Sermones que Iluminan

Propio 12 (A) – 2017

July 30, 2017


El Evangelio según san Mateo que hemos oído proclamar en este año, se divide en cinco discursos. Hace dos semanas comenzamos el tercer discurso con la parábola del sembrador, la primera de ocho parábolas. El domingo pasado escuchamos la parábola de la mala hierba y en el evangelio de hoy, Jesús nos ofrece cinco parábolas para explicarles el Reino de los cielos, tanto a sus discípulos como a la multitud que lo seguía por todas partes.

Jesús se valió de parábolas como herramientas de enseñanza, con la intención de revelar el Reino de Dios a todos los que lo escuchaban con corazón abierto y también para aquellos que rechazaban sus enseñanzas y su mensaje.

Las parábolas son ejemplos, alegorías, comparaciones, historias o metáforas que describen situaciones con la intención de informar, sugerir o traer a la superficie una lección o una enseñanza. Las parábolas pretenden definir lo que es desconocido usando lo que se conoce, a través de ilustraciones procedentes de experiencias diarias vividas y reconocibles.

En el caso de las parábolas de Jesús, estas ilustraciones fueron tomadas del mundo natural de los habitantes de la antigua Palestina. Las parábolas de Jesús eran historias simples que atraían la atención de cualquier persona, no importaba la edad.

La mayoría de las parábolas de Jesús eran simples narraciones que se comunicaban con el mandato “los que tienen oídos, oigan”. Llevaban la intención de que se entendiera el mensaje y se pudiera ir más allá de simplemente oír. La intención era escuchar y llegar a relacionarse con su contenido. En otras palabras, su objetivo era descubrir en la comparación, un significado más profundo para nuestra vida.

Hay que decir que las parábolas de Jesús presentaron elementos de sorpresa que dejaron a los oyentes un tanto desconcertados. A la vez, los alentaban a hacer una reflexión que llevara a entender el significado de la enseñanza que Jesús quería que aprendiéramos.

Así también pasa con muchas de nuestras abuelas. Ellas siempre anuncian a los cuatro vientos la frase “el que tenga oídos, que oiga” cuando quieren que les prestemos atención y aprendamos lecciones de vida sacadas de su gran sabiduría y deseo que crezcamos como personas fieles a Dios, honestas en nuestros actos y generosas para con nuestro prójimo.

En la primera parábola, la parábola del sembrador, oímos y entendemos que Jesús nos revela que la semilla, el aliento de Dios, el reino de Dios ya está en nuestros corazones. Escuchamos que nosotros somos los encargados de no sólo escuchar una y otra vez las palabras de Jesús, el amor de Dios encarnado, sino de cultivar y nutrir el mensaje del Evangelio en buen suelo para “producir fruto”, para ser fructíferos nosotros mismos y también invitar a otros a nuestro alrededor a hacer lo mismo.

La parábola de la mala hierba nos invita a vivir en la tensión entre las malas hierbas y el trigo que crece en el mismo campo y al mismo tiempo. Esta parábola nos alienta a caminar con Dios, Dios el Sembrador, sin juzgar a nadie, no tomando partido, sino nutriendo el buen suelo para dar buen fruto. Esta parábola nos enseña a que vivamos dejándole actuar a Dios, el único que saca la mala hierba; Dios, el único con el poder de destruir el mal en este mundo.

En el evangelio de hoy, Jesús nos invita una vez más y con nuevos ejemplos a reflexionar sobre el Reino de los cielos.

Oímos a Jesús decirles a sus discípulos y a las multitudes que el Reino de los cielos es como la más pequeña de las semillas. Es tan pequeño como la semilla de mostaza que crece y se convierte en un árbol grande; que el Reino de los Cielos es como la levadura que se fermenta y crece con las medidas apropiadas de harina.

También nos dice que el Reino de los Cielos es como un tesoro escondido en un campo y una perla de gran valor que un mercader encuentra y por la cual ambos dueños venden sus posesiones para poseer lo que ven como su gran valioso tesoro. Y que el Reino de los cielos es como una red que atrapa todo tipo de pescado bueno y malo.

Nuevamente y como leemos en la parábola de la mala hierba, Jesús nos dice que Dios está a cargo de tirar lo malo. Jesús dice: “Saldrán los ángeles para separar a los malos de los buenos, y echarán a los malos en el horno de fuego. Entonces vendrán el llanto y la desesperación”.

¿Cómo entonces respondemos cuando Jesús nos pregunta si hemos entendido lo que hemos oído? La respuesta es que sí hemos entendido. Que como el que se instruye en el Reino de los cielos, sacaremos de entre lo que tenemos guardado en nuestro corazón y de nuestros hogares de fe, las cosas buenas y las cosas inútiles que tenemos guardadas.

Miremos entonces a nuestro alrededor y démonos cuenta de los muchos años que el Espíritu de Dios ha estado presente en todas las generaciones de miembros de nuestras familias. Pensemos en nuestros antepasados que fueron fieles dedicados y comprometidos y también pensemos en las almas que nos han nutrido y quienes han nutrido el buen suelo en este santuario y en la comunidad que la rodea. Valoremos sus historias.

Tengamos la misma fe profunda en Dios que permitió a las generaciones pasadas cultivar este buen suelo y saber que Dios revelará lo que tiene que ser revelado de esta preciosa perla, este tesoro que cada comunidad de fe tiene y que ha disfrutado a través del tiempo que han estado viniendo para alabar a Dios y servir a otros con amor y humildad. Inspirémonos en su gran fidelidad.

Reflexionemos sobre lo que ha llegado a ser una realidad o que está por venir para todos nosotros como comunidad. Ese maravilloso árbol donde las aves, los insectos, y Dios sabe cuántas otras criaturas encuentran su hábitat natural, el refugio y el respiro; la alegría de poder sentarse y descansar; el gozo de poder juntarnos a orar, a alabar, a reflexionar, a tomar grandes decisiones bajo su suave y refrescante sombra. Confiemos con fe plena.

Descansemos en las ramas frondosas del árbol de mostaza, que es nuestra comunidad. Saquemos todo lo que nos ata y nos impide ir hacia adelante. Busquemos también todo lo nuevo aunque no lo entendamos. Abracemos los nuevos tesoros que Dios nos ofrece, un nuevo suelo para cultivarlo juntos y llegar a ser un pueblo nuevo.

Como escuchamos en el salmo, ¡salgamos al mundo para darle gracias al Señor, invoquemos su Nombre, demos a conocer sus hazañas y glorifiquémoslo cantando con gozo y agradecidos de corazón por todas sus obras maravillosas!

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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