Propio 21 (B) – 2012
October 01, 2012
En las lecturas correspondientes a este domingo, el mensaje de la Palabra nos destaca, la libertad de acción del Espíritu de Dios y los recursos que regala a los que elige para su servicio.
Moisés y Jesús, en la primera y tercera lectura, muestran una actitud abierta, no así sus discípulos. A Josué, el ayudante de Moisés, le parece mal que el Eldad y Medad, que se quedan en el campamento y no acuden, aunque habían sido convocados a la reunión, reciban parte del espíritu de Moisés y se pongan a profetizar.
Josué le pidió a Moisés que se lo prohibiera, pero Moisés le respondió: “¿Estás celoso de mí? Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor” (Números 11: 29).
En el evangelio sucede algo similar. Juan, el discípulo amado, pero también llamado el hijo del trueno le informa a Jesús que han visto a uno que echa demonios en su nombre y que han querido impedírselo. A lo cual Jesús contesta: “No se lo impidan, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mi. El que no está contra nosotros está a favor nuestro” (Marcos 9:39-40).
He deseado destacar las escenas porque me parecen muy valiosas y, por consiguiente, bastante frecuentes en los grupos religiosos a través de la historia. Es realmente temible la falta de caridad y sensibilidad a la que podemos llegar, cuando actuamos dentro de la comunidad, sin el debido conocimiento del alcance de los dones del Espíritu y apoyados solo en nuestra pura visión humana.
Por eso, son admirables la valentía de independencia tanto de Moisés como de Jesús para decirnos la verdad y no dejarse envolver en el halago. Aunque lo peor de todo, es que mostremos una actitud cerrada, que corta el paso, a tanta gente de buena voluntad que quiere pertenecer sinceramente al reino de Dios.
Por eso expresó Moisés: “Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor” (Números 11:29). El espíritu es totalmente libre y no es patrimonio de nadie. Es libre como el viento y de esa misma forma se manifiesta.
De aquí podemos aprender una gran lección. No hay nada más contrario al verdadero espíritu cristiano que la exclusión sectaria o creernos que somos los dueños del espíritu y del evangelio.
La actitud de Josué por un lado y la de Juan por el otro, pueden calificarse como falta de caridad en el orden del servicio comunitario. Esto se expone muchas veces al escándalo, y especialmente, si esta es religiosa, es uno de los más graves y perniciosos para la fe de los pequeños que creen en Jesús.
En este caso, lo más importante, es tener en cuenta la actitud ejemplar de Moisés y Jesús, que representan para nosotros el camino a seguir. Ambos muestran una actitud abierta a la participación de todo el pueblo y concretamente de los pequeños que creen y confían en la misericordia de Dios.
Esto nos lleva profundizar más en el evangelio de hoy, compuesto a base de sentencias, unas muy intensas y otras menos intensas. Jesús mismo nos asegura: “Cualquiera que les dé a ustedes aunque solo sea un vaso de agua por ser ustedes de Cristo, les aseguro que tendrá su premio” (Marcos 9:41).
Pero al referirse al que quebranta la fe de los humildes que creen, dice: “A cualquiera que haga caer en pecado a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le sería que lo echaran al mar con una gran piedra de molino atada al cuello” (Marcos 9: 42).
Este es, claramente, un lenguaje muy fuerte para ser comprendido y asimilado por nuestra razón. Pero también es un lenguaje profético a través del cual se nos quiere transmitir un mensaje. Jesús desea inculcarnos la importancia de entrar en el camino de la vida y que no nos dejemos convencer por el camino de la perdición.
Para nosotros, como creyentes, se trata aquí del asunto más grave de nuestra vida. Se nos orienta a que tomemos conciencia, que es preciso que cortemos por lo sano con coraje y que, si a veces, hay que perder una mano por la salvación de todo el cuerpo, mucho más habría que hacer por la salvación del alma.
En este orden Jesús añade: “Si tu mano te hace caer córtatela, si tu pie te hace caer córtatelo, y si tu ojo te hace caer arráncatelo. Más te vale entrar en el reino con una mano o cojo o tuerto y no con estos órganos completos y ser arrojado al horno donde el gusano no muere y el fuego no se apaga” (Marcos 9: 43-47).
Con esto nos enseña la gravedad que produce el escándalo, no solo afecta nuestra fe, sino que además nos hace tropezar y caer. Es agravante el que las víctimas sean los pequeños creyentes. Por eso la pena se hace más profunda.
A grandes rasgos, no parece que la intención de Jesús en este texto sea darnos una enseñanza explícita sobre el infierno aunque queda bien claro la existencia de un camino de perdición. La instrucción primera de Jesús, sin embargo, es conducirnos por el camino de la salvación.
En este orden, el apóstol Santiago nos exhorta en su carta a orar en todo tiempo y lugar. Tanto en los momentos de gozo como también en los momentos difíciles. Por eso dice: “Y cuando oren con fe, el enfermo sanará, y el Señor lo levantará; y si ha cometido pecados les serán perdonados. Por eso confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros para ser sanados” (Santiago 5:15-16).
Santiago se refiere aquí a una confesión mutua, al parecer de pecados concretos. También incluye oración mutua por la salud espiritual y corporal. Esta muestra de solidaridad es propicia para alcanzar los beneficios de Dios.
A raíz de toda esta enseñanza adquirida, el mejor deseo es que pidamos a Dios, que nos dé una actitud abierta en el proceso de descubrimiento de nuestra fe.
Que podamos valorar sin recelo el coraje, la ilusión de tanta gente, de distintos grupos, que se entregan a favorecer las causas justas y la defensa de los valores del reino de Dios. Toda causa noble o auténtica en este querer servir mejor es legítima y es querida por Dios.
Por eso, como cristianos, debemos aprender mucho de tantas iniciativas que pueden existir aunando lo positivo, pero denunciando también con espíritu crítico todo lo que pueda disminuir el crecimiento espiritual de los que creen en las promesas de Dios.
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