Propio 19 (C) – 2010
September 12, 2010
Leccionario Dominical, Año C
Preparado por el Rvdo. Gonzalo Rendón
Éxodo 32:7-14; Salmo 51:1-11; 1 Timoteo 1:12-17; San Lucas 15:1-10
El mensaje que la Palabra de Dios nos trae este domingo se puede sintetizar en una sola palabra: misericordia. La misericordia es un atributo especialmente divino que implica actitudes tales como el perdón, la comprensión y la compasión; eso y mucho más, está muy bien descrito en las lecturas que nos presenta la liturgia de hoy. Vamos por partes.
Escogimos la lectura del Éxodo porque allí queda plasmada de manera bien clara la misericordia de Yahveh para con su pueblo; claro que hay un dato curioso, esa misericordia prácticamente se la saca Moisés a su Dios a fuerza de insistir, puesto que Él está dispuesto a destruir ¡aquel pueblo infiel, ingrato e idólatra! El pecado del pueblo ha sido tan grave -es conveniente releer muy detenidamente el pasaje-, ha herido tan profundamente los sentimientos divinos, que Yahveh mismo no reconoce aquí su papel liberador; miremos la expresión que la divinidad dirige a Moisés: “…ese pueblo que tú sacaste de Egipto, se ha pervertido…” (Versículo siete). Y la verdad es que Moisés no sacó al pueblo de Egipto, lo acompañó en su salida, pero queda claro que esa fue una obra de Yahveh; más adelante el mismo Moisés se lo recuerda: “¿por qué, Señor se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto con gran poder y brazo fuerte?”.
Por supuesto que este breve pasaje, no hay que tomarlo al pie de la letra; no puede ser posible que en el corazón de Dios haya espacio para la ira ni para ningún tipo de sentimiento destructor; tampoco hay que pensar que literalmente “Dios se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo”, tal como termina diciéndonos el pasaje. Es evidente que todo esto es un recurso metafórico que utilizan los catequistas del pueblo para hacerles entender que por más que se hayan apartado de Dios a causa de las infidelidades y desvíos a lo pactado en la alianza, Dios siempre estará ahí para perdonar, para acoger, para salvar, a cambio de que el pueblo entre en razón de sus maldades, reconozca sus errores y vuelva a su Señor. La figura de Moisés que intercede y ruega a Dios para que aparte su ira, nos enseña que ésa tiene que ser nuestra actitud frente a Dios en el momento que caigamos en cuenta de nuestras maldades. Es muy hermoso que precisamente el Salmo que acompaña las lecturas de este domingo, es el cincuenta y uno (51), donde el salmista tiene una fe absoluta en la misericordia y el perdón de Dios una vez que ha reconocido sus maldades y sus culpas.
También la segunda lectura de hoy, Timoteo, subraya este aspecto divino del amor y la misericordia derramado copiosamente sobre la humanidad a través de Jesús. Dirigiéndose a su amigo y compañero Timoteo, a quien Pablo tiene como hijo, el apóstol hace una especie de autorretrato; “¿cuáles son sus intenciones al presentarnos este autorretrato del antes blasfemo, perseguidor e insolente (versículo doce) y que, ahora, da gracias a Dios por su conversión?”. Se ve enseguida que Pablo quiere afirmar la sana doctrina, digna de ser aceptada sin reservas, a saber: «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores» (versículo quince). Esta salvación la dramatiza en el gran cambio que se produjo en Pablo, gracias a la paciencia, compasión, misericordia y favor de Dios: de perseguidor se convirtió en servidor, de pecador en hombre de confianza, «se fió de mí y me tomó a su servicio» (versículo doce)” (Como dice en La Biblia de Nuestro Pueblo. Comentario. In situ).
Es de notar la manera cómo Pablo insiste en casi todos sus escritos en este aspecto amoroso, misericordioso y compasivo de Dios, y que casi siempre él se pone como ejemplo de esa acción divina, pues se tiene a sí mismo como más pecador que cualquier otro y sin embargo, Dios a través de su hijo Jesús ha manifestado y sigue manifestando su infinita gracia y amor… No hay que prestar tanta atención entonces a muchos predicadores, no sólo de ésta, sino también de muchas iglesias, que ignorando esa actitud divina o pasándola por alto, continúan insistiendo en el castigo y el exterminio divinos a causa de nuestras maldades. Es importante que subrayemos más el aspecto misericordioso, la alegría y la confianza, que hace que el creyente sienta que a pesar de todo, la gracia de Dios-Padre-Madre nos sigue acompañando y esperando con paciencia que demos el paso hacia una verdadera conversión de corazón para disfrutar las bondades de la amistad con Dios.
El Evangelio que escuchamos hoy, cierra con verdadero broche de oro esta reflexión sobre la misericordia y el amor de Dios. Si miramos bien, las tres parábolas que narra Jesús, de las cuales hoy escuchamos sólo dos, están motivadas por la incomodidad y la inmediata murmuración que suscita en los escrupulosos fariseos la presencia de cobradores de impuestos y pecadores que se acercan para escuchar a Jesús; pero lo que más incomoda a los mencionados fariseos es la actitud de Jesús: no sólo les enseña, sino que además ¡les recibe y come con ellos! Tendría que estar loco un “israelita de bien” para atreverse a recibir a un pecador público y más aún, ¡sentarse a la mesa con él!!! Para nosotros es muy difícil percibir todo lo que encierra la murmuración y las críticas de los fariseos, y más difícil todavía es entender siquiera un poquito lo que sentiría un individuo catalogado como pecador que ¡se sentara a la mesa con Jesús! No hay palabras para describir esto; a Jesús se le ocurre ilustrar esos sentimientos con tres parábolas: la oveja perdida; la moneda perdida y el hijo perdido o hijo pródigo.
El legalismo extremo practicado por los fariseos y los doctores de la ley no les permitía ningún tipo de sentimiento humano ni hacia los demás, ni a sí mismos, y mucho menos tenían clara la verdadera imagen del Dios a quien sirve Jesús. Parece extraño, pero la realidad era esa. Evidentemente el Dios-Abba, el Dios-Padre, que es a quien Jesús sigue y a quien representa, dista mucho del Dios/ley, norma, precepto, percibido por el legalismo fariseo. Mientras este Dios a quien sirven los fariseos y los doctores de la ley es un tirano, excluyente, exigente, intolerante, inhumano… el Dios de Jesús a quien él desde lo hondo de su conciencia llama Abba (término arameo que significa papacito, papito, papaíto…), es el Dios de la misericordia, del amor, del perdón, de la acogida, de la amistad, de la libertad… por eso se forma el conflicto entre las acciones y palabras de Jesús, con las exigencias de los fariseos que no viven la vida, sino más bien, ¡la sufren! Recordemos que para la época que estamos hablando, se conocían seiscientos trece (613) mandamientos o preceptos, y que más de la mitad de esos mandatos eran cláusulas negativas: no hagas esto, no hagas aquello, no hagas lo de más allá, no se puede… no se puede… En esa medida, la vida no se disfruta, se padece.
Pero, en definitiva, ¿es posible que haya varios dioses? Evidentemente, no. Sólo hay un Dios; lo que sí hay es diversos modos de percibirlo y de servirle. Jesús lo ha percibido de la manera más genuina y auténtica, como un Padre, amoroso y lleno de misericordia; pero antes que él, los fariseos y legalistas lo habían percibido como un Dios exigente, intransigente, que sólo le importa el “perfecto” cumplimiento de la ley. Los fariseos, sin darse cuenta, desplazaron al ser humano y al mismo Dios del centro de la religión y en su lugar, pusieron la ley, la absolutizaron tanto que prácticamente la convirtieron en objeto de adoración. En esta medida, todo el mundo, incluido Jesús, eran pecadores, merecedores de la exclusión y la marginación por parte de Dios. Así podemos entender un poco mejor el ministerio de Jesús y al mismo tiempo podemos comprender más claramente por qué surge ese conflicto entre el pensamiento fariseo, y las acciones y las palabras de Jesús.
Revisemos, entonces, nuestra relación con Dios. ¿Cómo es la calidad de nuestra relación con Él? Y, en esa medida, revisemos las relaciones entre nosotros mismos; miremos si vivimos como Jesús, con una conciencia de amor, de compasión y misericordia por los demás; si así es, entonces vamos por buen camino; si no; hagamos el esfuerzo de rectificar nuestras actitudes pues estarían más de acuerdo con los fariseos que con lo que nos plantea el Evangelio.
— El Rvdo. Gonzalo Rendón es sacerdote de la Iglesia Episcopal en Colombia. Por algunos años sirvió en la Diócesis Episcopal de Colombia en San Lucas (Medellín) y en la Catedral de San Pablo (Bogotá). También fue comentador de las lecturas dominicales del Ciclo A y parte del Ciclo B. Ha colaborado en otras publicaciones como Diario Bíblico Latinoamericano y los comentarios pastorales de La Biblia de nuestro pueblo. Ahora trabaja como profesor virtual de una importante universidad virtual de Colombia.
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