Sermones que Iluminan

Propio 22 (A) – 2014

October 05, 2014


La mayoría de nosotros nacidos en el campo o en la ciudad hemos tenido la experiencia de plantar o ver a otro plantar árboles frutales u ornamentales con la ilusión de cosechar flores o frutos. Es posible que en esta tarea hayamos tenido resultados positivos cosechando los frutos esperados, y ¡qué alegría poder cosechar!, pero también es posible que hayamos tenido frustraciones, porque los árboles plantados no se desarrollaron lo suficiente o simplemente crecieron desordenadamente produciendo solo hojas, y ¡qué desilusión! Nos da ganas de abandonar ese terreno para ir a plantar a otro lugar.

También nuestro Dios tuvo desilusión con el pueblo de Israel que él se escogió como su plantación preferida. El profeta Isaías en el capítulo cinco nos describe de forma poética el amor de Dios por su viña, pero a la vez la desilusión que tuvo al final por no encontrar los frutos de justicia y verdad que esperaba de Israel: “Mi amigo tenía una viña plantada en fértil terreno. Removió la tierra, la limpió de piedras y plantó buenas cepas; construyó en medio una torre y cabo un lagar. Y espero que diera uvas, pero dio frutos agrios. (…) La viña del Señor todopoderoso es la casa de Israel, son los hombres de Judá su plantación preferida. Él esperó de ellos derecho y ahí tienen: asesinatos; esperó justicia y ahí tienen: lamentos” (Isaías 5: 1b-2, 7).

El evangelio de hoy es como una relectura de Isaías 5: 1-7. San Mateo a través de un ejemplo sencillo, conocido como la parábola de los labradores asesinos, nos habla del rechazo de los líderes judíos a la misión salvadora de Jesús y la consecuencia que va a tener ese rechazo : quedarse fuera del reino de Dios.

En el contexto agrario donde se desenvolvió Jesús era muy fácil para sus interlocutores entender las imágenes de esta parábola; la viña era parte del diario vivir del pueblo de Israel, por eso tal vez san Mateo insiste en que el objetivo de una viña es producir fruto. “Esta dura parábola nació como la expresión del agudo conflicto al que había llegado Jesús con los dirigentes del pueblo. Jesús ya veía cercana su muerte y sabía que hacia ello lo llevaba la violencia de los dirigentes judíos. Ellos eran los primeros responsables de su muerte, y como tales sus asesinos” (Schökel, Luis Alonso, La Biblia de nuestro pueblo(comentario), Ed. Mensajero, Vi Edición, Bilbao, España, 2006).

El hombre de la parábola representa a Dios, la viña representa a Israel, los viñadores son los líderes del pueblo de Israel, los servidores golpeados representan a los profetas que Dios envió a Israel, matarlo y sacarlo de la viña , significa la muerte de Jesús fuera de las murallas de Jerusalén, expulsado de la comunidad de Israel, como nos ilustra el autor de la carta a los hebreos en el capítulo 13: “Así también, Jesús sufrió la muerte fuera de la ciudad, para consagrar al pueblo por medio de su propia sangre” (Hebreos 13: 12). La muerte inmisericorde que se dará a los labradores malvados, viene a ser como una profecía de la destrucción de Jerusalén por los romanos en el año 70 d.C. Los otros labradores a quienes se les entregara la viña para que la trabajen representan a los pueblos paganos, que, contrario a Israel, creerían en Jesús y darían frutos de buenas obras unidos a él.

Los líderes judíos se consideraban hijos de Abraham y lo llamaban su padre, por ser este el primer judío. Ellos depositaban su confianza en la carne, es decir, en el hecho de que eran hijos naturales de Abraham y en que fueron circuncidados. En tal sentido algunos líderes judaizantes entraron en la comunidad de Filipo y estaban atormentado a los fieles de esta comunidad diciendo que si no se circuncidaban no podían salvarse, por eso el apóstol san Pablo advierte a los filipenses sobre esta clase de doctrina y con el ejemplo de su propia vida les hace saber que no hay nada en este mundo que valga más que conocer a Cristo.

Nada más puede darnos la salvación y vida eterna. San Pablo era un judío a carta cabal y cuando conoce a Cristo dice: “A nada le concedo valor, si lo comparo con el bien supremo de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por causa de Cristo, lo he perdido todo, y todo lo considero basura a cambio de ganarlo a él y encontrarme unido a él; no con una justicia propia, adquirida por medio de la ley, sino por la justicia que se adquiere por medio de la fe en Cristo, la que da Dios con base a la fe” (Filipenses 3: 7-9).

En consecuencia, el reino de Dios le pertenece no a los descendientes de Abraham en la carne, sino a los verdaderos descendientes de Abraham por la fe. “Por ejemplo, Abraham creyó en Dios y esto le fue tenido en cuenta para su justificación. Comprenden entonces que los verdaderos hijos de Abraham son los que tienen fe. La escritura preveía que los paganos alcanzarían la justificación por la fe, y así Dios anticipaba a Abraham la buena noticia: Por ti todas las naciones serán bendecidas” (Gálatas 3: 6-8).

Ese Jesús rechazado y matado violentamente por los judíos se ha convertido en la piedra principal del edificio (Mateo 22:42). Él espera que demos frutos de santidad y justicia. Nosotros hemos recibido las bendiciones que los judíos incrédulos rechazaron. Somos los nuevos labradores. Ahora bien, ¿estamos como creyentes dando frutos de amor, de unidad, de justicia y santidad? O, simplemente estamos ahí dormidos en los laureles, y conformándonos solo con ser cristianos, sin ser crucificado y viviendo un evangelio a nuestro propios caprichos, adecuando nuestras vidas a los criterios del mundo .Tengamos cuidado, no sea que seamos rechazados. Hoy podemos preguntarnos: ¿qué clase de labradores somos? ¿Damos a Dios la honra y la alabanza que él se merece?.

No olvidemos que en el Antiguo Testamento la viña era Israel y que hoy la vid verdadera de Dios es Jesús mismo; al pertenecemos, y solo con él y en él podemos producir buenos frutos (Juan 15:4-6). No seamos cristianos solo de nombre, dejemos que el Espíritu Santo de Dios fluya en nosotros como fluye la savia del tronco del árbol hacia las ramas. Sin el Espíritu nos secamos y morimos espiritualmente como la rama que se separa del tronco. El mismo Señor lo ha dicho: “El que no permanece unido a mí, será echado fuera y se secará como las ramas que se recogen y se echan al fuego” (Juan 15:6). Como Pablo busquemos con esmero conocer y vivir interiormente el poder de Cristo resucitado que se da mediante su Espíritu Santo, el cual nos capacita para sufrir persecuciones externas por Cristo y crucificar en nuestro interior al hombre viejo pecaminoso. Entonces podemos decir: “Lo que quiero es conocer a Cristo, sentir en mí el poder de su resurrección y la solidaridad en su sufrimientos; haciéndome semejante a él en su muerte, espero llegar a la resurrección de los muertos” (Filipenses 3:10-11).

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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