Propio 24 (B) – 2015
October 19, 2015
Una lectura atenta de los evangelios pone de manifiesto que en la enseñanza ofrecida por Jesús se contrasta el reino de Dios con el orden presente y se aboga por una manera nueva de ver las cosas. Jesús dice con frecuencia: “Oísteis que fue dicho…pero yo os digo”. Ello implica que, a la luz del reino, la vida de los seres humanos habrá de reordenarse conforme a un nuevo orden basado en las enseñanzas de Jesús. La manera en que se interpreta y ejerce el poder ha de acercarse a la visión de Jesús. El texto de Marcos que nos ocupa es explícito y enfático en dicho sentido.
Tras la revelación de Jesús a sus discípulos de la muerte que iba a sufrir (Marcos 10:32-34), llama la atención el comportamiento de los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan. Recordemos que a Pedro, Santiago y a Juan se les conoce como el círculo íntimo de Jesús (9:2-8; 14:32-42).
En el camino hacia Jerusalén, estos dos discípulos se le acercaron a Jesús con una petición llena de intereses personales. “Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir” (v.35). Cuando Jesús les preguntó qué era lo que querían (v.36), solicitaron que se les concediese sentarse uno a cada lado de Jesús en su gloria (v.37). En el mundo antiguo la derecha de un rey era el sitio de honor y la izquierda el puesto que le seguía en importancia. En otras palabras, estos dos discípulos solicitan los mejores lugares en el reino por venir.
La petición de Santiago y Juan pasa por alto la revelación de lo que sucedería en Jerusalén (Marcos 10:33). Jesús fue claro en cuanto al destino de su camino, Jerusalén, donde enfrentaría tortura y muerte. La aceptación de Jesús de su papel de siervo sufriente está en agudo contraste con la demanda hecha por Santiago y Juan.
Hay que resaltar que la petición de Santiago y Juan es muy distinta a la petición que hará el ciego Bartimeo (10:51) en los versículos siguientes. Bartimeo pedirá a Jesús la vista. No solo la vista corporal, sino la espiritual que le conducirá por el camino del discipulado y de la cruz. Parece que Marcos desea comunicar a sus contemporáneos que no existe otro modo de seguir a Jesús que no sea el camino de la cruz. La petición de estos discípulos implica que todavía no habían captado tal enseñanza, aun después de haber disfrutado de la experiencia de la transfiguración.
Ante dichas pretensiones, la respuesta de Jesús es contundente. ¿Estaban dispuestos a beber de la copa (de dolor) de Jesús, o ser bautizados con el bautismo (del sufrimiento) de Jesús? (v.38) Sin saber lo que decían, responden: “Podemos” (v.39). La comprensión de tal camino a seguir vendría solo cuando quedaran llenos del Espíritu en Pentecostés. Sin embargo, durante las horas angustiosas del sufrimiento de Jesús, se olvidaron de él.
Jesús les aseguró que participarían en sus aflicciones, pero no por ello tendrían lugares especiales en el reino. Sentarse a la derecha y a la izquierda de su trono no le correspondía a Jesús concederlo. Sería dado a “aquellos para quienes está reservado” (v.40).
Jesús termina este diálogo con una hermosa enseñanza. “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y a dar su vida en rescate por todos” (v.45).
Los gobernantes y los poderosos utilizan, con demasiada frecuencia, el poder para explotar al débil. Por el contrario, en el reino de Dios, el servicio es instituido como requisito fundamental para los líderes cristianos: “No será así entre ustedes; más bien, quien entre ustedes quiera llegar a ser grande que se haga servidor de los demás” (v.43).
Con ser esta una enseñanza tan clara pronto cayó en el olvido entre los cristianos. Cuando los fieles comenzaron a ofrendar a los primeros obispos para que estos distribuyeran las donaciones entre los pobres, recibieron el título de padres de los pobres, pater pauperum, según la expresión latina. Todos los obispos eran pa-pas. Pero, por desgracia, la acumulación de bienes y riquezas pronto ofuscó la mente de estos servidores y se convirtieron en señores poderosos, dueños de navíos, de terrenos, y se inició una encarnecida lucha por el poder. Y el humilde título de padre de los pobres se trastocó por otro que implicaba poderío. Y ahí se quedaron estancados los “pobres papas” durante cientos de años, en una lucha abierta por controlar el poder en esta tierra, incluso con ejércitos y violencias. Jesús hubiera llorado de pena ante semejante espectáculo.
La Iglesia debe ser profética, dedicando todo esfuerzo posible en favor de la justicia en la sociedad. La Iglesia debe renunciar a los modelos terrenales de crecimiento y éxito. Tiene que establecer un serio compromiso con los oprimidos, los pobres y las víctimas de la corrupción. Debe establecer y promover relaciones y estructuras que desafíen a las injusticias y corrupciones reinantes en la sociedad que le rodea.
Cuando todos los cristianos tomemos conciencia de la fugacidad de todo lo presente, cuando tomemos conciencia de que ni los bienes materiales ni el poder ni la fama nos ofrecen felicidad, antes bien, dolor e insatisfacción, entonces y solo entonces, puede que nos dediquemos a edificar el reino de Dios en la tierra.
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