Propio 16 (A) – 2014
August 24, 2014
En el evangelio de hoy nos encontramos con una conversación entre Jesús y sus discípulos que aparenta ser una conversación ordinaria, sin embargo, se trata de lo que podemos llamar la transición a una comunicación profunda.
Sabemos que la comunicación diaria no revela lo más importante de nuestra persona. En el diario hablar nos mantenemos en un nivel más externo y superficial en el que lo que platicamos no es profundamente vital. Normalmente, a ese nivel de comunicación transmitimos información de los sucesos del día, de lo que pasó en el trabajo, de lo que hicieron los niños o de lo que tenemos para comer. Este nivel de comunicación es el diario vivir y en realidad no alimenta el alma, la comunicación que se comparte puede ser dada para todos, sin ningún compromiso de la propia persona.
Así empieza la conversación que tiene Jesús con sus discípulos: “Según el parecer de la gente ¿quién que es el Hijo de Hombre?” Jesús está inicia una conversación de comunicación de información. Lo que se dice por ahí, lo que parecería el chisme de la comunidad, lo que anda en la boca de todos. Y los discípulos responden también de la misma manera, solo pasando la información.
“Unos dicen que eres Juan el Bautista, otros que eres Elías o Jeremías, o alguno de los profetas”. Están informa de lo que la gente cree de Jesús. Si la conversación hubiese permanecido ahí, no estaba nada mal saber que la gente consideraba a Jesús como un profeta. Pero Jesús presiona para entrar en un nivel más profundo de conversación y aquí todo se hace personal.
“Jesús les preguntó: y ustedes ¿quién dicen que soy yo?…”
Ahora todo cambia, pues la conversación se hace personal, ya no se trata de contar lo que otros dicen. La respuesta que busca Jesús es más personal, se trata de algo más profundo. El que responda se estará definiendo, estará diciendo lo que ha experimentado en su vida, lo que ha sentido y, por lo mismo, exige una definición más exacta. Aquí ya nos encontramos en un plano más profundo en el que lo que se diga demanda compromiso, pues se trata de la experiencia propia.
Es importante que cada uno de nosotros se plantee hoy esta cuestión. Si se nos preguntara ¿quién dice la gente que es Jesús?, en nuestro contexto diario escucharíamos muy diferentes posiciones, algunas muy distantes de lo que nosotros mismos pensamos y creemos. Y a ese nivel podemos hasta llegar a pelearnos por las diferencias en nuestro modo de pensar. Podríamos caer en el fanatismo que muchos abrazan.
Por eso, es mejor continuar la conversación y hacerla más personal. Y tú ¿quién dices que es Jesús? Nuestra respuesta ya no puede depender de lo que hemos escuchado y aprendido en el catecismo. Ahora la respuesta exige que entremos en nuestra experiencia de lo que somos, en donde, desde lo más profundo de nuestro corazón, al evaluar lo que hemos vivido y asimilado en nuestra propia dimensión de fe, nos hace responder con la experiencia de lo que somos. Es el ser completo el que responde, no solo lo que he aprendido a un nivel intelectual, sino lo que he experimentado con todo mi ser.
Al hablar a un nivel profundo, todo lo que digamos tendrá la dimensión de compromiso, pues necesitamos respaldar nuestras palabras con todo lo que somos.
En el texto que acabamos de escuchar, es Pedro el que se anima a responder y en la respuesta se atreve a manifestar una completa definición de lo que es su experiencia de Jesús. Pedro contestó: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Pedro muestra que su experiencia de Jesús no se ha quedado en comprenderlo como un maestro, o como una persona que sabe la ley y la ha cumplido. No se queda en ver a Jesús como un personaje ejemplar, sino que en su respuesta hay una nueva comprensión de la forma en que Dios se acerca a su pueblo. Pedro ha asimilado el mensaje de Jesús y su comportamiento ante los más necesitados de la comunidad. Pedro, además, ha tenido momentos en los que Jesús ha exigido de él un paso ulterior. Y entonces, haciendo la suma de todo lo que ha experimentado en la persona de Jesús, contesta: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, convirtiéndose esta frase en una afirmación de la fe de Pedro en Jesús, y en la esperanza de todo el pueblo de verse visitado por el Mesías.
La palabra mesías viene del hebreo y significa el ungido o consagrado de Dios, y es el mismo significado que la palabra cristo en griego. Así que la gente ordinaria del pueblo no tenía una idea clara de quién era Jesús, lo veían anunciando el reinado de Dios y esto le hacía de una manera diferente a lo estaban acostumbrados, pero aún no podían considerarlo el mesías. Pensaban que el mesías cambiaría los problemas de la nación y especialmente la ocupación y opresión romana. Pedro se adelanta y, en su experiencia personal de Jesús, reconoce la presencia del Ungido de Dios, el Mesías o Cristo que en su persona revela una nueva presencia de Dios, accesible a todos. Pedro ha hablado con el corazón y todo su ser respalda esta afirmación.
Jesús entonces responde afirmando que la respuesta de Pedro no ha sido posible solo por el intelecto humano, o los intereses de liberación de una nación, sino que esto es una revelación más profunda en donde se puede ver la acción de Dios. “Jesús le replicó: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo!” (Mateo 16: 17). Y tal como si Pedro se estuviera bautizando, su nombre es cambiado en este momento. Jesús le llama, Pedro. Los evangelios de Marcos y Lucas concluyen aquí la narración. Solo el de Mateo extiende el privilegio de las palabras que siguen. “Y ahora yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia… Yo te daré las llaves del reino de los cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mateo 16:18-19). Este atar y desatar es la capacidad de declarar lo que está permitido o prohibido en la mentalidad del pueblo judío.
Así como Pedro, desde lo profundo de su ser, realiza esa comunicación profunda y personal definiendo su experiencia de Jesús, cada uno de nosotros tiene que entrar en su propia experiencia asimilada a lo largo de los años y definir quién es Jesús para él/ella. En la respuesta debe encontrarse un compromiso de respaldar las palabras con la propia vida. Esperemos que el mismo Señor nos confirme en nuestra fe y nos haga tener una vida nueva en él.
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