Propio 23 (C) – 2019
October 14, 2019
Existen diferentes prácticas para profundizar en nuestra espiritualidad, muchas de éstas consisten en estar conscientes de nuestro entorno, de observar, notar, ver. La idea de esto es activar nuestros sentidos y prestar atención para darnos cuenta dónde está actuando Dios y cómo está presente en medio de nosotros.
A quien le gusta caminar en la naturaleza, puede observar el color y la forma de las hojas de los árboles, escuchar el susurro del viento, admirar la belleza del magnífico cielo azul, el pequeño grillo saltando en la hierba, las ondas creadas cuando se lanzan pequeñas piedritas al agua. Así, con atención y cuidado, se puede descubrir cómo una nueva maravilla pronto se revela. Es mediante la observación, por la contemplación, que nos abrimos nosotros mismos y permitimos sorprendernos al reconocer los dones maravillosos en los que Dios se manifiesta todos los días.
En el evangelio que escuchamos hoy, podemos darnos cuenta que el acto de observar, juega un papel importante en la historia que narra Lucas. Cuando Jesús entró en una aldea desconocida, vio, notó a los leprosos que clamaban por misericordia. En un sentido, reconoció su necesidad de ser limpios y, en consecuencia, restaurados de su “marginación” para poder reunirse y formar parte de su comunidad nuevamente.
Es importante destacar el contexto en el que esta historia se origina. Aquellas personas afectadas por la lepra no sólo sufrían los efectos físicos de esta enfermedad. Ellos eran considerados ritualmente impuros y, por tanto, se les prohibía la entrada al templo; eran aislados, separados de sus familias y comunidades. Pero, de acuerdo con el libro del Levítico, en el capítulo 14, versículos 10 a 32, si un leproso se curaba tenía que ser examinado por los sacerdotes del templo. Si los sacerdotes encontraban que el leproso se había curado, éste entraba en un proceso para ofrecer sacrificios y así ser reintegrado en su comunidad. Es por esto que Jesús manda a los diez leprosos a ver a los sacerdotes.
“Y mientras iban, quedaron limpios de su enfermedad.” El texto nos dice que sólo uno de ellos, el samaritano, al verse sano, regresó alabando a Dios en alta voz y se postró a los pies de Jesús y dio gracias. Un tema importante en esta historia hace hincapié en “ver y notar”. Cuando este samaritano vio que estaba sanado, reconoció este maravilloso regalo de Dios; cuando vio que su curación fue un milagro del Señor, su respuesta inmediata fue de alabanza y adoración. En lugar de olvidar inmediatamente el sufrimiento que experimentó y centrarse en su propia buena fortuna, como hicieron los otros nueve, él volvió a Jesús con acción de gracias.
Pero, ¿qué es la gratitud? Según Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús, la gratitud es reconocer los dones y regalos que Dios nos da en amor, reconocer su presencia amorosa a través de ellos. La gratitud es la base de nuestra relación con Dios. Ésa es la razón por la que el samaritano regresó a la fuente de su bendición. De ahí que sea tan importante “ver y notar”; por ello, el samaritano reconoció el regalo amoroso de Dios para él. Así las cosas, debemos preguntarnos, ¿dónde podemos reconocer el amor incondicional de Dios en nuestras vidas ahora mismo? ¿Somos capaces de identificar los regalos y dones del amor de Dios y ver, a través de ellos, su presencia amorosa?
La oración llamada “Examen”, inspirada por Ignacio de Loyola, como él mismo lo describe en su Diario Espiritual, es una técnica de reflexión en oración sobre los acontecimientos del día con el fin de detectar la presencia de Dios y discernir su dirección. Lo interesante de esta práctica espiritual es que el primer paso, después de tomar conciencia del amor con el que Dios nos mira, es la gratitud. Este momento, según Ignacio, consiste en dar gracias a Dios por los beneficios recibidos. Una vez más, la gratitud, es reconocer los dones de Dios y su presencia amorosa a través de ellos.
Si hiciéramos un “Examen” similar y repasáramos los dones amorosos de Dios durante el día, ¿de qué estaríamos agradecidos? ¿qué diríamos? Si revisáramos cada día con atención, seguro podríamos “ver y notar” todas las bendiciones que recibimos. Tal vez daríamos: gracias por tener la oportunidad de vivir; por la familia que tenemos, por su apoyo y amor; por nuestros amigos, por el hogar y la salud; por poder respirar, sonreír, llorar y disfrutar de las cosas sencillas; por tener una comunidad de fe, por el apoyo de nuestros mentores y la gente que se preocupa de nosotros. En fin, las posibilidades son infinitas. Por todo lo que estamos agradecidos es una bendición.
Al ser agradecidos comenzamos a ver el mundo con ojos diferentes; reconocemos los dones recibidos de Dios y le empezamos a ver en todas las cosas. A veces nos centramos tanto en las preocupaciones de nuestra vida diaria, que nos cegamos para poder “ver y notar” las bendiciones que tenemos; y, si somos incapaces de reconocer los regalos amorosos de Dios, luego nos concentrarnos en nuestras carencias, en lo que no hemos hecho; nuestra mentalidad de escasez asume el control y, finalmente, comienza a detener el flujo de las bendiciones.
Hay una oración que dice: “Sé agradecido en los tiempos difíciles porque es ahí donde creces, sé agradecido por tus limitaciones ya que te dan oportunidades de mejorar, sé agradecido por tus errores porque ellos te enseñan valiosas lecciones.” Al final esta oración dice: “encuentra la manera de estar agradecido por todos tus problemas ya que éstos pueden llegar a ser tus bendiciones.” Y en estas bendiciones Dios siempre está presente.
Ésta es la buena noticia que proclama el evangelio de hoy: Dios da abundantemente. El deseo de Dios de dar es tan grande que supera nuestra capacidad humana de recibir. El samaritano es un ejemplo vivo de este amor, gracia y presencia de Dios, y él fue capaz de reconocer cómo Dios lo había bendecido.
La invitación, hermanos, es a ver, a notar, a prestar atención en cómo Dios ha estado actuado en nuestras vidas; a reconocer los dones y regalos que Dios continúa vertiendo cada día. La invitación es a caminar a través del día en la presencia de Dios y tener presente las alegrías. Enfoquémonos en los dones y regalos diarios; veamos el trabajo que hemos hecho, las personas con las que interactuamos; prestemos atención a las cosas pequeñas, a las hojas de los árboles, al susurro del viento, a la belleza del magnífico cielo azul, al pequeño grillo saltando en la hierba, a las ondas creadas cuando se lanzan las pequeñas piedritas al agua. Detengámonos, veamos y notemos, seguro encontraremos que la presencia amorosa de Dios siempre está allí.
El Rvdo. Alfredo Feregrino, es nativo de la Ciudad de México y obtuvo su Maestría en Divinidad en la Escuela de Teología y Ministerio en Seattle University donde obtuvo también el primer Dr. Rod Romney “preaching award”. Actualmente es desarrollador de misión en una congregación bilingüe y bicultural en Seattle/Renton Washington: Our Lady of Guadalupe Episcopal Church donde la “unidad” está al centro de su teología.
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