Propio 12 (B) – 2012
July 30, 2012
Una vez más nos congregamos como familia para compartir el triple alimento que nos fortalecerá durante esta semana que iniciamos: la vivencia del espíritu comunitario, el pan de la Palabra y el pan Eucarístico; esto es, Jesús mismo que se nos entrega en cuerpo y sangre.
Una idea o, si se prefiere mejor, una imagen salta a la vista en las lecturas que escuchamos hoy: la idea del compartir como única vía de salida al egoísmo salvaje, al acaparamiento y a la codicia que con tanta frecuencia anidan en el corazón humano. Vimos en la primera lectura cómo el profeta Eliseo no recibe de un fiel creyente el pan de las primicias, consistente en veinte panes y un poco de grano, sino que le ordena repartirlos a la gente. El feligrés reparte los panes entre unas cien personas, y nos narra la Escritura que “todos comieron y sobró” (2 Reyes 4:44). Unos versículos antes, el mismo libro nos dice que la gente de aquella región estaba pasando hambre (2Reyes 4:38).
Miremos entonces la contraposición “hambre-pan”. Hay hambre, pero también hay pan; entonces, si hay pan ¿porqué hay hambre? Buena pregunta, ¿verdad? Estamos hablando más o menos del siglo VIII a.C., cuando la monarquía en Israel estaba en todo su esplendor, pero al mismo tiempo cuando la pobreza, el hambre y la miseria campeaban por todo el reino. Una situación totalmente contraria al plan querido por Dios.
Eliseo responde como profeta de Dios a una situación a la que no pueden responder los directos responsables del pueblo. Es que los encargados de apacentar el rebaño de Dios habían hecho todo lo contrario: habían dispersado las ovejas descuidándolas por completo. La situación de hambre es el símbolo del absoluto abandono del plan de Dios que fue desde el principio el disfrute de los bienes compartidos, donde todos tuvieran lo necesario, no más, pero tampoco menos. En esta clave podemos entender el famoso pasaje del “maná en el desierto” donde hay para todos y donde todo el pueblo es instruido para que nadie acapare lo que pertenece a toda la comunidad (Éxodo 16).
Antes de entrar a confrontar la realidad que nos ha tocado vivir a nosotros, reflexionemos sobre la actitud de Jesús en circunstancias parecidas a las que vivía el pueblo en la época de Eliseo. Los cuatro evangelistas nos narran este relato. Esto quiere decir que la tradición sobre este gesto de Jesús marcó profundamente la experiencia de fe de la comunidad primitiva. Subrayemos algunos elementos que son de gran importancia para lograr una mejor comprensión del pasaje que escuchamos.
En primer lugar, nos dice Juan que: “Le seguía un gran gentío, porque veían las señales que hacía con los enfermos” (Juan 6:2). Uno pensaría que el evangelista nos prepara para narrar algún relato de curación; sin embargo, lo que nos narra es el signo de los cinco panes y dos peces que repartió entre cinco mil personas. Pero antes de narrarnos este signo, nos dice san Juan que: “Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos” (v.4), como si quisiera anticiparnos que este signo que Jesús está por realizar, de alguna manera está íntimamente relacionado con el genuino espíritu de la Pascua. Inmediatamente comienza a narrarnos el diálogo de Jesús con uno de sus discípulos, en donde queda de manifiesto, que Jesús responde también proféticamente, como Eliseo, a una situación que exige una respuesta inmediata; pero lo hace de una forma mucho más perfecta. De hecho, para la época de Jesús, una de las varias expectativas sobre el Mesías venidero lo definían como profeta escatológico; un profeta superior a todos los que existieron en el Antiguo Testamento, capaz de explicar claramente toda la Escritura al punto de que en verdad fuera alimento para todos.
Miremos entonces cómo el evangelista concentra en torno a la imagen del pan real, esa expectativa que acabamos de describir, y la da por cumplida. La vida de Jesús es una continua enseñanza y explicación de la Escritura; pero no sólo eso, en circunstancias como esta donde hay una gran aglomeración de personas ansiosas de verlo, escucharlo, “tocarle aunque fuera el borde de su manto”, Jesús realiza el signo o, si ustedes prefiere, el milagro por excelencia: logra que el corazón egoísta de cada uno de los espectadores se rompa, transformándose en un corazón amplio y generoso, sensible a la necesidad de los demás. No es fortuito, entonces, que los cuatro evangelistas coincidan con este relato, donde queda completamente claro para el discípulo y para la comunidad cristiana primitiva, que si no rompemos en pedazos el corazón petrificado por el egoísmo, para convertirlo en el centro de la generosidad y del compartir, no hay enseñanza que valga.
Pero ¿cómo podemos entender que aquí Jesús queda confirmado unívocamente por los cuatro evangelistas como profeta escatológico; es decir, como profeta de los últimos tiempos? En el marco de este mismo relato, el evangelista Marcos nos dice que cuando Jesús vio el gentío, “comenzó a enseñarles muchas cosas” (Marcos 6:34), y luego nos narra el relato de la multiplicación del pan. Quiere decir esto que antes del signo, está la enseñanza del profeta Jesús, así esa enseñanza queda informada de toda la autoridad de quien enseña, pues llega directo al corazón del oyente; de este modo, queda transparentado también que en Jesús se realiza un atributo exclusivo de Dios: la palabra y la obra, palabra-acción al mismo tiempo. En eso consiste la plenitud escatológica de Jesús.
Volviendo al relato del signo, nos encontramos con el mismo binomio que detectamos en el pasaje de 2Reyes, “hambre-pan”. Hay una realidad de hambre, y ante ella, Jesús no hace caer el pan del cielo; el pan está en posesión de la misma gente, con un problema: está en pocas manos: sólo cinco panes y dos peces. Cabe preguntarnos, ¿por qué unos pocos tienen mientras la inmensa mayoría no tiene nada? ¿No nos hace esto pensar en la realidad tan idéntica que vivimos en el mundo actual donde pocos tienen mucho y muchos tienen poco, mejor dicho, nada?
La respuesta la encontramos justamente en el relato del evangelio de hoy. Jesús conoce esta realidad y por tanto sabe que ante ella no se puede ser indiferente; o se intenta generar el cambio o se continuará indefinidamente esta situación. Si miramos con atención, Jesús hace que la gente se siente para comer. En el mundo antiguo, comer “sentado” era un distintivo de los hombres libres. Jesús exige antes que nada la libertad del corazón para poder asumir la realidad nueva que se desprende de este gesto del compartir el pan; si se continúa atado a la codicia, a la avaricia y al egoísmo, la situación de los bienes concentrados en pocas manos, nunca cambiará. Y al contrario, “comer”, “consumir”, “poseer” los bienes creados, con la conciencia de que éstos son para todos, da para que cada uno obtenga lo necesario y aún sobre. Ahí está el signo de las doce canastas llenas de sobras. Donde hay generosidad, donde hay sensibilidad respecto a las necesidades de los otros, se puede repartir lo que hay y sobra.
¿Por qué, entonces, en nuestro mundo se sigue constatando la desigualdad, el hambre y la miseria? En lo que tiene que ver con nosotros, tal vez la respuesta que tendremos que dar es que desafortunadamente hemos heredado una visión o una interpretación demasiado espiritualizada del evangelio. Un relato como el que escuchamos tan cargado de mensaje, tan rico en contenido para darle forma y sentido a nuestra fe y a nuestro compromiso, nos enseñaron a ver en él un “milagro” y eso, en el sentido menos real y, al mismo tiempo, nos dijeron que con este relato, san Juan quiere prefigurar la eucaristía. Cierto que se trata de un milagro, pero no como tradicionalmente se ha entendido este concepto. Y que puede ser una prefiguración de la eucaristía, también es cierto, pero no como tradicionalmente se ha entendido el tema de la eucaristía.
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