Propio 18 (A) – 2017
September 10, 2017
Para este decimocuarto domingo después de Pentecostés, las lecturas bíblicas nos invitan a reflexionar sobre dos valores sumamente importantes, los cuales constituyen una parte integral de nuestra vida de fe cristiana. Dichos valores son el amor y el perdón. Ambos valores son poderosos, necesarios, siempre van tomados de la mano y conllevan a la transformación personal y comunitaria.
En el evangelio de hoy, Mateo nos expresa lo siguiente: “Si tu hermano te hace algo malo, habla con él a solas y hazle reconocer su falta. Si te hace caso, ya has ganado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a una o dos personas más para que toda acusación se base en el testimonio de dos o tres testigos”. Mateo nos dice aquí que para llegar a la reconciliación tiene que establecerse un diálogo abierto y franco entre la persona agredida y el agresor o la agresora. Ese diálogo en el evangelio es la puerta de entrada a la reconciliación.
La carta de San Pablo a los romanos también se refiere al amor cristiano y al perdón: “No tengan deudas con nadie aparte de la deuda del amor que tienen unos con otros; pues el que ama a su prójimo ya ha cumplido toda lo que la ley ordena”. Más adelante, Pablo nos dice: “el que tiene amor no hace mal al prójimo”. El concepto del amor en este contexto se refiere al perdón y a la reconciliación dentro de la ley divina que promulgó Jesús: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el grande y primer mandamiento y el segundo dice así, amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Con este mandamiento de Jesucristo, el perdón pasa a un plano divino porque es edificante, sanador, fortalecedor y producto inmediato del amor al prójimo. A veces pensamos que el perdón es un acto liberador para las personas que perdonan, sin darnos cuenta de que ellos no son los únicos beneficiados. La psicología moderna ha comprobado que la falta de perdón afecta al alma profundamente como un veneno que se ingiere y que termina afectando al espíritu y todo el ser, porque cuando no hay perdón, hay falta de amor.
El perdón es una expresión del amor que libera las ataduras que amargan el alma y afectan al cuerpo. El perdón se fundamenta en la aceptación de lo sucedido y es una declaración personal tanto de amor propio como del amor al prójimo. Perdonar significa poner de lado todos aquellos pensamientos y sentimientos negativos que nos causaron dolor, separación y sufrimiento.
En la lectura de la carta a los romanos, San Pablo nos exhorta a “que la única deuda que tengan con los demás sea la del amor mutuo. Porque el que ama al prójimo ya cumplió toda la ley”. Pablo considera que los deberes concretos de los cristianos se completan en el amor al prójimo. La conducta del cristiano es una fuerza dinámica que empuja hacia la victoria futura y definitiva que vendrá con el compromiso diario de amar y perdonar “hasta setenta veces siete” si es necesario, es decir, siempre perdonar. Pablo nos dice también que: “la noche está avanzada, el día se acerca; abandonen las acciones tenebrosas y vistámonos de la luz”. Por tanto, es hora de despertar y es hora de aprender a perdonar como acto liberador, para de esa manera revestirnos de la divina luz sanadora, la luz de Cristo.
Debemos luchar contra esas fuerzas del mal que nos atan al resentimiento, al odio y al rencor para llenarnos de la luz del Espíritu Santo, que es la fuerza reconciliadora que nos lleva a perdonar a los que nos ofenden. Toda la historia de la salvación está basada en el amor de Dios y en su misericordia para con la humanidad, la misericordia divina de Dios padre y madre, que nos perdona y nos ofrece esa salvación.
La comunidad cristiana en Roma a la que Pablo se dirigió, recibió esta carta como instrucción cristiana, ya que él no estableció la iglesia en Roma, sino que quiso impartirles el mandamiento esencial de Jesús como parte de su apostolado. El amor y el perdón son las dos fuerzas más poderosas del mundo, capaces de transformar individuos y comunidades llenándolos del amor sanador, liberador y reconciliador de Dios a través de Cristo Jesús.
Estamos viviendo en un mundo que necesita de más amor y más perdón para que amando y perdonando podamos encontrar soluciones a los problemas que aquejan a nuestra sociedad, sumida en violentas guerras fratricidas, corrupción administrativa, odio, prejuicio, racismo, violencia y división. El mundo de hoy pide a gritos un cambio radical que nos ayude a arrancar de raíz el mal que agobia a la humanidad.
Hermanos y hermanas, nosotros tenemos la fórmula dada por Jesús para cambiar el rumbo resquebrajado y fragmentado de este mundo. Amar y perdonar es esa fórmula y debe ser nuestra consigna para participar plenamente en la armonía y la paz entre los seres humanos. Es un hecho irrefutable que en la vida de cada persona y en nuestras comunidades debe reinar la paz.
Pidamos al Todopoderoso que nos constituyamos en instrumentos de paz y amor para que donde haya odio llevemos el amor y donde haya injuria el perdón. Estos son tiempos de amar y perdonar. ¡Aprovechémoslo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo!
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