Sermones que Iluminan

Propio 21 (A) – 2014

September 28, 2014


Las lecturas de hoy abordan el tema del arrepentimiento y la necesidad de tornarnos a Dios. La referencia a Juan el Bautista, en el evangelio, nos recuerda el impacto de su proclamación y su ministerio de preparar a la gente para el recibimiento de Dios. Su mensaje debe haber sido muy significativo y transformador debido a que gente de Jerusalén, Judea y toda la región del Jordán venían a él para ser bautizados. ¿De qué trataba su bautismo? La respuesta, de acuerdo a Juan, era el arrepentimiento. “Arrepiéntanse, porque el reino de Dios está cerca”. El llamado de preparación de Juan consistía en el arrepentimiento.

Tal vez el concepto del arrepentimiento nos haga sentir incómodos. Nos trae recuerdos de la desobediencia en nuestra niñez y posiblemente recuerdos amargos de nuestros padres mirándonos con desapruebo para que nos arrepintiéramos. El arrepentirse muchas veces tiene la connotación de sentirnos abochornados y culpables. Posiblemente, “¡arrepiéntanse!” no le sonó como buena noticia a la gente que venía a Juan el Bautista. Pero quizás eso no fue lo que Juan el Bautista estaba proclamando del todo. La palabra “arrepentimiento” además de implicar un comportamiento erróneo, también es muy cierto que el uso de ésta palabra suele referirse al cambio que hace una persona con el propósito de renovación. “Arrepiéntanse porque el reino de Dios está cerca” son las mismas palabras con las que Jesús comenzó su propio ministerio.

Paul Woolf, que enseña a escribir guiones para la televisión en la universidad del Sur de California, dice que hay un término hebreo, “teshuvah”, que es traducido como arrepentimiento, pero que tiene muchas connotaciones. También puede significar un regreso a Dios, un peregrinaje interno, a nuestra esencia. “Teshuvah”, es un regreso a algo que alguna vez fuimos, algo en lo profundo de nuestra alma que hemos olvidado.

Según Woolf, “en la mayoría de las escenas de televisión, o en novelas, se refleja el término “teshuvah”. Para el héroe, o la heroína, existe algo que quiere desesperadamente y algo que necesita interiormente, pero no sabe qué es. Por lo tanto, tiene un deseo y una necesidad”. La necesidad, dice Woolf, está oculta para ellos y en algún momento en la historia se da una situación donde el héroe, o heroína, tiene la oportunidad de lograr lo que desea y lo que necesita; tiene la oportunidad de alcanzar algo completamente nuevo. Normalmente, el héroe se sobrepone a su condición, no importa cuán destructiva sea, y torna su vida en una dirección completamente opuesta para lograr su propia redención.

En la película La Misión, Robert DeNiro hace el papel de Mendoza, que ha matado a su propio hermano en una pelea, debido a celos y gran enojo, aparece haciendo penitencia por ello. El personaje de DeNiro es un personaje odioso. Es un mercenario. Se ocupa en cazar indígenas para venderlos como esclavos. Su penitencia por haber matado a su hermano es arrastrar una carga pesada a lo alto de una cima. En uno de sus viajes Mendoza salta de una roca a otra pero resbala y la carga pesada lo pone en peligro de caerse al precipicio. Uno de los indígenas, que había sido esclavo, saca un cuchillo mientras Mendoza permanece colgando en las rocas. Mendoza tiene la certeza de que el indígena le va a quitar la vida. El indígena, que antes había sido capturado y vendido como esclavo por Mendoza, no busca venganza, sino más bien utiliza su cuchillo para cortar la pesada carga para que Mendoza pueda subir a un lugar seguro. Cuando el indígena opta por compasión en vez de venganza es un momento muy poderoso para Mendoza; es el comienzo de su ‘teshuvah,’ de su cambio de dirección en la vida.

El arrepentimiento no es más que el optar por un nuevo destino espiritual y moral en nuestra vida. Es ver los resultados destructivos de nuestras obras en nosotros y hacia los demás, al ponernos en contacto con la necesidad más profunda de nuestro ser, y decidir si tenemos coraje para dar un giro y movernos en otra dirección. ¿Cuál es tu ‘teshuvah’? ¿Qué necesitamos para que, como individuos e iglesias vayamos más allá de nuestras trivialidades, más allá de aquellas cosas que excluyen e infunden sufrimiento?

Filipenses 2:13 nos afirma que Dios, según su bondadosa determinación, es quien hace nacer en nosotros los buenos deseos y quien nos ayuda a llevarlos a cabo. Otra forma de decir esta verdad es reconociendo que Dios está obrando constantemente en cada uno de nosotros tratando de crear algo nuevo en nuestras vidas, algo sostenible, novedoso, lleno de vida. La pregunta para nosotros es, ¿estamos creando un espacio para lo nuevo en nosotros?

Cathleen Falsani, la editora de religión del periódico Chicago Tribune fue a Roma para reportar sobre el funeral del Papa Juan Pablo II. Cuando llegó a Roma decidió dar un paseo por la ciudad y le llamó la atención la gran cantidad de jóvenes que estaban durmiendo en tiendas de campaña en las calles de Roma, la noche antes del funeral. Al día siguiente notó que había más jóvenes en el entierro del Papa que adultos. De regreso, en el avión se encuentra, por pura coincidencia, con el Arzobispo de Chicago, que era su amigo y le pregunta: ¿cómo es posible que el Papa, que era tan viejo y frágil, tenía tantos jóvenes en su funeral? El Arzobispo le respondió sin pensarlo dos veces, “la presencia del Espíritu de Dios siempre hace a la gente más nueva, más fresca y siempre nos hace más jóvenes”.

Walter Brueggemann, el gran erudito de las Escrituras Hebreas dice: “La señal de la presencia de Dios es siempre lo nuevo”. “Pues he aquí, yo creo cielos nuevos y una tierra nueva” (Isaías 65:17). San Pablo nos dice: “Por lo tanto, no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro cuerpo exterior va decayendo, sin embargo, nuestro cuerpo interior se renueva de día en día” (2 Corintios 4:16).

Tomar una nueva dirección en nuestras vidas; ponernos en camino hacia una vida nueva, fresca, joven significa que muchas veces tenemos que dejar atrás viejos resentimientos, tenemos que abandonar falsas identidades, para poder crear un espacio para lo nuevo, lo joven, y para lo que Dios está obrando en nuestro interior.

Hay una sabiduría antigua, y muy cierta, que dice que no podemos dar una bienvenida saludable a lo nuevo, a menos que hayamos dado una despedida saludable al pasado. Para involucrarnos en ese proceso tenemos que cerrar muchas cosas del pasado. Algunos tendremos que limpiar los lentes a través de los cuales vemos la vida y a Dios. Otros tendremos que deshacernos de formas contaminadas de pensar, viejos prejuicios, paradigmas que nos sirvieron en el pasado, pero que ya se han vencido y no nos sirven más. Cuando nos aferramos a viejos resentimientos, a viejas formas de ver, pensar y sentir es difícil poder experimentar la vida de una forma refrescante, joven y llena de vitalidad, imaginación y creatividad.

El Cardenal John Henry Newman (1801-1890), dijo dos cosas apropiadas con relación a esta idea. Dijo: “Para vivir hay que cambiar y para ser perfectos hay que cambiar a menudo”. Sus sabias palabras tienen que ver con nuestra capacidad de flexibilidad ante el cambio en nosotros y el en cambio que queremos en el mundo. Depende de nuestra voluntad el colocar nuestras vidas en las manos del habilidoso Alfarero para que nos ayude a cambiar de rumbo, a logar que otros sean cambiados también, para que de esa forma podamos abrir los ojos ante las bendiciones que Dios ya ha puesto frente a nosotros para que las disfrutemos y mantengamos un espíritu siempre nuevo y joven.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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