Propio 16 (B) – 2012
August 27, 2012
“¿También ustedes quieren irse?” (Juan 6:67). Los seguidores de Jesús, incluso los de su parentela, no creen en sus palabras porque no acaban de entender a Jesús, así que vuelve a explicar: “Hablo del pan que ha bajado del cielo…; el que come de este pan, vivirá para siempre” (Juan 6: 58). El que se alimenta de la palabra, del mensaje y de la vida de Jesús tendrá vida eterna.
Como miembros de la Iglesia pedimos hoy a Dios que manifieste su poder en todos los pueblos, por nuestro medio. Que nos envíe su Santo Espíritu para fortalecernos y proclamar su Palabra de salvación a todos sus hijos. Dios nos ha escogido mediante su Hijo Jesucristo, para anunciar las Buenas Nuevas.
El apóstol san Pablo nos anima a ser fuertes en unión con Cristo Jesús y para ello toma como modelo la vestidura que antiguamente usaban los soldados. Pero esa armadura que ahora necesitamos es la fuerza poderosa que Dios nos da, de modo que podamos estar “firmes y resistir los engaños de Satanás. Porque no estamos luchando contra carne y huesos, sino contra malignas fuerzas espirituales las cuales tienen mando, autoridad y dominio sobre este mundo oscuro” (Efesios 6: 11-12).
El apóstol Pablo nos exhorta a mantenernos firmes, revestidos de toda verdad, protegidos por la rectitud, siempre listos para salir a anunciar el mensaje de la paz, que nuestra fe sea como el escudo que nos permita protegernos de las flechas del maligno; es decir, que la fe es nuestra principal defensa. La salvación debe ser como el casco que usaban los soldados para proteger su cabeza, y la palabra de Dios es como la espada que se esgrime con valor para nuestra defensa. Esa espada no es más que su Palabra que nos colma de su gracia y energía, junto al Espíritu Santo. Pero la principal de todas las armas, es la oración, que nos permite estar alerta, sin desanimarnos, porque orando por todo el pueblo de Dios y por nosotros mismos, alcanzamos el poder para vencer el mal.
Los discípulos estaban confusos, los parientes de Jesús no querían creer lo que les decía, muchos de ellos lo abandonaron; lo vieron como una persona fuera de serie, con un pensamiento diferente y con una actitud diferente a la común. “¿También ustedes quieren irse?, pregunta Jesús a sus discípulos. ¿Cuál seria nuestra respuesta si Jesús nos hiciera esa pregunta?
El temor a lo desconocido es propio del ser humano, incluso de los animales. Cuando nos mudamos de casa, ciudad o país y llevamos nuestra mascota, hemos notado lo intranquilo, asustado, temeroso y tímido que se muestra el gatito o el perrito de los niños. Todo porque ha salido de su ambiente, ya conocido y donde se sentía cómodo y confiado. Cuando el pueblo de Israel estuvo caminando hacia la tierra prometida durante cuarenta años, a pesar de todas las dificultades, mantuvo la fe. Algunos, al igual que los seguidores de Jesús, lo abandonaron para adorar ídolos, porque perdieron la confianza y la seguridad que les daba el sentarse ante las ollas de carne y puerros al atardecer. No pensaron que en Egipto eran esclavos; solamente echaron de menos el placer que les proporcionaba la satisfacción de comer en abundancia. Hoy nosotros tenemos la misma actitud, porque como seres humanos reaccionamos igual ante las situaciones difíciles. Nos asustan los cambios, los compromisos, lo desconocido, lo nuevo. Preferimos seguir viviendo en la opresión, las injusticias, la desigualdad social, los abusos, la falta de valores cristianos; lo que nos convierte en cómplices de las fuerzas oscuras del maligno.
Somos débiles por naturaleza, pero el Espíritu es quien nos da fuerzas y nos mantiene firmes. El apóstol Pedro siempre demostró esa firmeza y esa seguridad, pues creía en las palabras de su Señor. En algunas ocasiones flaqueó, como cuando quiso caminar sobre las aguas y no pudo por haber dudado. También cuando negó al Maestro tres veces, después de haberle jurado que lo amaba.
Propagar la Palabra de Dios es un reto para todo cristiano; y lo es porque no solo de palabra debemos hacerlo, sino de obra. El camino que nos lleva a Jesús no es ancho ni suave, al contario; es estrecho y con muchas piedrecitas que hay que saber desechar. Si nos mantenemos en oración alcanzaremos fuerza, poder, firmeza, sabiduría, fortalecemos nuestra fe, nos sentimos preparados, dispuestos, bendecidos para compartir el evangelio con los que aún no han sido llamados o escogidos.
Hemos escuchado, día tras día, miles de testimonios de personas que han estado enfermas o que han enfrentado situaciones bastante difíciles, pero han perseverado en la oración y han alcanzado sanación física y espiritual. Su fe los ha llenado de poder y de valor. Como la historia de una familia que perdió a su hijo de diez años, pero hoy están felices porque, por la donación de los órganos del hijo dio vida a más de cincuenta personas. Su hijo vive en todos los que continúan viviendo por algún órgano recibido de él. Esa es una manera cristiana de hacerle frente a la adversidad. No nos consolamos con lamentarnos sino haciendo por los demás todo cuanto podamos.
Ante la triste pregunta de Jesús “¿También vosotros queréis abandonarme?” Pedro le responde: “Señor, ¿a quien podríamos ir? Tus palabras son palabras de vida eterna. Nosotros ya hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Juan 6:67-68). Jesús nos trae palabras de vida eterna, nos llama a seguirle porque nos ama y quiere lo mejor para nosotros. No dudemos, solamente confiemos en él y en su Palabra. Escuchemos su voz, él quiere que estemos seguros y confiados de su gracia y amor. Todavía hay algunos entre nosotros que no creen. Jesús nos dice: “Nadie puede venir a mi, si el Padre no lo trae” (Juan 6: 64b).
Dios nuestro Padre espera que escuches y atiendas a las palabras del Maestro. Búscale, acércate a él, mantente en oración para que entre todos venzamos al maligno y el amor de Dios nos proteja y su gracia nos acompañe. Digamos como Pedro: “Nosotros ya hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. Jamás abandonemos al Señor.
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