Propio 13 (A) – 2014
August 03, 2014
El evangelio de hoy presenta una historia llena de símbolos. No pretende ser un dato biográfico o histórico como tal, sino un mensaje para reflexionar. Mateo es una persona que ha crecido en la tradición de los judíos y se cree que él mismo llegó a ser un catequista dentro de la sinagoga. Como buen catequista tenía muy presentes las historias que formaron parte significativa del pasado del pueblo de Israel y las aplica al presente en el que Jesús es el personaje principal. Tratará de presentar a Jesús como el nuevo Moisés y por esto hará constantes conexiones con las historias del pasado.
Vemos en esta historia a Jesús, como nuevo Moisés, que llega a presentarnos una liberación interior como nuevo Pueblo de Dios. Somos una gran multitud de sedientos y hambrientos, buscando aquello que no termine y que pueda dar dirección y sentido a nuestras vidas. Somos un pueblo golpeado y empobrecido buscando un nuevo sueño que nos ha hecho abandonar nuestra patria y caminar hasta nuevos territorios en donde nos hemos sentido desolados y abandonados.
“Y Jesús viendo a la multitud sintió compasión”. Jesús entra en relación con cada uno de nosotros sintiendo compasión con nuestro propio dolor, haciéndose uno con nuestro propio corazón. En el pasado Moisés escucha la voz de Dios que le dice: “He visto la humillación de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas cuando lo maltrataban sus mayordomos. Me he fijado en sus sufrimientos…” (Éxodo 3:7). Ahora es Jesús el que nos revela en su persona el rostro nuevo de Dios que es compasivo y no es ajeno a la necesidad humana. “Sintiendo compasión de ellos sanó a sus enfermos…” (v. 14).
“Cuando ya caía la tarde, sus discípulos se le acercaron, diciendo: “Estamos en un lugar despoblado y ya ha pasado la hora…” (v. 15). A veces tenemos la experiencia de sentir que va pasando el tiempo y nuestros sueños no se realizan y entramos en ese tiempo de frustración, de desolación. Esta desilusión forma parte del ser humano, nos acompaña casi en cada empresa que iniciamos y para muchos significa hasta la ausencia de lo básico.
Nuevamente escuchamos el paralelo de la historia del pasado del pueblo de Israel, en su larga peregrinación por el desierto, lugar despoblado donde carecían de lo más básico (Éxodo 16: 2-3). Ahora son los discípulos de Jesús los que están preocupados: “Estamos en un lugar despoblado”, carecemos de todo y se hace tarde. La gente tiene demasiadas necesidades como para preocupar a cualquiera y han venido buscando en Jesús aquello que les puede saciar en el desierto más angustioso de sus vidas.
La preocupación nos puede cegar de la presencia de Jesús en nuestras vidas y entonces todo parecerá despoblado. Si en medio de la necesidad perdemos de vista a Jesús, entonces con toda facilidad la preocupación puede tambalear toda nuestra existencia.
En medio de la necesidad, los discípulos de Jesús escucharán un mandato aún más increíble: “No despidan a la gente, denles ustedes de comer…” (v 16). Es necesario que todos nosotros, en medio de nuestras grandes necesidades, escuchemos este mensaje que ahora oyen los discípulos, dar de comer al otro aun cuando parece que no tenemos nada que dar. Respondieron los discípulos, “ aquí solo tenemos cinco panes y dos pescados” (v.17). Esto no parece nada ante la necesidad de la multitud, y la preocupación es que se acabe hasta lo que tenemos para vivir. Muchas veces los más necesitados nos hemos olvidado de dar y compartir, pensando siempre que somos nosotros los necesitados y que tenemos que recibir. El mensaje que escuchan los discípulos es diferente a esto, pues en la tradición del pueblo de Israel la invitación era la de confiar en que “al que da, nunca se le acaba” (2 Reyes 4:42).
El pueblo de Israel conocía su historia y uno de los personajes importantes era el profeta Eliseo que enseñó esta lección, de que pocos panes eran suficientes para alimentar a muchos más, pues Yahvé Dios había dicho que: “Al que da, le sobrará”. Ser discípulo de Jesús es entrar en la dimensión de que en él todos comerán y sobrará. Los discípulos tienen que pasar ahora un pan nuevo, ellos son los instrumentos de este pan, son quienes han de aprender a compartir ese pan que no se acaba.
Pensemos por un momento en lo que significa que cada uno de nosotros confiemos en que en la medida que compartimos lo que somos y lo que tenemos nuestro canasto nunca quedará vacío. Esta es la invitación para el que sigue a Jesús, aprender a compartir aunque parezca que no tenemos nada que dar.
“Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y levantó los ojos al cielo…” (v. 19). Mateo nos habla aquí del pan nuevo, y regresa a una historia fundamental para el Pueblo de Israel, en la que recordaban que Yahvé Dios les dio a comer el maná en el desierto a sus antepasados. Era el pan que bajaba del cielo (Éxodo 16: 4). El pan que les daba para comer (Éxodo 16: 15) y del que solo tenían que recoger lo que necesitaban para el día (Éxodo 16:21), sin necesidad de acumular. El pueblo tendría que aprender a confiar en que Dios proveía del pan diario.
Ahora es Jesús el que, bendiciendo el pan, lo pasa a sus discípulos para ser distribuido. El nuevo pan que baja del cielo es ahora Jesús en quien encontramos el mejor festín que nos sacia y nos realiza. El evangelista Juan nos presenta a Jesús diciendo: “Yo soy el pan de vida. Sus antepasados comieron del maná en el desierto, pero murieron: aquí tienen el pan que baja del cielo, para que lo coman y ya no mueran” (Juan 6: 48-50). El pan que es compartido ahora es el único pan capaz de colmar nuestra hambre de algo más. Nuestra hambre de dirección y de sentido puede ser satisfecha con ese alimento que es una persona y que es el pan que no se acaba, el pan que se comparte y que es capaz de llenar a todos.
Mateo terminará el evangelio de hoy con doce canastos que se recogieron de sobras, símbolo de las doce tribus de Israel que tendrán de sobra y son los doce discípulos quienes les han compartido el pan y han recogido de sobra.
Es preciso que nosotros hoy recibamos esta invitación de confiar en ese “Pan que baja del cielo”, Jesús, que en medio de nuestras necesidades más angustiosas, se acerca con una actitud de compasión y misericordia para descubrir en él el nuevo rostro de Dios: humano, sensible a nuestras necesidades y que nos pide que nosotros mismos seamos instrumentos de su alimento para los demás, sabiendo que al que comparte nunca se le acabará.
Compartiendo lo que somos y tenemos, redescubrimos el Pan vivo y verdadero que nos une como hermanos y sacia nuestras necesidades. Y el milagro es que cuando compartimos en Jesús y desde Jesús, recogeremos de sobra. Mateo, en esta lección llena de símbolos, nos educa a confiar en el nuevo Moisés liberador, que es Jesús compasivo que en cada uno de nuestros corazones generosos se manifiesta como Pan de vida que no se acaba y del que podemos recoger de sobra.
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