Propio 19 (B) – 2012
September 17, 2012
Este domingo nos encontramos con un mensaje que es difícil de entender porque va en contra de nuestra cultura actual. Hoy descubrimos la actitud del triunfalismo y la competitividad para ganar. Pensamos que solo el que triunfa es el que es reconocido y el que ha escogido la mejor parte, sin embargo, existe otra sabiduría que solo se puede entender desde la simplicidad y el anonadamiento de la persona, esta es la “sabiduría de la cruz”.
Empiezo con una historia que nos ayude a entender este misterio de la cruz: “Un día un muchacho que admiraba mucho la vida de los monjes en el monasterio cercano al pueblo, decidió que quería convertirse en uno de esos monjes y llegar a ser santo. Decidido fue hacia el monasterio y llegó hasta el monje que lo entrevistaría para admitirlo, este le dijo: “Así que quieres entrar aquí con nosotros, ¿cómo se te ocurrió eso?” El muchacho contestó: “Pues lo he pensado muy bien y quiero ser santo”. A lo que el monje replicó: “¿Y crees que ya estás listo?”. “Por supuesto”, respondió el muchacho, “pídeme todo lo que quieras. Puedo pasar horas en silencio y estar en oración el día entero y sacrificarme haciendo penitencia. Ya estoy listo”. El monje entonces lo miró con ternura y le dijo: “Mira te voy a pedir algo muy sencillo para que puedas entrar con nosotros. Ve de regreso al pueblo y te vas al cruce de caminos. Quiero que te quedes allí hasta que llegue el momento adecuado y entonces regresas aquí conmigo, ¿entendiste?” El muchacho sorprendido por esta petición, inició el camino hacia el pueblo. Y reflexionaba un poco molesto: “Este monje no sabe nada, ¿por qué me manda al cruce de caminos? Si allí no hay nada, debería de haberme pedido hacer oración, o mandado a la capilla”. El muchacho llegó al cruce de caminos esperando ver algún signo claro, pero no encontró nada. Inmediatamente se regresó al monasterio. El monje al verlo venir, le gritó a distancia: “Regresa al cruce de caminos hasta que venga el momento adecuado y entonces regresas”. Pero el muchacho decía, “¿cómo sabré cuándo es el momento adecuado?” La voz del monje se oyó como un eco en la distancia, “tú lo sabrás”.
El muchacho entonces, sin entender completamente lo que tenía que hacer, regresó al cruce de caminos y se decía así mismo: “El monje quiere que yo vea algo por aquí, algún signo. No sé qué es lo que tengo que ver, pero aquí estaré”. El muchacho se sentó en la esquina y, como en todo cruce, a lo largo de las horas mucha gente pasaba por ahí. Pasó todo el día y el muchacho estuvo esperando que sucediera algo. Pasó toda la primera semana, y el muchacho veía cruzar a la gente de un lado a otro. Pasó todo el primer mes y seguía en su puesto. Pasó todo el primer año y el muchacho seguía esperando por el signo adecuado. Para ese entonces el muchacho empezó a reconocer a algunos de los rostros que pasaban por allí. Fueron los niños los primeros en decirle que era el muchacho de la esquina y lo saludaban y se despedían de él. Siguió pasando el tiempo y poco a poco empezó a reconocer las historias de cada persona detrás de los rostros. Pronto supo ver el dolor del viejito que había perdido a su familia y que pasaba con su bastón lentamente esperando que hubiera alguien más que lo pudiera sostener. Aprendió a ver las lágrimas de la muchacha que había sido engañada y que ahora se sentía sin salida. Reconoció la sonrisa falsa de aquel que tiene que aparentar para no mostrar su dolor. Cada persona era una historia y estas empezaron a ser muy importantes para el muchacho. Se convirtieron en parte de su propia historia. Después de tres años de estar en el cruce de caminos y cuando la vida de cada persona revelaba algo dentro del corazón del muchacho, reconoció que había llegado el momento adecuado y rompió a llorar como nunca lo había hecho. Bañado en lágrimas inició el camino de regreso al monasterio y esta vez el monje lo vio venir y lo dejó llegar sin decirle una palabra. El muchacho con paso lento mostraba su corazón apesadumbrado. Al acercarse al monje le dijo. “Ahora sé lo que quería que viera en el cruce de caminos, y ¿sabe? ¡ya no quiero ser santo! ¡es muy duro! ¡es muy difícil! El monje viéndolo nuevamente con ternura le respondió, ¡ahora sí, ya estás listo!”
En el evangelio, Jesús después de lograr que sus discípulos afirmen quién es él, les anuncia que tendrá que padecer y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas quienes le darán muerte y al tercer día resucitará. Pedro no puede aceptar estas palabras y lo lleva aparte reprendiéndolo por lo que está diciendo. No puede entender que no sea el triunfo lo que sucederá sino lo que parecería ante los ojos de la gente como una derrota. El sufrimiento, el rechazo no es el camino que esperamos. Jesús tiene que hacerle ver a Pedro que ha puesto sus ojos en las cosas del mundo en lugar de las cosas de Dios.
La sabiduría de la cruz es lo contrario al camino del poder sobre los demás. No es el camino de los premios y reconocimientos sino que es el camino del encuentro con lo auténticamente humano, que es nuestra propia limitación y miseria que al hacerlas nuestras son transformadas por el único don del amor incondicional. Hacer nuestro el sufrimiento humano para transformarlo es algo que solo se entiende amando. Las personas que se han encontrado al mismo nivel de ser humano, no arriba, no abajo, sino al mismo nivel, son capaces de ofrecernos, en un auténtico encuentro de amor, la mayor donación que es la de sí mismos. En otro lugar del evangelio Jesús nos dice: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”. Esta donación hecha por los que amamos es una entrega transformadora, porque ofreciendo todo lo que somos es cuando damos vida a la otra persona.
En la historia, el muchacho llega a entender que la vida de santidad que buscaba puede obtenerse solo cuando ha hecho suyo el dolor y sufrimiento de la gente de este mundo y entonces su vida puede ser ofrenda en favor de ellos. Pedro en el evangelio se encuentra ante el mismo misterio, pues es Jesús quien haciendo suyo el sufrimiento de la gente que ha encontrado y con la que ha convivido quien ahora está listo para subir a Jerusalén y enfrentar la persecución de la que será víctima. El sentido pleno de esto no podrá ser visto con ojos que buscan solo el prestigio y la fama. Jesús nos dará el signo de la cruz como la consecuencia de su fidelidad a su mensaje y ahí, donde parece ser nada, lo es todo para nosotros, ahí donde no hay gloria humana, aparece la gloria de Dios.
Así como el muchacho, con el corazón destrozado y los ojos bañados en lágrimas por haber hecho suyas las historias de cada ser humano en el cruce de caminos, así como Jesús está destrozado y convertido en nada ante los ojos de los demás y puesto en la cruz, así nosotros hoy sólo entenderemos el misterio de la cruz si somos capaces de recibir dentro de nuestro corazón el misterio de cada ser humano y hacerlo nuestro. Estaremos en el centro del misterio del amor que se da en favor de otros, “porque todo el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará”. No se trata de entender con la mente este misterio, se trata de amar con el corazón a la gente de nuestro mundo y hacer este mundo parte de nuestro ser, solo así abrazaremos la sabiduría de la cruz y esta sabiduría llenará nuestro corazón.
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