Sermones que Iluminan

Propio 13 (C) – 2013

August 05, 2013


Hace algún tiempo, apareció un artículo en el Nueva York Times, titulado “El velo de la opulencia,” escrito por Benjamín Hale, profesor de filosofía y medio ambiente de la Universidad de Colorado (nytimes.com/2012/08/12/the-veil-of-opulence).

En este artículo el autor nos invita a imaginarnos una sociedad construida sobre la opulencia, en la cual todo individuo tenga en abundancia todo y más de lo que necesita para vivir. Este artículo motiva al lector a pensar en lo que es realmente el mundo, no el soñando y utópico, sino el quebrantado y real, en el que caminamos todos los días, en el cual los ricos y los pobres van en aumento; los ricos aumentan en posesiones, mientras que los pobres aumentan en necesidades. Los ricos disminuyen en números, los pobres disminuyen en posibilidades de vida, salud, educación, progreso y seguridad.

El mundo de la opulencia sugiere que no hay necesidad de compartir, de buscar un equilibrio social entre el que tiene y el que no tiene, sino que sería la primavera creciente y constante del individualismo social, en el cual ayudar, colaborar, apoyar y términos relacionados a la solidaridad entre las personas y pueblos caerían en desuso, y serian nada más que vocabulario del pasado.

Este mundo imaginario e irreal es el que de alguna manera cuestiona la parábola que nos presenta hoy el evangelista Lucas. Jesús relata a la gente la parábola de un hombre que después de tener una gran cosecha planeó construir nuevos graneros para almacenar su cosecha y vivir de ella por muchos años, dedicándose de ahí en adelante al descanso, a comer, a beber y a vivir holgadamente por el resto de sus días.

¿No es esta manera de pensar la que de alguna forma nos sugiere también el mundo de hoy? Se nos dice: estudia, prepárate para conseguir un buen trabajo que te lleve a adquirir una posición económica estable y abundante, y busca que tus bienes crezcan rápidamente. Haz planes de ahorro y de retiros, invierte tu dinero donde te dé más rentabilidad para que puedas retirarte joven, con buena salud y así dedicarte a descansar, a comer y a beber, a gozar de la vida como mejor puedas, al fin y al cabo bien lo mereces.

¿No es ese modelo de vida, el que vemos en la actitud de las personas que trabajan horas y horas extras no por necesidad, sino por avaricia y afán de obtener más bienes y riquezas? ¿No escuchamos a diario que hay personas que no tienen tiempo para compartir con su familia, atender a una iglesia, o participar en proyectos no remunerable económicamente? ¿No es este afán el que reflejan los rostros de los que ansiosamente manejan sus autos para agregar horas a sus jornadas laborales que se convierten en dineros gastados en la insensatez de la vida?

Aunque este modelo de vida nos parece normal para vivir hoy, presenta una lógica contraria a la lógica de Dios. Indudablemente la fe nos da una visión diferente y nueva de la vida. En primer lugar, la visión de la fe va más allá de un planear individual, en el que solo se piensa en el aquí y en el ahora. La vida de fe nos invita a planear toda la vida, que se inicia aquí, pero que se proyecta y adquiere su plenitud en la vida futura. Nos lleva también, como segundo lugar, a considerar en nuestro proyecto de vida al ser colectivo, a la sociedad, a los demás.

Esta enseñanza sobre la posesión de bienes y el proyecto de vida que nos propone Jesús la encontramos ya en los textos de sabiduría del antiguo Israel. En el libro del Eclesiástico, por ejemplo, se considera insensata esta manera de vivir: “Ya puedo descansar, voy a gozar de mis bienes”.
Pero no sabe cuánto tiempo pasará
antes de que muera y deje todo eso a otros. (11: 18-19). Y se exalta como verdadero honor aquel que vive su vida sabiamente cumpliendo cada día con su deber, sabiendo que el premio y lo que se cosecha no solo sirve para esta vida del aquí y del ahora, sino que también, tiene su recompensa en la meta final de nuestra existencia: “Para Dios es cosa fácil dar al hombre, cuando muera, lo que mereció por su conducta” (Eclesiástico 11: 26).

¿Es, entonces, un sinsentido, el planear nuestra vida como el mundo nos lo enseña? De ninguna manera… Las enseñanzas de esta parábola que son un reflejo de la sabiduría del pueblo de Israel, nos invitan a planear nuestra vida no fuera del plan de Dios, sino una vida con Dios. Él es el que nos dio la vida, el que sabe cuándo nacemos y cuándo morimos, nos propone caminar con nosotros en cada paso que demos. Pues de él somos y más que nosotros, él está interesado en que nuestra vida no sea conducida por el error, sino por la verdad. Dios nos cuida con profundo amor (Oseas 11:1-11), nos ayuda a diferenciar lo que necesitamos, de lo que simplemente deseamos. Nos invita a planear sin prisa, sin egoísmo, sin avaricia, y con él para proyectarnos en el horizonte de toda nuestra existencia, y vivir una vida con sentido. Él nos hace entender que la vida no termina con nuestra muerte; ahí no se acaba nuestra existencia, sino que la vida se transforma (1Corintios 15).

Un buen planeador, diríamos entonces, es el que incluye a Jesús como su consejero y amigo, el que no incluye en su proyecto solo el estudio y preparación que necesitamos, o la economía y finanzas para nosotros y nuestras familias, o el conocimiento que nos da la razón y la ciencia, sino también la fe, la vida, la eternidad, y los proyectos que el Padre ha soñado para nosotros en donde reside el fin y el sentido total de toda nuestra existencia.

Un planear la vida como lo presenta la parábola de hoy lleva a una mentalidad de ambición, de egoísmo, de envidia, que desatan a nivel colectivo la violencia, el robo, la guerra. En ese horizonte el otro, especialmente el necesitado se convierte en obstáculo y carga insoportable en los planes y proyectos individuales, de ahí la tendencia a hacerlo desaparecer, a excluirlo y humillarlo moralmente.

Una vida así, como lo presenta la parábola, en realidad no es vida. No es una vida vivida, sino depositada, estancada, infructífera. El que “deposita los bienes en graneros” se hace símbolo de un pseudo discípulo, que tiene miedo e inseguridad porque piensa que el final de la vida está cuando se agota lo que existe en el granero. Que solo el “depósito” o “granero” es la esperanza de la vida. Esta actitud produciría un discípulo ansioso, sin confianza, y en el fondo, no creíble, no apto para el reino que es confianza y gratuidad, vida y esperanza. Este falso discípulo viviría en un descanso permanente, se convertiría en derrochador, empeñado al gasto y despilfarro que sin darse cuenta reduciría su vida a ser vivida sin méritos ni logros mayores.

Planeemos con Dios, contemos con él, sería lo que nos dice Jesús directamente. “Cuídense ustedes de toda avaricia; porque la vida no depende del poseer muchas cosas” (Lucas 12:15). Ahorremos y sembremos también para el futuro, sembremos alegría en los niños, esperanza en los adultos, fe en nuestras comunidades, colaboremos y compartamos nuestras cosechas personales, porque para el que sabe compartir, ni la harina de la tinaja ni el aceite de la jarra se acaba, dice el Señor (1Reyes 17:16).

Sembrar para el futuro se hace hoy una necesidad urgente y responsable tanto a nivel individual como social. Volvamos del compartir una actitud de vida, pues todos necesitamos de todos, sabiendo que alguien tiene lo que yo busco y otros buscan lo que yo tengo y que a ellos pertenece. Tanto el velo de la opulencia, el planear sin Dios y sin el otro no son más que imaginaciones egoístas que, como lo indicaba el artículo del profesor Hale, solo nos dejarían en la “oscuridad”.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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