Propio 25 (B) – 2012
October 29, 2012
¡Qué gran lección de fe y discipulado nos da hoy el Señor! Es una lección que puede confundir a muchos y alegrar la vida de tantos que están en búsqueda de una palabra de aliento en el camino de la vida.
El punto inicial de nuestra reflexión lo encontramos en la primera lectura tomada del libro de Job, que dice al Señor: “Yo sé que tú lo puedes todo y que no hay nada que no puedas realizar” (Job 42:1-2).
Esta misma actitud de reconocimiento del poder de Dios, de fe y confianza en quien todo lo puede, la reencontramos en las palabras del ciego Bartimeo, que desde su sufrimiento y ceguedad, grita a Jesús: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mi” (Marcos 10:47).
El titulo atribuido a Jesús, como “Hijo de David,” nos lleva a comprender que en las palabras del ciego Bartimeo hay una gran revelación de quién es la persona de Jesús. Él es el Mesías esperado, el rey justo que todo Israel necesitaba. De acuerdo a la promesa, este rey encarnaría la compasión y la justicia de su antiguo rey David, de ahí que Bartimeo, aunque ciego físicamente, sabe quién es el que está pasando cerca de él y lleno de confianza grita a Jesús para decirle: “Tú que eres el nuevo rey esperado, y que eres compasivo como nuestro padre David, ejerce tu compasión sobre mí y sáname ahora”.
Así que Bartimeo es nuestro personaje de hoy. En nuestra tradición bíblica sabemos de él que era un pordiosero, alguien que pedía limosna al borde de uno de los caminos de Jericó. Un don nadie, hijo de alguien también sin importancia llamado Timeo. Bartimeo, como ciego, encarna a alguien que representa el miedo, a algunos niños les dan miedo los ciegos.
El pordiosero era el estorbo y obstáculo para los adultos y para aquellos que sueñan con calles y ciudades perfectas, limpias, sin mendigos, y sin hambre. Por eso vemos que muchos reprendían a Bartimeo para que se callara. El pordiosero es también para muchos, en términos actuales, una carga indeseada. A los que pagan impuestos y manejan presupuestos públicos, los que piden limosnas son una gran carga pública creyendo que no merecen ser atendidos en sus necesidades básicas tales como la comida, el techo, la salud y la educación.
Al Bartimeo del evangelio, como a todo pobre de hoy, se le sigue tratando de hacerle callar. El pobre, creemos erróneamente, no tiene voz ni voto, y debe vivir condenado a permanecer en el abandono y silencio de los demás. Solo le resta que el buen Jesús pase por su camino.
Pero también en nuestro invitado Bartimeo, encontramos al nuevo discípulo del reino. Continua la Palabra diciéndonos, que Bartimeo al saber que Jesús lo estaba llamando, “arroja su manto, se pone de pie de un salto, y se acerca a Jesús”. El hoy representa al discípulo que todo lo deja por Jesús. El manto es símbolo de todas sus pertenencias y manera de vivir. El manto es donde el pobre recoge la limosna, y con lo que se cubre del sol, del frío y de la lluvia, se protege del polvo y se oculta de la mirada de los demás. A Bartimeo no le importa botar ese medio tan importante para acercarse a Jesús y seguirlo.
Entonces, además de una lección de fe, encontramos en Bartimeo un gran ejemplo de discípulo, que lo deja todo, desocupa sus manos, se pone en pie como el que sirve, y se decide a seguir a Jesús. Podríamos decir que una vida sin Jesús es una vida ciega y pobre, abandonada y triste, sin esperanza, como la del ciego Bartimeo; mientras que la vida en Jesús es una vida libre, gozosa, nueva, y perseverante, como la del nuevo discípulo Bartimeo.
Esta es la vida que encontró Bartimeo, y esta es la vida que hoy también podemos encontrar nosotros cuando unimos nuestro clamor al de Bartimeo y a la exhortación de Job para dirigirnos a Jesús y decirle con una fe profunda: “Tú todo lo puedes…” “Jesús, hijo de David, ten compasión de mi”.
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