Propio 19 (B) – 2015
September 14, 2015
Jesús dedicó gran parte de su ministerio público a “hacer discípulos”. Sabemos que la causa de Jesús fue el reino de Dios, y para dar permanencia a su propuesta entre nosotros formó discípulos: mujeres y hombres fieles y comprometidos a continuar su enseñanza. De ahí que siempre encontramos a Jesús acompañado de seguidores, cercanos a él, interesados en aprender a pensar, a vivir y a ser como él.
Su formación sobre el discipulado, no la impartió en un centro académico, ni en sinagoga alguna, tampoco en un lugar específico, Jesús enseñaba “en el camino”, mientras iban de un lugar para otro, mientras sanaba o predicaba él enseñaba. Su vida total fue una escuela continua del discipulado cristiano.
En el camino de Jesús, el primer paso para ser discípulo no era saber quién era él, o tener una experiencia profunda de conversión, o profesar un credo; era ante todo comenzar a caminar con Jesús, para que poco a poco, paso a paso, lo fuesen conociendo, descubriendo, imitando y aceptando como Maestro y Señor.
El llamó a quien quiso y fueron muchos los que quisieron seguirlo, algunos por la admiración y novedad que causaba, otros por su poder y sabiduría, otros también por curiosidad. Los relatos evangélicos nos cuentan de muchos que dejándolo todo lo siguieron (Lucas 5:11).
Seguramente que en varios momentos él evaluó este discipulado, a través de preguntas sobre él, sus enseñanzas y su propuesta de reino. Nos narra san Marcos hoy que Jesús iba en el camino con sus discípulos cuando les preguntó sobre lo que iban descubierto en él: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” La respuesta que pedía Jesús no podía ser de catecismo, de memoria, académica, sino una respuesta basada en la experiencia, en lo que habían visto y oído al convivir con él. Era una respuesta que debía salir del corazón, pues este maestro del amor más que llenarlos de conceptos, les habla también al corazón.
El/la discípulo/a de Jesús bebe preguntarse muy a menudo… a quién sigue. Y cómo le sigue. El conocimiento que tengamos de la persona de Jesús, es clave en nuestra vida de fe. Pues no podríamos seguir a ciegas a alguien a quien no conocemos, y mucho menos llegar a amarlo.
Muchas veces el conocimiento de la persona de Jesús se ha quedado en el papel y en los libros de teología, o en credos comunitarios, y no ha hecho huella en el corazón humano. Después de dos mil años, aun no lo hemos llegado a conocer ni a aceptar como nuestro maestro. Así que para muchos Jesús sigue siendo un desconocido. Una fe sin conocimiento con el tiempo se debilita y muere; vivir una fe, basada en credos, dogmas, con el tiempo también desanima, se abandona. Hoy el Señor sigue en búsqueda de auténticos discípulos, aquellos que caminando con él puedan dar testimonio de su amor y su verdad, su novedad y su esperanza.
El discipulado cristiano es una propuesta para todos; los que seguían al Maestro eran hombres, mujeres, niños; pobres, ricos; gente con buena salud o enfermos, ciegos, cojos; pecadores y sin pecado. Toda clase de personas con ilusión se levantaban, se enderezaban, regalaban o abandonaban sus formas de ser y lo seguían. Pues descubrían en él algo nuevo y diferente. Pedro nos dice que descubrió en su maestro Jesús al Mesías, es decir, a la persona esperada y anunciada por los profetas. Jesús llenaba las expectativas esperadas por Pedro, vivir para él, amar en él y servir con él. San Pablo, diría: “Mi vida es Cristo” (Filipenses 1:21). ¿A quién hemos descubierto nosotros en la persona de Jesús?
Consideremos de importancia reflexionar que la pregunta que hizo Jesús a sus discípulos en Cesárea de Filipo, no era para unificar criterios, para poner de acuerdo a sus discípulos, y uniformarlos en una manera de ser, de pensar, de obrar, sino para ver cómo él iba llegando al corazón de cada uno, y saber en sus respuestas a quién iba añadiendo en su discipulado.
Jesús forma personas con mente y corazón claros y abiertos; nos dice la palabra, que Jesús habló con franqueza. Asimismo él pide discípulos maduros, que saben a dónde van, y que son tan capaces de dar respuestas de hoy al mundo de hoy. Discípulos que iluminen al mundo con su verdad y justicia. Por esto el gran maestro del amor, los confronta con el gran valor de la verdad.
El discípulo no tiene respuestas completas, sino abiertas a la verdad; el auténtico discípulo de Jesús no es dogmático, y de puertas cerradas, cuidando sus seguridades y dogmas, sino es alguien que con valor experimenta, y se esfuerza por presentar cada día a un Jesús nuevo, compasivo, que está en continuo y sincero dialogo con el mundo que cambia y se redime a través de él.
El discípulo de Jesús acepta el sufrimiento, el sentido de la cruz. Su Maestro no se encanta en formar discípulos del éxito total, de llevarlos a creer que el que tiene fe no sufre, o el que ama a Dios no tiene que experimentar el dolor y sufrimiento del mundo. Su escuela abarca la vida total de cada ser humano, su realidad, su dolor, su gozo, sus desafíos y problemas vividos en fe y entrega total. No sin razón en momentos límites de la vida, es cuando más encontramos el sentido y valor de ser sus discípulos.
El discípulo acepta el sufrimiento y hace renuncias por causa del reino; renuncia al mundo del egoísmo, a la violencia como método de adquirir poder, a la opresión y explotación del otro. El discípulo aprende a vivir para Dios y se compromete a hacer presente su reino en cada paso que dé en su vida. De ahí que permanece orante, sabio, vigilante, modesto para no abrazar la necedad, ni comprometer su proyecto de vida y compromiso con Jesús.
Cada domingo, en cada encuentro de oración y en nuestra vida diaria Jesús nos pregunta a nosotros nuevamente, quién soy yo, quién eres tú, cuál es la relación que tenemos tú y yo. Qué clase de testimonio das al mundo sobre mí.
Entremos a la escuela del discipulado de Cristo, seamos parte de su reino.
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