Propio 20 (C) – 2019
September 22, 2019
La colecta y las lecturas del propio del día de hoy nos traen dos temas que tienen el potencial de ser controversiales y quizá difíciles de predicar: la oración por las personas que nos gobiernan y los bienes materiales.
Acerca del primer tema, Pablo nos insta, a través de su carta a Timoteo, a orar por aquellos que nos gobiernan, de manera tal que lo hagan con sabiduría para que podamos vivir una vida sosegada y con toda piedad y dignidad. En el clima político actual, no parece haber espacio para los conceptos de paz, dignidad o piedad. Por el contrario, la retórica y narrativa de estos tiempos, aun por parte de los líderes electos, es destructiva y deplorable.
Al respecto nuestra iglesia, en todos los niveles, hace un buen trabajo al recordarnos la importancia y necesidad de orar por aquellos que nos gobiernan. En ocasiones, ésta puede ser una de las oraciones más difíciles de elevar y, aun así, sigue siendo un compromiso de todo cristiano. Cuando nos reunimos en adoración colectiva, a través de la oración de los fieles, oramos regularmente por nuestros oficiales electos, a nivel nacional y local, así como también por la paz mundial.
La exhortación de Pablo a Timoteo es una motivación para elevar nuestras oraciones con imparcialidad, entendiendo que es importante poner en perspectiva nuestras propias ideologías y preferencias políticas pues, nuestros gobernantes necesitan de nuestras oraciones dado que, tristemente, muchas veces lo que está en juego es el futuro de la humanidad, no los resultados de una campaña de elección.
El otro aspecto que ocupa el propio del día de hoy se refiere, de cierta manera, a la forma en la cual manejamos nuestros recursos materiales y sobre la necesidad de tener astucia en las interacciones que encontramos mientras estamos en esta vida terrenal.
Así pasa en la parábola del Evangelio. Es muy enigmática. Ésta, que solo se encuentra en el Evangelio según San Lucas, termina de una manera inesperada: el amo elogia al mayordomo por haber actuado de manera astuta y básicamente corrupta. Es muy interesante e importante notar el contexto en el cual Jesús cuenta esta parábola. Todo parece indicar que esta sección es parte de las enseñanzas que Jesús todavía está compartiendo con los marginados, pecadores y fariseos en la misma cena en la cual narró las historias de la oveja y la moneda perdidas y la parábola del Hijo Pródigo. Aquí, Jesús actúa tan astutamente como el mayordomo de su historia, empleando su creatividad para lograr su objetivo. Cuando él habla, lo hace entendiendo que su audiencia estaba bien familiarizada con actos de traición, fraude y engaño. Jesús, conociendo su contexto, utiliza esta historia para mostrar la compasión, el perdón y el amor de Dios para quienes lo escuchan.
En las Escrituras, de manera directa o indirecta, se encuentran historias que hacen referencia a nuestra relación con el dinero. Éste, es quizás uno de los temas menos atractivos o fáciles de predicar. Durante la temporada de otoño, muchas congregaciones realizan sus campañas de mayordomía financiera. Conversar sobre el dinero puede, en ocasiones, ser una labor muy difícil en la iglesia.
Sería de gran bendición para los cristianos, a nivel personal y comunitario, abrir las mentes y corazones al entendimiento de que el dinero, “per se”, no es malo. La manera como percibimos y nos relacionamos con el dinero puede determinar la forma como respondemos a nuestra responsabilidad como mayordomos de la creación de Dios y de los recursos que él nos ha dado a través de nuestro trabajo y esfuerzo. El uso prudente de nuestros recursos materiales es imperante en un mundo consumista y enfocado en sí mismo. El dinero y los recursos materiales en general, pueden ser utilizados como instrumentos de bendición. Cuando reconocemos la importancia de dar a Dios los primeros frutos de nuestro trabajo, vivimos desde una perspectiva de abundancia y no de escasez. Parte de nuestra madurez espiritual es reconocer la importancia de ejercer nuestra mayordomía de manera plena, incluyendo nuestro compromiso de tiempo, talento y tesoro, como expresiones de nuestra fe, nuestro discipulado y de nuestro apostolado.
Debemos entender, como creyentes, que nuestros recursos financieros pueden no solo traer comodidad y seguridad a nuestros seres queridos, sino que también puede ser instrumento para salvar, transformar y liberar vidas. Donar para apoyar la misión de Dios en nuestra iglesia local es esencial en nuestro compromiso cristiano. Nuestras congregaciones necesitan de nuestro apoyo económico para tener los recursos necesarios para ejercer su papel reconciliador en la misión de Dios en el mundo. El donar a nuestra iglesia es imperante, así como lo es donar para el tratamiento de personas enfermas de cáncer, o donar para pagar la fianza de un o una inmigrante que ha sido separado o separada de su familia, encarcelado o encarcelada por huir de la opresión en su país de origen.
Nuestros recursos materiales pueden ser utilizados para avanzar el reino de Dios en el mundo. Como diría San Agustín: podemos ser las manos de Dios. Cuando donamos para reunificar a una familia de refugiados o aportamos a organizaciones que trabajan para proteger nuestro ecosistema, cuando ayudamos a movimientos pacíficos de cambio social que apoyan a grupos marginados y fomentan la dignidad e igualdad de todos los seres humanos, ahí estamos utilizando nuestros recursos de manera inteligente y cristiana. Los ejemplos son muchos y variados.
Hermanos y hermanas, no se trata de cantidad sino de claridad y entendimiento de nuestro compromiso y llamado como mayordomos de los recursos temporales.
La colecta del día de hoy pone este mensaje en perspectiva: “Concede, oh Señor, que no nos afanemos por las cosas terrenales, sino que amemos las celestiales, y aun ahora que estamos inmersos en cosas transitorias, haz que anhelemos lo que permanece para siempre; por Jesucristo nuestro Señor, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.”. Que Dios, quien es ilimitadamente generoso con nosotros, toque nuestros corazones y mentes con una unción especial de claridad y humildad para analizar nuestra relación con el dinero y nuestras prácticas de generosidad para con la iglesia y con aquellos que más lo necesitan. Amén.
La Muy Reverenda Miguelina Howell es Deana de la Catedral en la Iglesia Episcopal de Connecticut, es Capellana de la Cámara de Obispos y miembro de Facultad de CREDO. Miguelina es oriunda de la Republica Dominicana y ha servido al ministerio Latino de la Iglesia Episcopal en varias formas. Miguelina es Psicóloga Clínica y está casada con Daniel con quien tiene tres hermosos hijos, Dominic, Darius y Dorian, así como también un travieso perro Boston Terrier llamado Paddington.
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