Sermones que Iluminan

Propio 12 (C) – 2019

July 28, 2019


San Pablo invita a la Iglesia de los colosenses a vivir según Cristo Jesús. Y, de acuerdo al himno cristológico de Hebreos 5:6-7, Jesús, en los días de su vida mortal, “clamaba al Padre con ruegos, súplicas y lágrimas”.  Esto quiere decir que, el Hijo de Dios, en su condición humana, oraba al Padre en todo momento. Se revela entonces, un rostro muy humano de Jesús: el orante. Ahora, el mismo Pablo, invita a la comunidad de Colosas a “vivir según Cristo Jesús, el Señor”, es decir, en actitud de oración, clamando al Padre en todo momento.

Éste es el énfasis del evangelio de hoy, a propósito de la petición de uno de los discípulos, quien se dirige a Jesús diciendo: “Señor, enséñanos a orar”. Y en esta escuela de oración Jesús hace tres énfasis que deberán ser ejercitados en la vida de todo discípulo, de todo cristiano.

El primer énfasis, contenido en los versículos 1 a 4 del capítulo 11, enseña que la oración del discípulo es continuación de la oración misma de Jesús en él. Lucas muestra que la oración era constante en la vida de Jesús: en el Bautismo, antes de llamar a los Doce, antes de la confesión de fe de Pedro, en la transfiguración, después del regreso de los setenta y dos misioneros. Ahora Jesús enseña a los que ha llamado a “intimar” con su Padre de la misma manera como él lo hace en la cotidianidad de su vida, por medio de la oración. Jesús orante, a partir de este ejercicio, recrea permanentemente la misión que el Padre le ha confiado, restaura su corazón ante la incomprensión de los suyos frente a su misión, acoge la voluntad del Padre y se prepara para su destino doloroso y glorioso.

Los discípulos quieren una oración que los distinga de las otras escuelas religiosas de su época: “enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”. Sin embargo, Jesús no les enseña a repetir oraciones como era común en los grupos judíos, sino a descubrir en la oración un modo de vida, donde Dios sea direccionando las diferentes dimensiones de la vida. Por ello, lo que llamamos comúnmente “el Padrenuestro”, no es una oración para ser repetida de manera memorística, es más bien una oración para ser asumida de manera existencial. Cada sentencia tiene un sentido profundo que se comprende de la siguiente forma:

“Padre”: con la palabra “Padre” comenzaba Jesús habitualmente sus oraciones: “Yo te bendigo, Padre…”, “Padre, perdónales…”, “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”. Toda la vida de Jesús estaba bajo la mirada del Padre quien no es una divinidad ajena, desconocida; por el contrario, se trata de la relación íntima con aquél que le ha constituido su hijo, a imagen y semejanza. Se hace conciencia de la relación de correspondencia entre paternidad y filiación y todo lo que ello implica. Por tanto, orar al Padre consiste en reconocerse como hijo, heredero, pero a la vez, como aquel que asume en su propio ser lo propio de Dios, que es el sumo bien.

“Santificado sea tu nombre”: el autor de la santificación no se nombra sino que se sugiere: es Dios mismo. Sólo Dios puede manifestarse a nosotros tal como es: el único santo. Ésta es una manera de pedirle al Padre que actúe para que el honor de su nombre divino establezca su soberanía en el mundo.

“Venga tu reino”: es la forma de reconocer la autoridad de Dios sobre nosotros. Es la súplica donde al mismo tiempo que se le proclama y reconoce como rey, se le pide que establezca su reinado en el corazón de cada uno de los hombres y mujeres, gobernando todas sus dimensiones.

Cuando el orante reconoce su filiación, deja que Dios por medio de su nombre santifique toda su realidad instaurando su reino en el corazón. Entonces Dios-Papá afecta las realidades cotidianas de la siguiente manera:

“Danos cada día el pan que necesitamos”: lo que no hace referencia sólo al alimento sino a todo aquello necesario para subsistir vitalmente. El orante aprende en la oración a pedir lo necesario, siendo un ejercicio de desprendimiento, de vencimiento del egoísmo, de solidaridad con el otro; pues pedir en exceso para acaparar, es provocar que a otro le falte.

“Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos han hecho mal”: en el contexto social de la época, con frecuencia los deudores terminaban como esclavos de sus acreedores. Con esta petición, el perdón del Padre satisface tanto al pecador como al afectado, al deudor como al acreedor. El perdón que Dios nos da no es una recompensa porque hayamos perdonado sino un don gratuito.

“Y no nos dejes caer en tentación”: la tentación no es algo malo, es una situación que nos coloca a prueba, poniéndonos a optar entre dos realidades que son atractivas pero que a la vez tienen sus consecuencias. El discípulo orante clama a Dios-Papá que a la hora de las seducciones del mal y de las tribulaciones del mundo, por causa de la opción cristiana, pueda salir victorioso de ella, en lugar de sucumbir.

La dinámica oracional enseñada por Jesús se convierte en un ejercicio permanente donde se pasa de la mera repetición vocal a la incorporación en nuestra propia existencia de todas y cada una de las palabras de la oración; lo que se traduce en madurez en el seguimiento para poder asumir con responsabilidad la misión que el Padre confía a cada uno de nosotros.

El segundo énfasis se halla en los versículos 5 al 8 y trata de la persistencia en la oración. El recurso didáctico preferido por Jesús para explicar realidades complejas a la muchedumbre era la parábola. Haciendo uso de una de ellas explica lo que significa ser perseverante en la oración. Señala que no se trata del número de veces que se pida, sino de la constancia en el ejercicio de intimidad con el Padre. La parábola tiene como agravante que es medianoche, es decir, es impertinente hacer levantar al amigo, para conseguir pan para su visitante. Sin embargo, en medio de la necesidad de suplir la hospitalidad del inoportuno “pedigüeño” se le responde a su clamor de manera positiva, si no por solventar su necesidad al menos por su insistencia. Si se obra así por el prójimo inoportuno ante su necesidad, ¿cuánto más hará Dios por cada uno de nosotros para suplir nuestras necesidades por adversas que sean las situaciones?

Y, el tercer énfasis, enseña que de la oración se desprende la fe en el que se espera. Al mismo tiempo que Jesús invita a orar va describiendo lo maravillosa que es la experiencia de oración.

¡Pidan!: quien extiende la mano es un hijo que sabe que necesita de su Padre.

¡Busquen”: la única búsqueda que hace el discípulo es la de Dios, de esta manera cuando el orante le busca, entra en comunión con su Padre, quien se deja encontrar y descubrir.

¡llamen a la puerta!: la oración nos introduce en la casa del amigo. La finalidad última de la oración, es abrir el espacio para recibir el bien mayor que es la comunión con Dios. “Porque el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama a la puerta, se le abre”. De Dios sólo se reciben cosas buenas, no engaños como quien pide un pez y recibe una culebra. Si los padres terrestres que tienen en su ser condición de pecado, saben dar a sus hijos cosas buenas, ¡cuánto más aquél cuyo nombre es santificado sabrá dar sólo frutos de bien a sus propios hijos!

Y, dentro de toda esa experiencia de bien, el mayor de todos, entregado como don, es el Espíritu Santo. Y hay que pedirlo para recibirlo. El Padre del cielo nos da aquello que es propio del cielo: su Espíritu. Sobrepasa así todas nuestras peticiones y suple por medio de su acción en nosotros todas nuestras necesidades. Cuando el discípulo ora, Dios concede en sobreabundancia, quedando lo material en un segundo plano; el sobreabundar espiritual traerá como consecuencia todo lo demás.

Preguntémonos, a la luz de lo meditado, si nuestra oración ya superó la de los discípulos de Juan que se limitaban a repetir sin entrar en comunión e intimidad con Dios; qué tan maduros somos en la toma de conciencia de la acción de Dios, que se genera en nuestras vidas, al orar.

El Rvdo. Pablo Velázquez Abreu es profesor de Sagrada Escritura y Teología. Predicador de retiros, congresos y seminarios para jóvenes, parejas y líderes religiosos. Apoya su labor ministerial por medio de Tecnologías de Información y Comunicación (Tic’s) de las cuales es asesor ad intra y ad extra de la Iglesia. Actualmente acompaña procesos formativos, comunicaciones y evangelizadores en la Diócesis de Colombia.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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