Propio 13 (C) – 2019
August 04, 2019
El gaucho argentino Martín Fierro decía que en la vida tenemos que ir ligeros de equipaje, que el llenarnos de cosas nos ata y no nos deja mover. Y de esto habla el Evangelio de hoy a través de la parábola que hemos escuchado.
Una de las formas de enseñanza de Jesús, además de su propio testimonio de vida, eran las parábolas. Estas historias, muy populares en su tiempo, se parecen mucho a las que circulan hoy entre nuestros hermanos y hermanas en los diferentes países de América Latina, sobre todo en zonas rurales. Las parábolas de Jesús surgen de su gran capacidad de observación y escucha, y del contacto directo con su pueblo. El mismo Jesús provenía de un entorno campesino de Galilea, lo que le daba mayor capacidad para desarrollar estas historias. Sus parábolas nos hablan, sobre todo, del Reino de Dios, de su misericordia, generosidad y del amor hacia lo pequeño, lo marginal.
La parábola de hoy está motivada por la petición de una persona que escuchaba o seguía a Jesús. Ésta se le acerca para que medie en una disputa familiar, dejando entrever que Jesús tenía reconocimiento entre su pueblo como maestro; se evidencia también, que la persona que hace la petición es alguien cercano a su círculo cotidiano por la respuesta de Jesús al llamarlo amigo. Era normal que los líderes religiosos de entonces se convirtieran también en mediadores o solucionadores de conflictos entre familias y vecinos. El hecho de pedir a Jesús mediar en una disputa de herencia, es reconocerle entonces, como un líder dentro de la comunidad, con la sabiduría necesaria para mediar en cualquier dilema. En el evangelio de esta mañana, la petición para que Jesús interceda en un conflicto familiar, le sirve de pretexto para poder dar un mensaje que sirva, no solo a quien la hace, sino también a todos sus seguidores. ¡Y también a nosotros hoy!
La problemática en el Evangelio de hoy, gira en torno a la avaricia que lleva a la posesión de muchas cosas que, a la final, carecen de significado en la vida. La acumulación es un mal que ha contagiado a muchos de nosotros y a la sociedad en general. Las instituciones del Estado, los poderosos, hasta algunas Iglesias, han acumulado tanta riqueza, y no la han sabido o querido usar en beneficio de muchos sino por el contrario, de unos pocos. Hoy se repite la historia de manera más cruel y salvaje. Grandes corporaciones han sucumbido en este mal, en la avaricia que todo lo acapara y consume; han logrado comunicar el mensaje errado de que en el tener se halla la felicidad. Han logrado, de esta manera, que la mayoría de nosotros entremos en la cadena sin fin de consumir aquello que en realidad no necesitamos. Es por esto que llenamos nuestras casas de cosas inservibles y cuando están llenas, a más no poder, buscamos alquilar espacios para seguir guardando. Estos depósitos de cosas abundan en algunos de nuestros países; este estilo de vida ha hecho que el centro de nuestro bienestar y felicidad se encuentre en la acumulación, en el poseer sin medida; nos ha hecho perder el sentido del verdadero norte: preservar el don de la vida de cada uno y de los demás.
A Diógenes, filósofo de la antigua Grecia, quien vivía en un tonel y tenía como pertenencias un manto y un bastón, se le acercó cierta vez un hombre muy rico para entregarle una bolsa llena de monedas de plata y le dijo:
– Diógenes con esta bolsa llena de monedas tu vida va a cambiar, no tendrás necesidades.
El filósofo lo miró con cariño y le contestó:
– Tú eres un hombre rico ¿tienes más bolsas de monedas como ésta?
A lo que el rico le respondió:
-¡Sí, claro!
Diógenes le dijo:
– Y ¿te gustaría tener más bolsas con monedas?
El rico contestó:
– ¡Por supuesto!
Finalmente Diógenes le dijo:
– Entonces, te devuelvo tus monedas, yo no las necesito y tú sí.
Estamos perdiendo el enfoque de la razón de ser humanos, por lo que fuimos creados: preservar en justicia la creación, hacer de este planeta una casa común en igualdad de condiciones, con uso equitativo de los bienes que nuestra tierra posee.
En la parábola de Jesús, se resalta el cambio que ha sufrido el hombre al tener una buena cosecha; ya era un hombre rico pero al poder tener más, pensó inmediatamente en acumular y no en distribuir. Probablemente, no era un patrón justo con sus trabajadores, convirtiéndose en un ser más egoísta; con sus propias palabras lo reafirma: “mi cosecha”, “mi granero”. Es que la avaricia y el consumo desmedido nos ciega completamente. El rico acumulador confiaba plenamente en sus posesiones y Jesús nos recuerda que debemos confiar solamente en Dios.
Esta parábola se contrapone a lo sucedido en el evangelio del domingo anterior: la oración del Padre Nuestro; una oración comunitaria, que pone el “nosotros” sobre el “yo”; y ahí está la clave: el Evangelio nos alienta a ser Iglesia, espacio comunitario, de crecimiento grupal, de apoyo mutuo y de responsabilidades compartidas. La iglesia pierde su sentido cuando se convierte en un espacio de acumulación, de poder y de decisión de unos pocos. La misión del anuncio del evangelio, de la denuncia de estructuras injustas, de búsqueda de la preservación de la vida y del planeta, nos corresponde a todos y a todas. Nuestro enfoque hoy, como cristianos, tiene que estar en el servicio a los demás, en la capacidad de desprendernos de nuestro tiempo, y en poner nuestros dones para contribuir en la lucha por el uso justo de los regalos de la creación, y de la madre tierra, en favor de todos.
Nuestra vida, y la vida de nuestras comunidades de fe, toma sentido cuando la verdadera riqueza, a la que se refiere el último versículo del Evangelio de hoy, y que es el tesoro del reino que Jesús nos llama a preservar, se hace vida en su propio ministerio: ser rico para Dios; lo que se concreta en el amor a los hermanos, el consuelo a los tristes y solos, la libertad a los encerrados injustamente, la distribución de los alimentos para todos. Jesús llama la atención para no desviarnos del camino que estamos empezando a construir, el de hacer una apuesta por la vida en el Dios-vivo, a quien celebramos cada domingo y de quien damos testimonio cada día, en cada uno de nuestros lugares de trabajo, hogares, escuelas u hospitales. Apostar, finalmente, por la vida del compartir, no del acumular.
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El Rvdo. José Cantos es diácono en la iglesia Christ Church de Toms River, Diócesis de New Jersey, donde ha ejercido el ministerio en los últimos dos años. Es el encargado de la obra hispana en la esta parroquia.
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