parte del Ciclo B. Ha colaborado en otras publicaciones como Diario Bíblico Latinoamericano y los comentarios pastorales de La Biblia de nuestro pueblo. Ahora trabaja como profesor virtual de una importante universidad virtual de Colombia.
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