Sermones que Iluminan

Propio 22 (C) – 2010

October 03, 2010

Leccionario Dominical, Año C
Preparado por Eddie López, Jr.

Lamentaciones 1:1-6 ó Habacuc; Salmo 137 ó 37:1-10, 2 Timoteo 1:1-114; Lucas 17:5-10

Vamos a centrar nuestra reflexión en la carta de san Pablo y en el evangelio. La lectura de la segunda carta a Timoteo nos habla de un tesoro que Dios desea que guardemos (2 Timoteo 1:14). El apóstol Pablo nos dice que este tesoro es el evangelio. Pero aunque esto parezca fácil no lo es porque se han dado muchas interpretaciones del evangelio. Tenemos que preguntarnos, ¿cuál es la expresión auténtica del evangelio para nosotros como episcopales? También habla san Pablo de un llamado a ser santos; Dios “nos salvó y llamó destinándonos a ser santos” (2 Timoteo 1: 9). Finalmente, Pablo afirma que ha recibido el encargo de difundir la Buena Noticia como predicador, apóstol y maestro. Veamos, pues, cómo podemos llevar el menaje de estas lecturas a nuestras vidas.

Hablemos primero del evangelio que Dios nos ha dejado para que lo guardemos. En un libro de Louis Weil, hay un capítulo titulado El Evangelio en Anglicanismo, donde explica cómo es entendido y vivido el evangelio en el Anglicanismo. Dice que implica: 1) el episcopado histórico, 2) el don eucarístico 3) la espiritualidad o la expresión del pueblo de fe en su encuentro con Dios. Esta expresión tiene otras muchas manifestaciones en nuestra rica historia y en nuestra diversidad. Pues la expresión del evangelio en el anglicanismo no procura definir definitivamente en detalle todo lo que se puede decir o experimentar. 4) como último punto afirma, en ese capítulo, que el evangelio se encuentra en este mensaje central: “Dios estaba en Cristo, reconciliando al mundo a sí mismo”. Este es el mensaje del misterio pascual, proclamado en la tradición de la liturgia anglicana tal como se encuentra en el libro de Oración Común desde el arzobispo Thomas Cranmer (1552).

Lo atractivo del entendimiento del evangelio en la Iglesia Episcopal para nuestra comunidad hispana/latina es: 1) la expresión apostólica que encontramos tanto en nuestra historia como en nuestro episcopado; 2) la expresión litúrgica eucarística que se realiza en nuestra adoración; 3) la expresión de una espiritualidad que es centralizada en las Escrituras y es, a la misma vez, abierta y variada; y finalmente, 4) la expresión de justicia social que defiende a los más pobres, necesitados y aislados en nuestro mundo y en nuestras comunidades. 

La lectura de Pablo se nos exhorta a guardar “el precioso depósito de las enseñanzas” (2 Timoteo 1:13-14). Y esto de guardar, ¿qué quiere decir? Esto me recuerda la parábola de Jesús sobre los talentos y el siervo que guardó el talento en la tierra porque su amo era muy duro. Si recuerdan, Jesús recompensó a los que multiplicaron sus talentos. Esa es la intención del tesoro del evangelio que Dios nos ha dejado. No lo ha hecho para que nosotros lo escondamos únicamente para nosotros, sino que Dios desea que lo compartamos con los demás y lo multipliquemos. Así pues, la idea de san Pablo de que “guardemos el precioso depósito” no implica que lo escondamos, sino todo lo contrario, que lo divulguemos, pero sin adulterarlo. Que difundamos las mismas enseñanzas que partieron de Jesucristo, nuestro salvador.

Veamos ahora la idea de Pablo donde nos pide que seamos santos. Los latinos son una minoría en la membresía de la Iglesia Episcopal. Por ende, un objetivo de nuestro llamado es hacer crecer nuestra iglesia. Pero, no es un crecer por crecer. Es que deseamos compartir con otros esa bella expresión anglicana del evangelio que hemos recibido y que creemos que otros andan buscando y no han encontrado. Y, otros, al vivir nuestro entendimiento del evangelio lograrán ser santos.

La lectura de san Pablo nos exhorta a reavivar ese llamado a ser santos. Esta palabra ‘reavivar’ implica un fogón que se prende y nunca se apaga. Y este fogón encendido motiva el don que Dios nos ha dado. Primero debemos preguntarnos ¿cuál es el don que Dios nos ha dado a cada uno en particular? Podemos observar algunos dones en las comunidades de fe. El don de hablar con familiares y amistades invitándoles a que vengan a experimentar nuestra comunidad de fe. El don de crear hospitalidad para las personas que llegan por vez primera a la comunidad de fe. El don de apoyar la misión enseñando, cantando, tocando instrumentos de música, participando en comités, apoyando en las finanzas o en el altar. Existen muchos otros dones. Esta lista no es exhaustiva. La pregunta verdaderamente sería ¿cómo es usted llamado a promover el evangelio? La llamada es diferente para cada uno de nosotros, pero todos somos necesarios en esta gran tarea de difundir el reino de Dios y lograr que todos seamos santos. Es muy importante lo que nos exhorta la lectura a hacer: a no dormirnos con este don sino a mantenernos animados, avivados, trabajando para el bien del evangelio (2 Timoteo 1:6).

También dice Pablo que Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía sino “de poder, amor y templanza”, para promover el evangelio. La página electrónica del Oficio Diario de la Misión St. Claire, usa la confesión del Miércoles de Ceniza todos los viernes, en la que se incluyen estas palabras: “Confesamos nuestra falta de no compartir la fe que está en nosotros”. No lo hacemos a veces porque tenemos vergüenza de lo que otros puedan pensar de nosotros. Otras, no lo hacemos porque creemos que otros van a malinterpretarnos. No la compartimos porque luego tendremos que vivir lo que compartimos. No la compartimos tal vez porque creemos que no sea tan importante o relevante para la vida.

Y no nos damos cuenta de que a nuestro lado puede encontrarse alguien muy necesitado, en conflicto con su matrimonio o con sus amistades. Puede estar buscando una nueva comunidad de fe donde pueda encontrar el evangelio que previamente describimos como nuestra expresión episcopal. Puede encontrarse alguien que no quiera tantas reglas sino una fe donde pueda explorar por sí mismo cómo vivir una fe dirigida por las escrituras y en una rica espiritualidad. Y usted no le ofrece la oportunidad de encontrar lo que esa persona necesita; no se lo ofrece por cobardía. Tome el valor que Dios nos da mediante su espíritu y, con gozo, celebre compartiendo el evangelio que Dios le ha entregado.

Las escrituras requieren otras dos propiedades sobre el llamado. Somos llamados a compartirlo con un espíritu de amor y autodisciplina. Estas dos palabras son muy importantes. Dios nos llama a compartir el evangelio viviendo una vida que demuestre amor y autodisciplina. ¿Cómo podemos compartir el evangelio?, preguntan algunos. Primordialmente, demostrando un amor sincero hacia el prójimo. Dondequiera que miremos en las escrituras, el evangelio nos presenta un mensaje de amor y es mejor expresado por nosotros cuando lo vivimos. Para poder vivir esa vida de amor necesitamos una vida de autodisciplina. En la tradición anglicana esto se realiza, por ejemplo, por medio de los oficios diarios en el Libro de Oración Común. Es una devoción muy apropiada. Es necesario mantener una vida de oración y comunión con Dios y con el prójimo. De esta manera compartimos el evangelio.

Por último, el apóstol nos recuerda que para ser fiel a nuestro llamado dependemos de Dios. Nos recuerda que nada de lo que nosotros hagamos es para ganarnos la salvación o para gloriarnos. Y el evangelio afirma que: “Nosotros somos siervos inútiles de Dios” (Lucas 17: 10). Y lo que hacemos es simplemente lo que teníamos que hacer. Nuestra salvación no se gana sino que se recibe gratuitamente por la gracia Dios. Entonces lo que hacemos debe estar únicamente motivado por ese amor que Dios a hecho nacer en nosotros por su gracia. Lo que hacemos es compartir con los demás lo que hemos recibido de Dios, porque el amor de Dios nos transforma de un corazón egoísta, que busca sólo lo suyo, en un corazón generoso, que desea que todos lleguen a recibir la bendición previamente obtenida.

¡Que Dios nos ayude a lograr esto en nuestras vidas y comunidades!


— Eddie López, Jr., es Director de Cuidado Pastoral en el Greenwich Hospital de Connecticut. Fue pastor Metodista por 20 años y ahora procura ser sacerdote en la Diócesis de Bethlehem en Pennsylvania adonde es miembro de la Iglesia de San Esteban.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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