Propio 24 (C) – 2010
October 17, 2010
Preparado por el Rvdo. Francisco Rodríguez
Génesis 32:22-31; Salmo 121; 2 Timoteo 3:14 – 4:5; Lucas 18:1-8
Las lecturas de hoy nos invitan al esfuerzo, a la lucha y a la persistencia. En la primera, del Génesis, nos encontramos con la historia de Jacob que, después de sus logros, decide, por mandato de Dios, regresar con toda su familia y posesiones a su país de origen con la promesa de que Dios lo acompañará en todo momento.
Antes de su encuentro y reconciliación con su hermano Esaú, al que no veía por más de veinte años, ocurre algo misterioso: Jacob lucha tenazmente en medio de la duda, la confusión y la oscuridad de la noche con un hombre que al final resultó ser un ángel de Dios.
La historia cuenta que en la batalla Jacob es golpeado y se disloca la cadera; pero continúa persistentemente en su lucha, entonces el ángel pide a Jacob que le suelte porque ya está llegando el alba. Jacob se niega y sabiendo el carácter divino de su contrincante exige su bendición. El ángel de Dios pregunta por su nombre y él responde: “Jacob”. El ángel contestó: “De ahora en adelante te llamarás Israel”, que significa “fuerza de Dios”. En una lucha que parece entre iguales. Jacob, a su vez, pide al ángel que le diga su nombre, pero no se lo dice, y en ese mismo momento es bendecido.
En este encuentro no sólo Jacob lucha contra un ángel, que resulta ser Dios mismo, sino también Dios lucha contra Jacob, en la conversación, en medio de la batalla, hay preguntas, respuestas y algún silencio. Pero en el diálogo la última pregunta la tiene Dios y también la última acción al bendecir a Jacob.
Al amanecer Jacob triunfa en la lucha y no solamente recibe la deseada bendición sino también un nuevo nombre “Israel”. El patriarca Jacob sale triunfante, porque ha luchado con Dios y con los hombres y ha vencido. Victorioso en esta contienda recibe la bendición de Dios gracias a su valor, esfuerzo y persistencia. De esta manera Dios queda una vez más comprometido con su pueblo escogido.
Ahora no sólo tenemos al vencedor, sino que, con la bendición, Jacob adquiere una nueva identidad, un nuevo nombre y se convierte en un nuevo hombre, padre de una nueva gran nación. Abriendo así un nuevo camino y un nuevo futuro para el pueblo de Israel.
Esta historia del combate entre el patriarca Jacob y Dios puede interpretarse como una batalla espiritual en la cual nuestra fe sale fortalecida ante la duda, las adversidades y las frustraciones.
La noche representa el desconcierto, la vulnerabilidad, el miedo y la falta de control; la lucha es la fuerza, la confianza y la perseverancia que triunfa. ¿Cuándo? Al amanecer cuando llega la luz que nos transforma y renueva. Después de la batalla nos encontramos con el ser humano que fue y con el ser humano en que se convirtió.
Fue la persistencia de Jacob la que le hizo triunfar. Es nuestra actitud diaria ante la vida la que nos pone frente a Dios y la que nos permite recibir su gracia y bendición.
En este mismo orden hemos escuchado la parábola que narra la batalla entre una pobre viuda y un indiferente juez. Jesús cuenta a sus discípulos cómo una viuda pedía insistentemente a un juez insensible, indolente e injusto que resolviera una disputa con su adversario. Por mucho tiempo el juez no hizo caso de la viuda; pero fue tal la persistencia que finalmente decidió hacer justicia.
No sabemos hoy qué era lo que exigía la viuda, sólo dice: “hazme justicia contra mi rival” y, por tanto, no sabemos si tenía razón o no. Ahora, sí escuchamos que el juez cansado y agobiado hace justicia. Por otra parte, tampoco conocemos qué decisión o solución da el magistrado ante tal litigio, solamente sabemos que atendió la petición de la viuda; pues dice el juez: “Como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, así no seguirá molestándome”.
En la parábola nos encontramos con dos personajes:
Un juez que no tenía temor de Dios y mucho menos respeto por la gente. Posiblemente éste, como tantos otros, era pagado por los romanos y, por lo tanto, no gozaba de la consideración y del respeto del pueblo. Estos jueces tenían poco prestigio, eran fáciles de sobornar y de muy pocos escrúpulos. Solamente miraban por sus propios intereses. Cualquier parecido con alguien en la actualidad es pura coincidencia. Dos mil años después, la historia aún nos resulta familiar. A la vista tenemos, muy repetidas veces, ejemplos donde la justicia está más que corrompida. Este juez en ningún momento sintió que tenía un deber y una responsabilidad ante la necesidad de la viuda.
El otro personaje es una viuda, símbolo de la pobreza y la discriminación; perteneciente a un grupo marginal en la sociedad judía de la época. No poseía recursos, influencias, ni dinero, por lo tanto, solamente le quedaba acudir al indiferente juez. Hoy en día en muchos países y culturas las viudas son maltratadas y no son tenidas en cuenta.
Ella tenía un arma que supo utilizar muy bien: la persistencia que, junto a la insistencia y a la tenacidad, resultó ser un arma definitivamente eficiente.
Aquí no se está comparando a Dios con el juez, más bien se está contrastando la actitud que asume el juez y cómo Dios Padre hace justicia en favor de los desposeídos, de los débiles y vulnerables, cómo Dios responde en todo momento a nuestras necesidades y peticiones y, además, cómo Dios demuestra que nos ama y actúa con justicia en todo lo que hace.
En estas dos historias nos encontramos a Jacob luchando contra Dios en busca de su bendición y a la viuda en una batalla constante con el juez en busca de justicia. Ambos triunfan, ambos logran su meta: Jacob es bendecido y la viuda es atendida en su pedido de justicia. Jacob y la viuda fueron ante todo “persistentes” y por tal lograron sus objetivos.
Hoy se nos invita a ser persistentes, constantes, tenaces y valientes, pues necesitamos estas virtudes para cumplir con la responsabilidad y el compromiso que tenemos de predicar las buenas nuevas de amor, paz y justicia.
Nosotros, hispanoamericanos, cristianos y episcopales debemos ser fieles testigos del evangelio de nuestro Señor, cumplir con nuestros deberes en la sociedad y, al mismo tiempo, luchar y no permitir la injusticia dondequiera que se manifieste.
Jesús dice a los discípulos que “hace falta orar sin cansarse” porque es la oración la que nos trae fortaleza de espíritu, la que nos da valor y seguridad y la que sostiene y acrecienta nuestra fe.
Recordemos a la Madre Teresa que decía: “Si rezamos creeremos. Si creemos amaremos. Si amamos serviremos”.
Que esta santa Eucaristía que, es tiempo de oración y comunión con Dios, sea para cada uno de nosotros una oportunidad real de acercarnos a Dios y recibir su amor, su gracia y su bendición.
— El Rvdo. Francisco Rodríguez realizó estudios en el Seminario Evangélico de Matanzas, Cuba, y en el Programa Latino/Hispano del General Theological Seminary (Seminario Teológico General) en Nueva York. Ordenado en la Diócesis de Nueva York y actualmente trabaja como sacerdote a cargo de la Iglesia de St. Andrew (San Andrés) en Brooklyn, Nueva York.
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