Propio 22 (B) – 2012
October 08, 2012
Nuestra sociedad está en crisis porque la familia está resquebrajada. Hay muchas familias disfuncionales productos del divorcio, la violencia de género y sobre todo por las infidelidades que amenazan la unidad familiar y el sacramento del matrimonio.
El tema obligado de este domingo marcado por el evangelio de Marcos es la familia, el matrimonio y consecuentemente el divorcio como causa principal de la actual crisis familiar que destruye poco a poco la familia y daña terriblemente la sociedad, pues la familia es la que genera la sociedad.
El libro del Génesis defiende la unidad y la indisolubilidad del matrimonio cuando expresa: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su esposa y los dos llegan a ser como una sola persona” (Génesis 2:24). El fundamento de la sociedad está esencialmente en la familia, de modo que si la familia está en crisis consecuentemente la sociedad lo estará también. Urge, más que nunca, trabajar arduamente en la pastoral familiar para salvar la sociedad y de esa manera evitar tanta violencia e inmoralidades que nos caracterizan negativamente en la actualidad. La armonía en la familia garantiza indudablemente una sociedad sana porque los hijos y las hijas que salgan del seno de una familia armoniosa colaboran en el saneamiento de todas las instituciones que componen nuestra sociedad actual llámense escuelas, iglesias, oficinas, hospitales, clubes… La familia llega a todos los estamentos de la sociedad e influye ya positiva o negativamente según esté la familia.
Nuestra sociedad está infectada por un virus que afecta terriblemente a la familia hasta el colmo de destruirla totalmente. Ese virus se llama el divorcio. Lo más terrible es que quienes más sufren en este proceso de deterioro son los hijos de la pareja divorciada acumulando traumas, odios, rechazos a veces insuperables. La carga del divorcio caerá sobre los hijos y tardarán muchos años en superar todo el daño causado. Moisés les permitió el divorcio al pueblo de Dios por la terquedad que los caracterizaba, pero legalmente no estaba permitido el divorcio según nos cuenta Marcos: “Entonces Jesús les dijo: Moisés les dio ese mandato por lo terco que son ustedes. Pero en el principio de la creación Dios los creó hombre y mujer” (Marcos 10:5-6).
Los grandes males que caracterizan a nuestra sociedad actual son producidos por las familias disfuncionales que están en constante crisis. La violencia en general, las inmoralidades, la corrupción administrativa, la violencia de género, la prostitución progresiva, la drogadicción, los embarazos de adolescentes son la punta del iceberg que tienen sus raíces profundas en la familia resquebrajada como consecuencia del divorcio y las infidelidades matrimoniales.
La familia es el componente esencial de la sociedad y si queremos una sociedad sin violencia y sin inmoralidades tenemos que salvaguardar la familia. Las personas más equilibradas salen de las familias armoniosas. Dinamicemos en nuestras Iglesias la pastoral de parejas y la pastoral familiar incluyendo los hijos que son parte del sistema. Es necesario proclamar a todo pulmón el principio divino que desde la acción creadora Dios propuso: “No es bueno que el hombre esté solo. Le voy a hacer a alguien que sea una ayuda adecuada para él” (Génesis 2:18).
La liturgia de este domingo nos lanza un reto que toca lo más íntimo del ser humano y nos da la clave para solucionar los problemas que nos aquejan en el diario vivir. El salmo de hoy lo expresa de esta manera: “¿Qué es el hombre? ¿Qué es el ser humano? ¿Por qué lo recuerdas y te preocupas por él? Pues lo hiciste casi como un dios, lo rodeaste de honor y dignidad, le diste autoridad sobre tus obras, lo pusiste por encima de todo” (Salmo 8:5-7). Dios nos dio el poder sobre todas las cosas y nos revistió de honor y de dignidad y por eso nos pide que conservemos la armonía de la creación que es la garantía de una sociedad sana y por ende de una familia equilibrada que nos devolverá la paz del edén perdido. Evitemos a toda costa el divorcio y vivamos plenamente el mandamiento por excelencia del amor de Dios y el amor al prójimo.
La experiencia nos ha enseñado que cuando el amor se enfría en la relación de parejas, en el matrimonio la familia como sistema se enferma y va muriendo lentamente. El amor es la fuerza dinámica que enciende la autoestima positiva que produce la unión que combate todas las adversidades por la que pasa la familia. No olvidemos que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios y Dios es esencialmente amor. Si queremos rescatar a las familias de la crisis actual que desencadena tanta violencia e inmoralidad debemos renovar nuestra vida cristiana sobre todo en la dimensión del amor que es la garantía número uno que permitirá la sanidad de nuestra sociedad.
La eucaristía dominical es el mejor momento de encontrarnos con Dios, en su palabra y sacramento, para renovar nuestras relaciones con Dios, con el prójimo, con nosotros mismos y con nuestra pareja y de esa manera colaboraremos a una mejoría considerable de la situación del mundo. Los cristianos de la primera comunidad fueron capaces de hacer tambalear los poderes que dominaban a los seres humanos cuando con sus propias vidas predicaban el mensaje de Jesucristo basado en el mandamiento principal: el amor a Dios y el amor al prójimo. Hoy, más que nunca, los cristianos tenemos en nuestras manos la solución a la mayoría de los problemas que aquejan a nuestro mundo. Basta empezar con practicar el amor en la familia, que es la primera iglesia –la iglesia doméstica- y veremos como poco a poco va cambiando el mundo con nuestro testimonio.
Pidamos al Todopoderoso que nos llene de su gracia y amor para poder vivir el testimonio cristiano con todas las consecuencias de cambio y transformación que trae consigo. No desmayemos en el esfuerzo de renovar nuestras vidas, nuestro matrimonio y nuestra familia.
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