Propio 15 (B) – 2018
August 20, 2018
¡Cuando nos reunimos como iglesia, el Espíritu Santo está entre nosotros y nosotras y nos da sabiduría! El tema de la sabiduría es uno que se repite una y otra vez en las lecturas de hoy. En la lectura del primer libro de Reyes se nos relata cómo Dios se le apareció al rey Salomón para concederle un deseo, y cómo Salomón le pidió sabiduría. Según la escritura, Salomón le pidió a Dios: “un corazón atento para gobernar a tu pueblo, y para distinguir entre lo bueno y lo malo”. El Señor le prometió a Salomón que le concedería sabiduría e inteligencia como nadie las había tenido antes que él.
El tema de la sabiduría también aparece en la carta a los Efesios. La carta le pide al pueblo que: “no vivan neciamente, sino con sabiduría.” Cuando leemos pausadamente la lectura de Efesios, nos damos cuenta de que la sabiduría que se describe es algo mucho más profundo que simplemente ser astuto, tener gran conocimiento, o ser muy inteligente. La sabiduría se describe como una cualidad de nuestra conducta diaria, de la manera en que vivimos nuestras vidas día tras día. Dice que esta sabiduría se relaciona con “procurar entender cuál es la voluntad del Señor” y con “llenarse del Espíritu Santo”. Existe una larga tradición y un entendimiento cristiano de que el Espíritu de Dios, la sabiduría del rey Salomón y el Espíritu Santo son la misma cosa.
A veces pensamos que la sabiduría es un don o una gracia que recibimos de Dios de manera individual. Esa es la descripción que el Antiguo Testamento hace del rey David, del rey Salomón, y de otros personajes que se destacaron por su inteligencia y sabiduría. Pero en el Nuevo Testamento hay una manera nueva de entender la sabiduría que proviene del Espíritu Santo. Este Espíritu de Sabiduría desciende sobre todos y todas no solo de manera individual, sino además de manera colectiva cuando estamos reunidos en comunidad de fe.
Uno de los mejores ejemplos es un episodio que se describe en el decimoquinto capítulo del libro de los Hechos de los Apóstoles. Existía entonces un conflicto en Antioquía, porque algunos de los misioneros enseñaban que para para hacerse cristianos tenían que obedecer estrictamente la ley de Moisés. Pablo y Bernabé pensaban diferente y decían que la ley de Moisés era un obstáculo para los nuevos cristianos; y que el evangelio de Jesús superaba y suplantaba la ley de Moisés. Para resolver ese conflicto, los apóstoles y los ancianos de la iglesia llamaron a Pablo, a Bernabé y al resto de los misioneros para un concilio que se realizó en Jerusalén. Dice el Libro de Hechos que los líderes de la iglesia se reunieron para estudiar el asunto y que lo discutieron por mucho tiempo. Todos expresaron su opinión con franqueza, incluyendo Pedro, Pablo, Bernabé y Santiago. El resultado de ese concilio fue una carta que los líderes de la iglesia le enviaron a la iglesia de Antioquía, explicándoles que no era necesario cumplir con la ley de Moisés para ser un buen cristiano.
Ese Concilio de Jerusalén nos proporciona un buen modelo de cómo resolver conflictos en la Iglesia. Primero, nos reunimos, expresamos nuestra opinión con sinceridad, y después de deliberar, tomamos una decisión y se la comunicamos a toda la comunidad de creyentes. Si este proceso se hace con amor, paciencia y humildad, el Espíritu Santo ayuda a tomar decisiones sabias e inspiradas. El Espíritu Santo nos da sabiduría y dirige las decisiones de la Iglesia. Y ese un proceso similar al que seguimos hasta hoy con consejos, comités, concilios, comisiones y juntas que existen en todo nivel de la Iglesia Episcopal.
Trabajar en comités y juntas puede ser un proceso lento y frustrante. Muchos piensan que los y las participantes de los comités y consejos de la Iglesia hablan demasiado, nunca llegan a un acuerdo, o toman decisiones sin pensar en los recursos necesarios para implementarlas. Sin embargo, hay motivos importantes por los que en la Iglesia trabajamos y deliberamos en comités y tomamos decisiones por voto democrático.
El primer motivo es el más obvio: cuando tomamos decisiones importantes, tenemos que confiar no solo en la sabiduría colectiva del grupo, sino en la guía y la inspiración del Espíritu Santo. Los diferentes miembros de un comité, comisión o junta tendrán diferentes perspectivas. Hay una gran diferencia entre los comités de una iglesia y lo que ocurre en el gobierno o en el congreso de un país, y es que tenemos que escuchar y expresar opiniones con dignidad y respeto; nunca debemos insultar o atacar a nuestras hermanas y a nuestros hermanos. Recordemos que el propósito es discutir las ventajas y desventajas de ideas y proyectos; no estamos juzgando ni condenando a nadie.
Hay otro motivo importante por el que trabajamos en comités, y es que todos tienen la oportunidad de participar en lo que está ocurriendo, de recibir informes sobre la actividad de los comités y el uso de fondos. En la Iglesia Episcopal tanto los líderes laicos como el clero tienen que rendir cuenta de lo que hacen y cómo administran los recursos que se le han confiado. ¡Y no lo hacemos en secreto, como si fuera una confesión! Lo hacemos frente a comités para que haya muchos testigos de nuestro desempeño.
Hace unas pocas semanas se realizó en Austin, Texas, la septuagésima novena Convención General de la Iglesia Episcopal. Es algunos aspectos es un evento similar al Concilio de Jerusalén, pero más inclusiva porque participan líderes de toda la Iglesia, desde Taiwán y Hawái hasta Alaska y Ecuador; y no es uno el tema el que se discute, sino muchos. Se discuten resoluciones sobre cientos de temas diferentes. Se eligen autoridades. Se modifican y se aprueban presupuestos. Se toman decisiones que afectarán profundamente a la Iglesia por los próximos tres años, o sea, hasta la próxima Convención General. Las decisiones se toman de manera democrática, por el voto de los obispos, laicos y cleros después de muchas horas de deliberación. Toda la gente reunida puede tener ideas diferentes, pero todos tenemos el mismo amor por la Iglesia y por el Movimiento de Jesús.
En la lectura del evangelio de Juan, Jesús se declara a sí mismo el Pan del Cielo, que nos alimenta y nos da vida eterna. Dios también está entre nosotros en la forma del Espíritu Santo y como tal, nos da sabiduría y nos ayuda a tomar las mejores decisiones. ¿Qué decisiones se están tomando hoy en su iglesia? ¿Cómo se aseguran ustedes de que las decisiones se tomen de manera democrática, después de haber oído con amor y respeto las opiniones de todos? ¿Cómo buscan la inspiración del Espíritu Santo para que guíe sus decisiones? Hermanos y hermanas, recordemos que cuando nos reunimos como el Cuerpo de Cristo, es el Espíritu Santo que nos llena de sabiduría.
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