Propio 26 (B) – 2018
November 05, 2018
Si nos preguntáramos cuáles son las reglas que hemos establecido y que guían nuestra vida diaria, la respuesta sorprendería porque nos daríamos cuenta de que nuestra vida se ve regida por muchas reglas. Fuera de las que obedecemos creadas por el gobierno nacional y el local, están las que nosotros y nosotras establecemos ya sea en lo estudiantil, en familia o para el trabajo. Es posible que tengamos reglas sobre cuánto queremos ahorrar, cuánto tiempo queremos pasar con familiares o amigos, o sobre cuánto tiempo pueden nuestros hijos e hijas navegar por el Internet. Lo cierto es que hemos establecido reglas que seguimos sean estas formales o informales, conscientes o inconscientes.
La pregunta va encaminada a ayudarnos a determinar las reglas que seguimos ya que nos revelan lo que nos es importante. Precisamente en el Evangelio de hoy escuchamos que Jesús al responder a la pregunta acerca de los mandamientos, nos está revelando mucho acerca de sí mismo y del Reino de Dios.
El maestro de la ley le pregunta a Jesús: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús le contesta dándole no solo un mandamiento, sino dos. El primero, “ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” y el segundo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. La manera como Jesús une estos dos mandamientos nos indica que estos no pueden separarse. En otras palabras, no podemos amar a Dios y no amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. La muestra de que amamos a Dios se ve reflejada en nuestro amor también.
La pregunta de este maestro fue a raíz de otras conversaciones entre líderes judíos y Jesús, donde cuestionaban su fidelidad a las reglas judías. Las respuestas de Jesús siempre se centraban en las normas, tradiciones y reglas bíblicas. Por ejemplo, el libro del Deuteronomio donde se establece la importancia de la oración diaria, en el libro de Levítico en el que Dios se dirige a Moisés y le indica que le comunique a la comunidad israelita: “Ama a tu prójimo que es como tú mismo”. En estos textos se basa Jesús para decirnos que el amor por el prójimo resalta el amor de Dios por la persona.
Algo que pasó casi inadvertido fue el que el maestro de la ley estuvo de acuerdo con Jesús. Es posible que ni los judíos, ni Jesús ni el experto legal pudieran imaginar un tipo de amor sin el otro. Parte del impacto de esta historia es que el maestro judío estuviera de acuerdo con la respuesta de Jesús.
A lo largo del Evangelio de San Marcos observamos que los líderes religiosos constantemente observaban y criticaban cada movimiento de Jesús. Ellos juzgaban su comportamiento y sus acciones, acusándolo de “blasfemia” cuando perdonaba los pecados, cuando se sentaba a la mesa a comer con cobradores de impuestos y pecadores, y cuando sanaba a los enfermos. Esos hombres inclusive afirmaban que Jesús tenía un demonio porque sacaba demonios. Este cuestionamiento de Jesús lo hacían para defender su posición con respecto a las leyes judías.
El maestro, ya de acuerdo con los dos principales mandamientos, recalca que ese amor del que habló Jesús, “vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios que se queman en el altar”. En este contexto lo que dijo el maestro de la ley pareciera ser una crítica implícita de las normas del Templo, pero no lo es. Ni Jesús ni el maestro estaban rechazando esas normas importantes del Templo. Jesús reafirma la prioridad del amor para Dios y para el prójimo sobre los sacrificios físicos y religiosos.
No nos debe sorprender que otros líderes judíos, además de Jesús, creyeran en la correlación entre amar a Dios y amar al prójimo. De hecho, el maestro de la ley en la historia de hoy representa a las personas judías que empezaron a apreciar y a estar de acuerdo con las enseñanzas de Jesús.
Jesús afirmó la respuesta del maestro diciéndole: “no estás lejos del reino”, porque vio que este señor sí comprendió la mayor enseñanza de Jesús, el amor. No obstante, el maestro no se unió a los seguidores de Jesús. No se trataba solo de ser sabio; se necesitaba algo más, un compromiso profundo a la humildad, la justicia y la igualdad de la humanidad creada por Dios.
Esta historia comienza a revelar la transformación de los individuos que rodearon a Jesús; aquellos que lo criticaron y que lo llevaron a la muerte. A pesar de la falta de amor que hubo en la condena, sacrificio y muerte de Jesús, la historia es testigo del gran mandamiento revelado por Jesús en ese encuentro del Evangelio de hoy: “ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” y el segundo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
Esta historia revela el poder transformador de la palabras y acciones de Jesús. No solamente sobre sus seguidores, sino también sobre los que se consideraban archienemigos suyos. Esta historia nos invita a ser más abiertos a las diferencias de los seres humanos, a reflexionar, reconocer y validar a aquellos que a lo mejor no entendíamos y que por el poder del Espíritu Santo se nos revela el amar sin condición.
Estamos siempre invitados e invitadas, como nos lo muestra Jesús, a encontrar a la otra persona en donde se encuentre; a encontrarla e invitarla a que profundice su entendimiento de Dios y a que esa persona también nos transforme en la imagen más profunda de Jesús nuestro Salvador.
Hermanos y hermanas, el amor que enseñó Jesús nos lleva a la realización de su misión en este mundo, la misión que da vida en abundancia y promueve la justicia y la paz divina.
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