Propio 26 (B) – 2012
November 05, 2012
La Iglesia conmemora hoy el Día de todos los santos. Todos estamos llamados a la santidad. ¿Cómo llegamos a la santidad? ¿Con las buenas obras? ¿Viviendo la fe de Jesucristo? Ilustraremos este tópico de la santidad con una historia.
Fue en el siglo XIX. Era un hospital atendido por religiosas. La madre superiora llamaba la atención a sor Esperanza porque se esmeraba demasiado en la atención de un enfermo. Le decía: “Hermana, la caridad de Cristo nos urge, pero todos los enfermos son iguales para nosotras”. En efecto, la buena religiosa parecía un ángel custodio para aquel hombre que había llegado al hospital totalmente desahuciado. El alcoholismo lo había convertido en un desecho humano, sus entrañas estaban podridas y tenía unas reacciones automáticas y hurañas. “Hermana, alabo su amor por ese enfermo, pero no debemos hacer acepción de enfermos” – volvía a insistir la madre superiora a sor Esperanza.
El hombre murió en medio de una solicitud extrema por parte de aquella samaritana de la caridad. “Sor Esperanza, ¿por qué tanta amabilidad con ese hombre desconocido? – volvió a cuestionar la madre superiora. La caritativa hermana cerró los ojos y navegó por el tiempo pasado. Y empezó a hablar: “Años atrás, unos desalmados y depravados sexuales irrumpieron en una modesta casa rural. Con instinto asesino mataron al padre y a un hijo varón que pusieron resistencia. La madre y dos hijas fueron vejadas, violadas y dejadas como muertas. Aquel hogar se quebró para siempre. Una herida interna sangraría por siempre. La madre y las hijas emigraron a la ciudad. Intentaron una nueva vida. Pasaron los años y una de las hijas se casó y la otra sintió vocación religiosa y se consagró a Dios. Ese hombre fue quien asesinó a mi padre y mi hermano y a mí me violó”. La madre Superiora muy conmovida dijo: “Sor Esperanza, el amor la ha hecho como Aquel a quien usted ama: Jesús, el Santo de Dios”.
Eso es ser santo. Vivir lo que creemos. El amor transforma de tal modo a los seres humanos que nos hace olvidar heridas profundas que podían llevarnos al odio, a la depresión y al suicidio. Esta santa mujer entendió el mensaje de Cristo y por eso es bendita del Padre, es decir, una santa.
Los seres humanos en la actualidad, con el ansia de poder que caracteriza a esta época, han fabricado sus propios dioses y sus propias doctrinas que están muy distanciadas de la doctrina cristiana. Los seres humanos han errado el camino de buscar la salvación, la santidad. Nuestra cultura ha hecho de la tecnología un dios, abusan de ese medio e imponen sus propios criterios. El hombre y la mujer de poder son endiosados en nuestra cultura. La riqueza material, la belleza física, el poder armamentista… son señales claras de lo equivocados que estamos en esa búsqueda.
Se ha desviado el sentido del amor al poner la confianza en el dinero, la belleza o el poder de las armas. El amor de sor Esperanza, que supera el dolor, las heridas del pasado y el odio a quien destruyó su familia y su futuro es el verdadero amor que conduce a la santidad. El evangelio de hoy nos presenta a un maestro de la ley formulando una pregunta a Jesús: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” (Marcos 12:28b).
Este mandamiento no es una ley abstracta que pueda aceptar múltiples interpretaciones o acomodarlas a intereses personales. Es un mandamiento concreto y su formulación es clara y precisa: “El primer mandamiento de todo es: oye, Israel: ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Pero hay un segundo: ama a tu prójimo como a ti mismo. Ningún Mandamiento es más importante que estos” (Marcos 12:29-31).
Ahí está la clave y el secreto para alcanzar la santidad: el amor a Dios y el amor al prójimo. En realidad no son dos mandamientos, sino uno con dos dimensiones. San Juan, el evangelista y apóstol, nos dice en una de sus cartas: “Nosotros amamos porque él nos amó primero. Si alguno dice: yo amo a Dios, y al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. Pues si uno no ama a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios, a quien no ve. Jesucristo nos ha dado este mandamiento, que el que ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn. 4:19-21). El amor es que hace posible escalar la santidad. Al conmemorar hoy el Día de todos los santos, la Iglesia nos hace un llamado a todos a formar parte de este conglomerado de santos y santas que gozan eternamente de la presencia de Dios. Pero, para llegar a este grado nos hace falta una entrega total al mandamiento del amor, es decir, dar hasta nuestra vida por los demás, sacrificar nuestros sentimientos como lo hizo la hermana Esperanza de la historia, tener un comportamiento que responda a los principios que animan la vida cristiana: el amor, la misericordia y la ofrenda total.
El mundo de hoy pide de nosotros los cristianos un testimonio auténtico que refleje la santidad de vida. Proclamamos el reino de Dios que es un reino de santidad y vida, de justicia y de verdad, de amor y de paz. En este momento de la historia de la humanidad es urgente vivir las virtudes teologales: la fe, la esperanza y el amor. No basta conocer la doctrina, es necesario vivirla. La vivencia es el reflejo de la vida interior. Solo el amor da sentido a la vida y nos hace sentir satisfecho del deber cumplido.
Un cantautor cristiano quiso plasmar en una canción esta realidad tan hermosa que nos hace santos y santas. En esta canción nos hace ver cuál es la verdadera santidad a la que debemos aspirar:
No me creas si me viste rezando
no me creas si de unión yo te hablé
no me creas si me ves dar limosna
pues todo eso se puede hacer sin fe.
No me creas si el domingo voy a misa
no me creas si en mi pecho una cruz ves
ce créeme.
PORQUE ES MUY FACIL REZAR
ES MUY FACIL HABLAR
PERO AMAR DE VERDAD
A VECES HACE LLORAR.
Dios no nos preguntará en el juicio final cuántas veces fuimos a misa ni cuántos rosarios rezamos. Nos dirá: Tuve hambre y me diste de comer; tuve sed y me diste de beber; estuve desnudo y me vestiste; estuve preso y me visitaste; estuve triste y me consolaste y por eso nos ofrecerá la oportunidad de ser santos y santas. “Vengan benditos de mi Padre a tomar posesión del reino eterno de los cielos que fue preparado para ustedes desde el principio del mundo” (Mateo 25:35-40).
Pidamos al Señor que nos permita renovar nuestras vidas en esta santa eucaristía para iniciar el camino hacia la santidad.
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